Aqida

Una vez más, la traducción impregnada de cristianismo dada a un término fundamental de la metafísica islámica, traiciona su sentido. Se traduce aqida por doctrina, cuando la aqida es el anudamiento (aqada: él anudó) de verdades que la experiencia de la umma va acumulando.

El concepto de doctrina —y no digamos el de «fundamento de la fe»— alude a una realidad intelectual estática, definitiva, incuestionable. Pero el Islam no tiene dogmas, sino tan sólo afectos y rechazos, afinidades hacia unas cosas y repulsiones frente a otras, producto todo ello de la experiencia, que acaban siendo certezas útiles mientras sirven, anudamientos de verdades que nos ayudan a acercarnos a nuestra meta, como los que ascienden por una pared rocosa necesitan de una cuerda.

La «cuerda de escalada» que usa el cristianismo es perfecta, confeccionada de una vez y sustituída por otra cuando se pudre. La «cuerda de la aqida» está llena de nudos y remiendos, es basta, improvisada, pero extraordinariamente útil. La aqida no obedece a estrategias de expansión, ni es inmaculadamente lógica; por eso, entre sus fisuras pueden refugiarse los hombres y mujeres de carne y hueso, creyentes pero humanos. Por su parte, la doctrina que se hace en el Vaticano es un trabajo de laboratorio, obra de unos pocos cerebros excepcionales, tan lógica que asfixia al ser humano. La teología católica es una obra de arte —a veces perversa, pero arte— del ingenio humano y a menudo corre el riesgo de ser un objeto de adoración en sí mismo, de los muchos que tienen los cristianos. Volviendo al ejemplo citado, diríamos que si la cuerda de escalada es un instrumento extraordinario, nos quedamos suspendidos en la pared de la montaña hechizados por su resistencia; mientras que si los nudos no son lo suficientemente firmes, nos precipitamos al vacío.

La aqida debe ser consistente, segura, pero una cosa es esto y otra bien distinta es considerarla incontestable, inamovible, monolítica, porque acabaría siendo —como la teología cristiana— «martillo de herejes». Algo puede ser al mismo tiempo una verdad evolutiva y cimentar la civilización a su alrededor; eso lo sabe bien la ciencia: toda la verdad científica se sabe con fecha de caducidad, y sin embargo es tratada con respeto (¡y hasta veneración!) mientras no haya otra verdad que la sustituya. Algo así es la aqida: un fenómeno humano por definición y, por ello, en constante adaptación en pro de la supervivencia. Cambia la estructura del camino, cambian las formas de manos, piernas, dentadura… y cambia el modo de sentir el mundo, aunque nunca pueda cambiar la aspiración de toda criatura —no sólo del hombre— hacia su Creador. La aqida es una serie de engarces de hallazgos que usa el hombre para acercarse a su Creador, para adentrarse en lo Real. No se enseña, como las abejas adultas no enseñan a las crías a recoger la miel. Pertenece al mundo del instinto, que en el Islam no está separado del ámbito de lo cultural. La aqida se respira, se ve en los que nos rodean, nace de la tierra que se pisa, somos cada uno de nosotros, de nuestras experiencias vividas. Cada uno de nosotros es un conocimiento —un Conocimiento— compuesto por una infinitud de certezas temporales.

AqidaNosotros vamos haciendo la aqida con nuestro propio sentir, por eso en el Islam no hay autoridades; porque supondría primar artificialmente una forma de sentir sobre otra, significaría que Allah es sólo una determinada forma de experimentar el mundo. Pero Allah es la experiencia global, la experiencia universal de lo que existe y de lo que podría existir, más que la suma de las experiencias de todas las criaturas. Nosotros nos reunimos en la aqida para volver a Allah en cada instante; así es cómo sentimos a nuestro Señor. Sólo somos gracias a la aqida porque Allah sólo creó a un hombre, al hombre universal, y «no habla con el hombre» sino cuando somos uno y sentimos su Unidad. Sólo somos cuando creamos ese cuerpo místico que es la aqida donde cada uno ha puesto lo que es y lo que ha vivido.

El Profeta, la paz y de bendiciones sean sobre él, identificaba creyente y musulmán sin dar realidad en su discurso a las diferencias creadas entre las religiones, ya que él no venía a hablar de nada nuevo ni distinto. Para el Profeta, la paz y de bendiciones sean sobre él, todos los que creían sinceramente en Dios eran musulmanes y, sin embargo, él se encontró con que muchos de ellos no aceptaban el Islam. Como si el Islam fuese algo frente a otras religiones, como si no fuese todas las religiones: la capacidad humana de buscar el fundamento de las cosas. Religión, filosofía y ciencia son el Islam. Cada vez se definen más las posturas, y nos vamos dando cuenta de lo que siempre sintió al Profeta, la paz y las bendiciones sean sobre el, que sólo hay dos tipos de personas: las que se postran ante lo sagrado y las que rehúsan hacerlo. El káfir esconde su sentir y se esconde de su propia sensibilidad, mientras que el mumim se abandona a ella y entrega a la sociedad el fruto de su experiencia. Que éste sea bueno o malo no es lo trascendental; lo que importa es la sinceridad al evaluar esas experiencias, es decir, si éstas le han perjudicado impidiéndole ser feliz o al contrario.

La aqida es algo que, sobre todo y ante todo, hace sociedad. No es un conjunto de «pensamientos para que el individuo se salve» —que eso es lo que sugiere la palabra doctrina— sino algo parecido a lo que transmiten las hormigas con sus antenas cuando se encuentran: una infinitud de pequeñas impresiones que hacen posible y mejoran la existencia social, porque en el Islam no se distingue entre vida religiosa y vida social, y porque trascender implica en este caso vivir en un cuerpo social sano. O trascendemos todo, o sucumbimos a nuestra propia sinrazón, ése es el mensaje del Islam.

