Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos nos acercamos ya al Eid al-Adha, la fiesta donde conmemoramos el sacrificio de Ibrahim (as) y su fidelidad cierta al Altísimo, un día de reflexión, de volver a pensar el mundo y nuestra vida en profundidad.

Esta historia tuvo lugar en el desierto, un desierto que había acogido el de destierro de Hajar (ra) y del profeta Ismail (as) aún no había nacido. Estamos concienciados de lo que significa el sacrificio de Ibrahim (as) pero a veces nos olvidamos del significado del sacrificio previo. Sin este sacrificio nunca hubiese habido revelación, sin él no tendríamos la oportunidad de reflexionar sobre el desierto.

Como en las historias antiguas de profetas y sus familias a veces los celos, como en el caso que fue victima Yusūf (as) de su familia, hacen que la gente se extravíe del camino. Logran que la gente que comparte de ti haga cosas reprobables y aterradoras porque su ego (nafs) les exige dominar la situación que, por supuesto, no pueden pues de Allāh, el altísimo, es todo mandato.

El caso de Hajar (ra) es paradigmático pues, siendo junto a Maryam (as) la única mujer que ha visto a Jibrīl (as), experimentó los celos de la otra mujer de su marido que le llevaron al desierto, al exilio y a descubrirse. Pues, queridas hermanas y queridos hermanos, Allāh tenía planes mucho mejores para ellos. La fundación de una ciudad que llamarían La Meca y en la cual estaría la Casa de Allāh, la Kaaba.

La traición de Sara (ra) al mandato de Allāh no es sino una muestra de la fragilidad de nuestra condición humana, de que, aunque estemos rodeados de gente altísima y magnífica, podemos caer presa de la enfermedad de nuestro corazón. No estamos libres de eso. Podemos fabricar infamias, ordenes o reproches y sin embargo es Allāh quien al final dicta el camino y nos hace recordar (dhikr) o reconocer (‘arf) la realidad (ḥaqīqa) como Él, que alabado sea su nombre, quiere. Aunque ni siquiera lleguemos a ser conscientes en el momento. Pues Allāh siempre sabe más.

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La partida de Hajar (ra), aún con el profeta Ismail (as) en su vientre, al desierto es una imagen simbólica con una progresión. Al principio, en lo evidente (ẓāhir), puede parecer dura, destructiva, terrible y, sin embargo, su auténtica cara oculta (bāṭin) es de gran alegría y triunfo pues Ismail (as) estaría a iniciar el linaje de nuestro amadísimo profeta Muḥammad ﷺ. Asumiéndolo desde el tawakkul:

¿Y cómo podríamos no poner nuestra confianza en Allāh si es Él quien nos ha mostrado el camino que debemos seguir? ¡Así pues, ciertamente, soportaremos con paciencia cualquier daño que nos hagáis: pues, ¡todos los que confían [en Su existencia] deben poner su confianza [solo] en Dios! (Corán 14: 12).

Por eso desde aquí se inicia el camino de Hajar (ra), el ḥajj, un viaje determinado, lleno de pruebas y esfuerzos que rememora ese desierto exterior e interior hasta llegar al oasis, hasta ser salvados por Allāh, el altísimo, a través de Jibrīl (as).

En los comentarios orales de los maestros tradicionales el ḥajj Eid al-Adha se relacionan con la toma de conciencia de la propia muerte, la asunción de nuestro viaje, y, finalmente, con la destrucción del nafs (ego) y el fin de la individuación comunitaria. Ambas son fiestas comunitarias, pero con espacios y momentos individuales. Parte de los rituales es sentir solo ante la multitud, concentrarte para ejecutar el sacrificio ante los gritos y las conversaciones distendidas de otros. Nos rompe el «nosotros» para, luego, romper nuestro «yo» y contemplar la muerte ante nuestros ojos. Es el viajar al desierto, purificarnos, morir y renacer.

El sacrificio, cruento o incruento, está en todas las culturas. Es la entrega del don en acción gracias o en reconocimiento. Los musulmanes lo hacemos invocando el segundo elemento, no pedimos a cambio solo reconocemos la grandeza de Allāh, rememoramos a Ibrahim (as) quien fue probado con su propio hijo para responder el haber permitido marchar al desierto a su esposa Hajar (ra) y a su hijo Ismail (as). Una prueba tan grande, que aun a día de hoy y conociéndola bien, nos tenemos que preparar a conciencia. Por eso, una de las acciones más importantes para cualquier creyente sincero es sacrificar, comprobar y reconocer el poder que Allāh, el altísimo, ha puesto en nuestras manos. Y en ese ejercicio retomar la humildad de Ibrahim (as) para poder, finalmente, poder construir la casa de Allāh, que exaltado sea su nombre.

Aceptemos el camino del sacrificio sincero, sin ampulosidades, y esperemos la gran recompensa que Allāh tiene para cada uno de nosotros. Nunca nos defraudará, aún haya traiciones, celos o infamias, la verdad (ḥaqq) es de Allāh porque es el Verdadero (alḤaqq). Estos días previos al Eid al-Adha reflexionemos recordando entre dhikr sobre esta realidad. Démosle sentido y prosigamos el camino por el desierto. Observémoslo con atención y veamos toda la vida que se esconde entre las dunas y las rocas y no dejemos a nuestro nafs (ego) que estamos solo nosotros.

Pidamos a Allāh, queridas hermanas y queridos hermanos, que en esa travesía en el desierto encontremos el ejemplo de Ibrahim (as), Ismail (as), Hajar (ra). Que superemos las pruebas y el cansancio y que obtengamos el significado sincero de sacrificio, que en estos días tendremos que poner en práctica.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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