Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

El secreto (sirr) siempre viene después de la escucha. Todo creyente sincero guarda un secreto, el que denota su conexión con Allāh, el altísimo, y que está presente a lo largo de su vida. No sabéis, queridas hermanas y queridos hermanos, cuán importante es el secreto del creyente y, a la vez, cuán importantes que aflore en el momento oportuno. De lo contrario iríamos al caos, a la locura.

En el mundo en el que nos ha tocado vivir todo es público, todo está sobredimensionado y amplificado, ya casi no hay secretos. Muchos los consideran profundamente ofensivos porque debe existir algo así como una difusión del mundo sin importar sus consecuencias. Debemos saber todo, debemos acceder a todo. Sin embargo, los maestros tradicionales nos enseñan que esto puede ser peligroso, puede ser pernicioso para nosotros. Pues para recibir el conocimiento, como quien recibe a un huésped, hay que estar preparado, de lo contrario podemos caer en la locura, en el desorden.

Para eso dispuso Allāh, el altísimo, la ley (shari‘a) para aferrarnos a la realidad, para poder contener el desborde que supone guardar el secreto (sirr) sin volvernos locos, sin quemarnos o congelarnos. Porque el secreto siempre se manifiesta en lo extremo, en una realidad desbordante que queremos compartir, aunque no debamos. Por eso parte de la educación espiritual (tarbiya) es aprender a guardar el secreto y compartirlo con quien lo necesite o lo pueda contener generando una cadena de poseedores de ese secreto.

El secreto (sirr) en árabe proviene de la raíz sīn-ra-ra que según los maestros hace referencia directa a la alegría, al regocijo, al matrimonio, al origen, a la consciencia y a los secretos. Es siempre a lo que debe ser protegido de la envidia y el mal, potenciado desde nuestro corazón cuerdo (qalb). El secreto puede arder en nosotros, pero no debería tocar a los demás.

Los creyentes de todos los tiempos han custodiado secretos, los cuales eran entregados por Allāh, que exaltado sea su nombre, para que los protegieran hasta que llegara la hora. Los profetas y los íntimos de Allāh sabían cuan importante es guardar y proteger el secreto. Desde Mūsa (as) a Sulaymān (as) el secreto era celosamente contenido en el ser interior para aplicar lo que Allāh había dispuesto hacía el bien de la humanidad: un mandato, una cualidad, una acción… El secreto era pura potencia deseando abrirse y cuando se abría resplandecía iluminando a muchos y dejando ciegos a otros.

Maryam (as) supone un punto y a parte en la custodia del secreto. Ella incorporeizó el secreto que le dio Jibrīl (as), guardando ese sublime secreto (sirr al-akbar) que era uno de los más sublimes profetas que jamás han pisado la tierra: Isa (as). Sabiendo lo que vendría, siéndole dada la revelación por el poderoso mensajero (as) decidió a Oriente apartarse en humilde silencio a custodiar el secreto. Un secreto que meses después fructificaría en un bendito hombre, queridas hermanas y queridos hermanos, un profeta que custodiaba un secreto más bello aún basado en la humildad aún siendo kalima min Allāh, palabra de Allāh. Ese debe ser nuestro ejemplo para guardar el secreto.

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Hay una clase de creyente que no quieren creer la existencia del secreto, aquellos que se centran más en las formas que en el fondo. Y es que en el fondo se halla ese bello secreto, sin embargo, esta clase de creyente teme que ese secreto sea tan perturbador que haga derrumbarse a todo su perfecto castillo de naipes. En efecto queridas hermanas y queridos hermanos, el secreto es perturbador y aterrador para aquellos que no son sinceros en su creencia y que solo leen letras estériles donde debería haber sonido.

El pretendido sabio teme al secreto porque le sobrepasa y su ego (nafs), que no está purificado, se resiste a saber que hay algo más que él. Cuando para alcanzar el salām se nos exige la rendición plena. Por eso niega el secreto, por eso niega la intimidad (uns) y por eso niega la alegría que supone creer. Esos pretendidos sabios siempre hablan de fealdad, corrupción de los otros e ilicitud, se preocupan más por los demás que por ellos mismos, obvian el secreto del otro porque no quieren aceptar el suyo propio. Y así construyen ídolos y se vuelven idolatras mientras fingen destruir los ídolos de los demás.

Incapaces de alcanzar el silencio para acercarse a la realidad (ḥaqīqa) hacen una creencia estética, mecánica y pasada, olvidan el presente y el secreto que nos iguala y predican que sus palabras tienen más fuerza porque poseen la verdad. ¿Qué verdad? Una verdad vacía, sin secretos, aparentemente transparentes… Pero los auténticos sabios, los que están en intimidad (uns) con el Altísimo nos hablan de que ni la verdad ni Allāh son transparentes sino densos, contienen todo lo que existe y es aterrador por eso se mantiene en secreto. Los profetas al recibir sus secretos nunca disfrutaron todos sintieron el peso del absoluto. El terror de la realidad. Fueron participes de la conciencia (taqwa) del vértigo que supone lo divino. Y esa es la experiencia del profeta Muḥammad ﷺ, pues el fue capaz de traducir ese secreto, con permiso de Allāh, y ofrecérnoslo a través de su bendita luz (nūr muḥammadiyya).

Nuestro bendito Profeta ﷺ fue enviado para explicar que el secreto es insondable (quddus) y que eso es maravilloso pues solo nosotros podemos acceder a él, si bien podemos converger en experiencias similares a través de la comunidad, a través del compartir entre creyentes sinceros. La transmisión del Corán y la exposición del dīn fue justo en el momento que tenía que ocurrir. Transmitir un secreto exige una sinceridad que si no es a la persona correcta te puede costar la vida, pues le estas entregando la parte más privada de ti, la parte que Allāh te confió.

Nuestro mundo adolece de secretos reales, de quienes los transmitan y los reciban. Preferimos, queridas hermanas y queridos hermanos, comprar conocimiento agrietado y fácil frente a la dificultad de hacer introspección y trabajar desde nuestro secreto. Es comprensible pero no aceptable, pues de esa forma cualquiera podrá poseer nuestro secreto y arrebatarnos lo que somos. Por eso, además de buscarlo tenemos que protegerlo para poder revelarlo en el momento adecuado. Así que, queridas hermanas y queridos hermanos, pidamos a Allāh, el altísimo, que nos permita conocer, guardar y compartir nuestro secreto para poder crecer en el camino hacia Él desde el corazón sincero y pleno.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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