El Islam es un camino social hacia Allah. El hombre no vive aislado y por eso no puede trascender aislado, sino que lo hace entregándose, con todo lo que es, al cuerpo social. Ser musulmán es darse por entero a la sociedad humana para su perfeccionamiento. Cada golpe de antena de una hormiga a otra, que informe de lo que siente en ese momento, es un acrecentamiento de la cohesión social, cada palabra de un hombre a otro, cada gesto. Cuenta Oscar Wilde que cuando le apresaron para ir a la cárcel de Reading, bajo la inmensa humillación que sentía, un hombre sencillo, un hombre de color, le sonrió, y que esa sonrisa sola le hizo ganar el cielo.

Contra la cohesión social dirige el Shaitán su esfuerzo. El mundo del Dayal es la absoluta incomunicación de unos con otros, el mundo de los walkman, de los videojuegos, de las máquinas de azar, de la televisión, del alcohol, de la droga… cada uno encerrado en su propia cárcel.

Y eso ha ocurrido por que en Occidente, desde hace dos milenios, la Iglesia ha separado la Ciencia de Dios (teología) de la Ciencia del Hombre. Por el contrario, la aqida es, al mismo tiempo, algo completamente humano y completamente divino. Es esa infinitud de pequeñas e imprescindibles experiencias anudadas que circulan de un lado a otro en las sociedades islámicas, dándoles seguridad, consistencia y fuerza, sin que puedan constituirse nunca en un objeto de culto. La Doctrina… la doctrina católica, la doctrina islámica —audu bilahi mina shaitani rayim— y todas las demás doctrinas creadas por los hombres, han existido porque había una clase sacerdotal que siempre ha tratado de preservar sus privilegios. En el Islam no hay clero y, por tanto, ¿Quién se arroga el derecho a elaborar una definición canónica de las verdades teológicas? O, mejor dicho ¿Es que existen en el Islam verdades teológicas? ¿Es que el Islam es algo diferente de la vida? ¿Es que es posible que alguien siente cátedra de lo que es vivir sin que pueda y deba ser contestado? El Islam no entiende que la aquida no tenga que ver con la usura, con el matrimonio, o con el modo de hacer la guerra cuando sea necesario. En definitiva, todo lo que el musulmán siente, sabe o cree, debe llevarlo a la mezquita, que es donde se hace la aqida.

En el Islam, haciendo sociedad se hace teología, y viceversa: haciendo teología se hace sociedad. Es imposible distinguir cuándo se trabaja por una o por otra, por eso la palabra teología no encaja tampoco en el concepto de aqida. En el Islam, no hay verdades religiosas y verdades profanas. Hay sólo una verdad —la ilaha illa Allah— que hace ser uno al corazón y a la sociedad. Todo lo demás son certezas efímeras, nudos de una cuerda que se deshacen cuando dejan de ser útiles.

El cristiano cree en la Razón, en las ideas inmutables que pretenden diseccionar y desnudar a Diós; el musulmán siente y sabe en su corazón que ninguna idea humana puede rozar tan siquiera el secreto de Allah. Así, la teología cristiana tiene pretensiones absolutas, mientras la aqida se presenta nada más que como un camino; si alguien descubre en cualquier recodo un nuevo atajo, es lícito que quienes quieran lo tomen. Si se pierden, dirán a los caminantes que se encuentren, si se trata de un atajo con muchas penalidades o si, por el contrario, es una vereda extraordinariamente conveniente. La teología cristiana explica a Dios mientras que la aqida es el diario de viaje de quienes hacen camino hacia Él, de Quien nada sabemos, salvo que es el sentido de nuestro caminar.

Cuando se presenta la aqida como doctrina, es decir, como un bloque monolítico separado de la vida, antes o después, el fiel —aplastado bajo su peso— se lo quita de encima, si puede, y difícilmente vuelve a creer. La Doctrina no permite ser al individuo; se le impone desde arriba. La aqida es hecha por todos. Cada uno, en la medida de su estar en el mundo, va a contrastar su experiencia con la de los demás, constituyendo un nudo más que es útil hasta que un nudo mejor venga a sustituirlo. La relación interpersonal es el modo humano de trascendencia; en esto, sólo el Islam ha sido suficientemente lúcido.

«Cuando fue creado el mundo —nos cuenta un hadiz qudsí— el rahim se anudó al cinto de los vestidos de Allah y le dijo: «vengo de donde me rompen»1, (el rahim es el vínculo entre los seres). Y, continúa diciendo el hadiz: «Allah le contestó: ¿Te bastaría si te diese de Mi Nombre (Rahim)?. Contestó el rahim: Por supuesto. Pues sea —dijo Allah— el que te una, se une conmigo; el que te rompa, rompe conmigo.»

Allah no son los seres, eso sería panteísmo. El que adora las cosas es un mushrik, hace shirk. En el Islam lo importante no son las cosas, sino la relación entre ellas.

Concluyamos. La aqida es firme como un consenso universal, y, como consenso universal va evolucionando al son de las voluntades que lo conforman. Es importante insistir en el carácter temporal de toda certeza, en el carácter evolutivo de la aqida. La naturaleza de Allah es la impermanencia. He gritado esto contra la tormenta, contra el tifón, y no he sido replicado. He gritado esto contra mí mismo, contra mi absurdo deseo de ser siempre, absurdamente, mi yo, queriendo ser siempre, como si Allah no fuera lo único que es siempre. Él, Allah, el Todo cambiando continuamente.

Este artículo se publicó originalmente en WebIslam.com el 24 de octubre de 1999

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