Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos vivimos en un tiempo en el que el corazón se ha oscurecido. El olvido (ghafla) fruto de nuestro amargo mundo nos invade tras un largo asedio. En el que nuestro ego (nafs) cedió ante la comodidad de olvidar que lo que nos es prescrito —a través de la Sunna del Mensajero ﷺ es para que tengamos equilibrio, para que nuestra vida sea plena. Hemos olvidado la bendita oscuridad matricial de la raḥma de Allāh y como la atraviesa la luz muḥammadiana para nosotros. Hemos confundido la oscuridad acogedora de la raḥma con la oscuridad terrible de la primacía de nuestro ego (nafs).

Nuestro tiempo no es oscuro como la fértil tierra llena de raḥma, sino desde la ignorancia egoísta al haber convertido nuestro mundo en el reino de la cantidad material en vez de ver las cualidades y atributos de Allāh, el altísimo. Y con una colonizada concepción de pecado que nos inmoviliza, nos culpabiliza y nos paraliza frente a la acción. Nada que no pueda pulverizar la raḥma del Altísimo.

Enfrentarse a la realidad que Allāh, que exaltados sean sus bellos nombres, ha dispuesto para nosotros nos exige errar y equivocarnos. Pero cuando caemos ahí está el Profeta ﷺ para reconfortarnos y elevarnos como hizo con sus compañeros. Su Sunna exige levantar al caído y arroparle, sin compulsión (Corán 2:256), tan solo practicando la natural raḥma que desciende desde el último de los cielos.

Ante eso queremos olvidar y pedimos ghafāra un olvido que nos eleva, porque la palabra perdón se queda corta. Es un olvido para convivir con nuestra finitud, una protección como un casco o escudo de guerrero —según su etimología árabe— para proseguir la vida y avanzar. Dos olvidos, la ghafla y la ghafāra, tan distintos entre sí.

Otros nos enseñan a sentirnos culpables, a sentirnos indignos y frágiles, y sin embargo un simple astaghfirullāh —«Que Allāh me haga olvidar [esos errores]»— dicho con intención (nīya) en la intimidad del corazón cuerdo (qalb) nos purifica, nos refresca, como si nos bañáramos en una alberca fría en un caluroso día de verano. Porque los errores son connaturales a los seres creados, porque estamos en este mundo para experimentar en plenitud y no vivir en una montaña.

Somos finitos, débiles e impuros, pero igualmente en nuestro interior vive la luz muḥammadiana, esa que hace al hombre brillar en la oscuridad de la raḥma. Es el mayor regalo del Altísimo. La Sunna no solo son las acciones materiales sino las metafísicas también. La ṣalāt sobre el Mensajero ﷺ activa esa luz que nos purifica y nos abre el camino.

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Hay un ḥadīth qudsī, narrado por Muslim, Bukhari, Nasa’i e Ibn Majah, que a mi me enamora y que dice así:

Y el Mensajero de Allāh ﷺ dijo: «Cuando Allāh decretó la creación prescribió para sí mismo en su Libro el cual estaba a su lado: Ciertamente mi raḥma prevalecerá sobre mi ira».

Este ḥadīth verificado por todos los grandes sabios viene a remarcar la idea de que nuestro dīn no fomenta el castigo fatalista, no se regocija con el sufrimiento del creyente, no aspira al dolor. Al contrario, Allāh, el altísimo, nos recuerda que su raḥma matricial nos acogerá cuando todo parezca perdido, pero somos nosotros los que tenemos que hacer tawba (situarnos) hacia Él. La ira es un sentimiento innoble, de gran fragilidad, solo para aquel que no se comprende a sí mismo y no comprende su finitud. La ira rompe y aleja, por eso el infierno es la ausencia de Allāh, el altísimo y ese castigo nos lo imponemos nosotros mismos. Mientras que el paraíso es la presencia más cercana de Allāh. Y ambos podemos experimentarlos en esta vida para ser conscientes de lo que nos esperará.

Es fácil tener ira, pero muy difícil situarse en tawba y aceptar nuestra fragilidad. Es fácil creer en ídolos de oro, de piedra o virtuales pero muy difícil reconocer que Él lo es todo y que la conciencia de estar ante Él es inabarcable para nuestra razón (‘aql). Es fácil seguir nuestro ego (nafs) y no ver que la Sunna no es una obligación sino un regalo para andar en un mundo de olvidos. Es fácil olvidarle (ghafla) y no recordarle (dhikr) a Él y a su amado Mensajero ﷺ. Y Allāh, porque es el Altísimo, es consciente de todo ello y nos brinda vez tras vez su raḥma. Es fácil creer que cuando se falla lo hacemos contra Él y no contra nosotros.

Pero a Allāh que es la realidad máxima no podemos dañarle, nos dañamos a nosotros, dañamos a otros. Por eso, la ghafāra es el olvido que nos otorga para poder seguir viviendo en finitud, en imperfección frente a otros. Por eso, en la ghafāra nos reconocemos imperfectos y además de esta palabra incluimos justamente después ṣalawāt sobre el Mensajero ﷺ y alabanzas para el Rabb al-‘alamīn. La Sunna no es una ley penal, es un báculo para el camino. El dhikr es refresco atravesando el desierto de la existencia. Y la luz del Mensajero es la luz del candil con el aceite bendito que Allāh nos da para atravesar aquellas benditas oscuridades y aquellas otras que provocamos nosotros.

Quiera Allāh que nuestros corazones se orienten a Él bajo la Sunna del bello Mensajero ﷺ. Quiera Allāh darnos humildad para pedir ghafāra tantas veces como necesitamos. Quiera Allāh que nunca perdamos la necesidad de tawba cuando nos olvidemos de su realidad y de los ejemplos del Profeta ﷺ. Quiera Allāh que nunca pensemos en su ira. Quiera Allāh que nunca nos sintamos tan débiles que nos apartemos de Él y de su raḥma para consumirnos por nuestra propia ira en la lejanía de su presencia. Amīn.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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