Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

«Allah es el tiempo» (dahr) dice el hadiz qudsi (dichos en los que habla el propio Allah), su tiempo es un presente eterno, el presente del Jardín. La creación (khalq) se acompasa de latidos cósmicos de ese presente que ocurre. Ante eso el ser humano, queridas hermanas y queridos hermanos, tan solo puede percibir una linealidad pobre, la cual se extingue, la cual cree que le devora. Pero el tiempo de Allah no devora, sino que libera porque nos sitúa en Él, que exaltado sean Sus nombres y su presencia. Esta percepción se hace evidente en el propio Corán cuando se dice:

Y dicen: «No hay nada más allá de nuestra vida mundana, morimos mientras otros viven, nada nos destruye sino el tiempo». Mas no tienen ellos ningún conocimiento, tan solo especulan… (Corán 45: 24)

El tiempo humano es un procesado de nuestra percepción, de nuestra razón pasada por nuestro ego (nafs). Nos creemos capaces captar el tiempo (dahr), pero tan solo contemplamos el devenir, el fluir. Como siempre somos incapaces de comprender a Allah, que exaltado sea Su nombre, en su totalidad. Por eso, el tiempo es un recuerdo (tadhkira) de Sus signos, de su presencia y por eso, nuestra vida está regida por él. ¿Os imagináis como fluye el Sol y la Luna, el día y la noche? El Corán nos lo menciona de forma contundente:

«Ciertamente, en la creación de los cielos y la tierra, en la alternancia de las noches y los días signos hay para aquellos que usan el corazón cuerdo» (Corán 3:190).

El tiempo debería vivirse, que no comprenderse, desde el corazón cuerdo (lubb) y no desde la simple razón. El tiempo es lo que nos recuerda la omnipotencia de Allah, el Altísimo, lo que nos da el orden vital y nos permite abrir espacios por el que poder estructurar nuestra ‘ibada (reconocimiento, prácticas) hacia Allah. Es la forma que tenemos para que ante el caos en el que vivimos haya orden. Y esa vivencia del tiempo es un signo del mandato profético de la Sunna del Mensajero ﷺ, un ejemplo de vida plena. Todos los profetas han vivido esa experiencia del orden frente al caos, de la conciencia del tiempo presente de Allah frente a la nostalgia, frente a los futuribles. Es el ahora de Allah, es el Jardín en sí. El ser humano sufre porque se deja llevar por el olvido (ghafla) del tiempo de Allah, porque sus pasiones lo invitan a vivir en el pasado o anhelando el futuro que podría ser, porque olvida que lo que importa es el aquí y el ahora.

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En el ejercicio de la ‘ibada siempre hay tadhkira (recuerdo) de los atributos de Allah, el Altísimo: Belleza, bien, raḥma, omnipotencia, justicia y, sobre todo, tiempo. La ‘ibada nos propone estructurar el tiempo, buscar un término medio y, necesariamente, vivir una vida en plenitud. Nunca nos exige Allah ni la Sunna de Muḥammad ﷺ hacer cosas sobre humanas, al revés, siempre busca la facilidad. Y esa facilidad parte de una correcta comprensión del tiempo.

Un ejemplo es la ṣalāt la práctica más diaria para todas y todos. La hacemos cinco veces al día, usamos unos códigos determinados, movemos energía y el tiempo es justo y perfecto. Así, lo ha dictado Allah, en la ṣalāt el tiempo común, humano, se detiene y opera el tiempo de Allah, su eterno y sagrado presente. Uno de los objetivos de la ṣalāt es reconectar con la creación (khalq) y entregarse al instante de Allah que se materializa con la experiencia del sujud (la postración). Es el momento más intenso, es el momento en el que, con la frente en el suelo y sintiendo como fluye toda la baraka, sentimos que el instante se vuelve eterno y la eternidad entra en nuestro corazón (qalb). Por eso, aquel que vea en la ṣalāt un momento de carga, un momento de dificultad debería revisar su propio corazón. La ṣalāt, y en especial el sujud, es lo más parecido a la experiencia del Jardín que podemos tener antes que Allah, el Altísimo, nos llame a Su presencia.

Por eso, siempre me ha fascinado que Al-Muwatta, la magna obra de hadices de Imam Malik y fuente principal de la escuela māliki, comience con los hadices sobre «el tiempo de la ṣalāt» (Kitab waqt al-ṣalāt). Como rige el tiempo humano sobre la ‘ibada. Y el resultado es maravilloso. El Corán nos da pistas, el armazón básico, pero nuestro amado Profeta ﷺ lo matiza y enriquece de tal forma que, tras su lectura, comprendemos por qué es tan sumamente importante y necesario el tiempo divino (dahr), el presente de Allah.

Todo el sentido de la ṣalāt está en hacerlo a tiempo, coordinado con la naturaleza, en momentos precisos y no en otros (Al-Muwatta, 1: 6). La ṣalāt, entonces, se vuelve la mayor bendición según nos narra el Mensajero ﷺ:

«Si alguien hace la ṣalāt, sin perder su preciso momento, el tiempo que gasta es tan importante, o incluso mejor, que el que dedica a su familia y a su bienestar» (Al-Muwatta, 1: 23).

Imaginaos que valor tiene ese instante de ‘ibada que se equipara con lo más valioso para un ser humano, porque es el recuerdo (tadhkira) del Jardín que trasciende a este tiempo y a esta vida mundana. Al-Muwatta, como otros tantos libros tradicionales, nos ofrece la oportunidad de pensar y pensar sobre la realidad (ḥaqīqa) de Allah en nuestra vida cotidiana en temas tan fugaces como ese tiempo que, paradójicamente, es eterno.

Quiera Allah darnos comprensión (furqan) y capacidad de re-conocer (marifa) la auténtica realidad que se para nosotros, los que estamos pacificados como creyentes sinceros, se manifiesta en cada instante, en cada respiración. Quiera Allah que podamos paladear (dhawq) esa experiencia tan cercana al Jardín. Quiera Allah hacernos gozar de su eterno presente donde la baraka fluye como si fuera un manantial. Quiera Allah darnos Allah.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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