Lo que caracteriza a algunos nuevos dictadores con tufo imperialista, además de la falta de escrúpulos común a todos, es la carencia de una ideología clara. En el batiburrillo de este siglo XXI en el que conceptos clásicos como libertad, igualdad y/o también fraternidad, no tienen los mismos significados que en su origen.
Para un nuevo gran dictador, la ideología sólo es una buena excusa para apoyar indiscrimidamente movimientos, grupos o partidos anti algo que promueven y/o generan inestabilidad allí donde se ubiquen. La inestabilidad se ha convertido en un arma de influencia y presión, especialmente en las sociedades democráticas que tienen la obligación de ponderar sus respuestas ante cualquier tipo de conflicto.
En este caso las democracias, afortunadamente para los que vivimos en ellas, son el buenísimo necesario para que los dictadores puedan medrar y alcanzar el poder con el objetivo final de acabar con ellas ¿para qué una democracia cuando pueden ocuparse del gobierno de los ciudadanos unos iluminados que ya se ocupa de pensar, decidir y ejecutar en nombre de todos?
Sabemos que Putin ha intervenido de una forma u otra en los principales conflictos que afectan a occidente, véase nacionalismos radicales, populismos de extrema derecha e izquierda, campañas electorales, gobiernos fallidos, antivacunas, incluidos los nuevos movimientos anticoloniales racializados y otros que de pronto han visto favorecidas sus exiguas entidades con fondos y recursos humanos venidos desde los cielos y guiados por significados intelectuales que han seducido incluso a algunas ilustres universidades ávidas de nuevos nichos no explorados. Varias fundaciones internacionales se han encargado de todo ello, sirviéndose de la torpeza de algunos gobiernos europeos en la gestión de su imparable diversidad.
Mejor unos contra otros, que todos a una. El divide y vencerás no ha caducado y la crisis de las ideologías que construyeron las democracias posteriores a la segunda guerra mundial, han favorecido el crecimiento de todos esos movimientos que hoy nos ponen en jaque y nos debilitan frente a esas visiones autoritarias.
Negarse a reconocer que la realidad es dinámica y que hay que tener todos los sentidos y la inteligencia a favor de la observación de las sociedades y de las nuevas necesidades de los individuos, ha sido el principal error de la socialdemocracia progresista o conservadora.
Nunca se puede infravalorar a las minorías, que por regla general son los movimientos emergentes que nos ocuparán y preocuparan en el medio plazo. Putin y sus ansias imperialistas nostalgicas de una nueva URSS ya están causando pérdidas humanas y grandes daños económicos a todos.
A los dictadores los debe parar primero su pueblo, y después el derecho internacional. No vamos a demonizar a Rusia y al pueblo ruso, pero seguiremos diciendo NO a la guerra y no a los nuevos grandes dictadores como Putin.