Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

Queridas hermanas, queridos hermanos tras la luna llena de Muḥarram ya somos, aparentemente, libres. Ashura es la fiesta para recordar tantas hégiras benditas, tantas liberaciones y reafirmar nuestro pacto con el Altísimo. Sin embargo, hoy quiero hacer hincapié en los peligros que trae consigo la liberación una vez que se ha conseguido.

Se nos cuenta en el Libro sobre la historia de Mūsa (as), quien es el protagonista de  Muḥarram, que el camino a la liberación fue difícil y que, además, lo que ocurrió una vez liberados fue volver a una esclavitud espiritual. ¿Por qué? Porque cuando el ego (nafs) se cree libre actúa de manera irreflexiva, ciega a la persona.

Esto es interesante porque todos hablamos de liberar a otros cuando ni siquiera nos hemos liberado nosotros mismos. La liberación más importante es la espiritual, es la de sentir plena conciencia (taqwa) de Allāh, el Altísimo. La liberación política o social es tan solo una consecuencia asociada pero no es el fin en sí mismo. Y esto es importante porque a menudo la gente cree que sí y piensa en la violencia como el único camino posible. Y ahí llega el horror porque su ego (nafs) habla por ellos y creen que una acción que torna en violencia —y esta no solo es física, sino que puede ser verbal o simbólica— genera más esclavitud, odio y shirk (idolatría). Debilita al que se creía liberado, coarta la libertad de otros.

El camino espiritual, el dīn, deja claro que no puede haber coacción y que siempre hay que negociar. Hay que negociar, intentar dialogar, luchar una y otra vez. Y liberar a otros solo cuando tengamos certeza de que nosotros nos hemos liberado, cuando Allāh, que exaltado sea su nombre, quiera. El Faraón o los Quraish de turno no es con quien luchar, sino con quien probar nuestra propia liberación. Liberarnos de nosotros mismos es aún más terrorífico, porque es nuestro ego (nafs) el que intenta imponer su visión. Y claro…

Por eso, intentar la liberación grupal sin haber acometido esto es harto peligroso porque si no nos podemos controlar nosotros, imaginemos controlar a un grupo con el mismo problema que nosotros. Ellos no comprenderán que significa esa libertad-con-Allāh y se tornará en una experiencia amarga. Eso lo sabía bien el Profeta ﷺ por eso no liberó a nadie hasta que él no aniquiló hasta la última pizca de su ego, por eso la hégira fue un proceso individual en la comunidad. Por eso él ﷺ y su profecía son las que para nosotros tienen un valor más auténtico. La libertad auténtica, no la política, pertenece a Allāh y él la da a quién quiere.

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Muchas veces tomamos erróneamente la experiencia de Mūsa (as) y creemos que fue un liberador. No, no lo fue. Fue un profeta. Y esto implica que transmitió un mensaje que Allāh, que exaltados sean sus nombres, le otorgó desde un proceso de liberación interna. Primero con un reconocimiento de que él (as) era un «otro», no era un egipcio como su hermano el Faraón. Luego lo envió al desierto donde experimentó soledad, pruebas, enseñanzas con el Khidr y, finalmente, vio a Allāh. Y de ahí le fue encomendado la posibilidad de transmitir un mensaje (risāla) a su pueblo.

Este es el camino profético, el de la búsqueda y de la confrontación con sí mismo. Una vez en estado de aniquilación (fanā’), Mūsa (as) se dirigió a ver su antiguo hermano y a su pueblo pero el Faraón le desoyó. Hablaba en él su ego, su idolatría del mundo, su propia fragilidad. Mūsa (as) transmitió el mensaje como le había sido encomendado. El pueblo creyó ver en Mūsa (as) un libertador, mientras el Faraón vio a un revolucionario que venía a desestabilizar su reino. Ni uno ni otro, y por eso Allāh fue quien demostró su poder sobre todos para que vieran y juzgaran. Pero el ser humano es así de frágil y todos interpretaron los signos mal.

Y Allāh, el altísimo, hizo su voluntad y derrotó al Faraón y así quedó escrito. Y llevó al pueblo judío al desierto donde le hizo esperar al pie de la montaña de Tūr que Mūsa (as) terminase los ayunos de treinta días y obtuviera el camino moral a la liberación, las tablas de la ley, que era individual. Es aquí donde aparece el momento más delicado de nuestra historia: los ahora liberados creyeron que eran libres sin Allāh, que se habían liberado políticamente y su ego (nafs) habló. Y emergieron los peligros de la liberación.

Ebrios de confianza vieron que no solo Mūsa tardaba, sino que el desierto era un lugar inhóspito. En lugar de aprovechar para reflexionar, hacer dhikr y permanecer en silencio, estos hablaron y se confabularon para pedir ayuda a un dios antiguo. El no haberse liberado individualmente, el no sentirse en una plena espiritualidad sino en una visión política o grupal les había llevado a construir el becerro dorado. El pueblo que se creía libre, en vez de haberse preocupado por sí, era más esclavo del shirk y de la falta de confianza en Allāh. Y así comenzó un largo peregrinar hacia la tierra prometida y una comunidad sólida.

La comunidad de creyentes solo puede ser construida desde nuestra propia experiencia espiritual y con el permiso de Allāh. Es una enseñanza tras la alegría después de la Ashura, pues el camino espiritual no acaba con la salida o la liberación. Antes de luchar con otros faraones debemos vencer al faraón que cada uno llevamos dentro, de lo contrario estaríamos condenados a vivirlo. Para que haya libertad grupal tiene que haber libertad individual que es profundamente espiritual. De lo contrario nuestra libertad se quebrará al primer paso y así nunca seremos libres.

Queridas hermanas, queridos hermanos pido Allāh, que exaltado sea su nombre, que se nos permita liberarnos a nosotros mismos y comprendamos que el único camino de construir comunidad es que todos seamos libres. Que nos proteja de nuestro ego (nafs) y de la idolatría (shirk) que supone el poder. Que sea sincera nuestra entrega a Él, el altísimo, y que se nos de lo que más necesitemos.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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