Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos vivimos en un tiempo de espejismos. Todo se nos devuelve y creemos que es tal y como vemos. Esos espejismos alimentan a nuestro ego (nafs) y desatan los límites de la razón (‘aql) empobreciendo los ojos del corazón (‘aynān al-qalbī). Nos volvemos literalistas en el peor sentido, miopes intelectuales y espirituales y creemos posee una verdad (ḥaqq) que solo pertenece a Allāh. Es propio del ser humano absolutizar el conocimiento, la verdad, dogmatizarlo para poder poseerlo como si fuese un bien. Esta es la puerta del taqlīd, aquella imitación ciega, que nos debilita como creyentes sinceros.

Porque la sinceridad (siddiq) necesita necesariamente de la vivencia plena y auténtica de la realidad (ḥaqīqa). Y hay experiencias de esa ḥaqīqa que no pueden ser reducidas a simple lenguaje o a experiencia mental, nos exceden, nos arropan, nos poseen. Si somos conscientes de ellos nos veremos reflejados en la Sunna del Profeta ﷺ cuando sobre él descendía el Mensaje, nuestros límites como humanos necesitan de traductores ante tal experiencia. En una semioscuridad necesitamos de la luz muḥammadiana para comprender, para vislumbrar más allá de nuestra limitada visión. En menor medida nosotros, a veces, experimentamos lo divino, vivimos la grandeza cotidiana que Allāh, el altísimo ha puesto para nosotros. Y otras tantas la reducimos a signo unívoco, con un solo significado, el cual nos da nuestra mente limitada ante la inmensidad de Allāh, cuyo nombre sea exaltado.

Nuestro mundo, ese que se ha configurado durante milenios, vive de signos, de dogmas y de limitaciones. Sin embargo, una lectura atenta del Corán y la Sunna nos invita a vivir en plenitud sumergidos en el símbolo (ramz) y el ejemplo (mithāl) para que nuestro ego (nafs) no tenga la tentación de absolutizar la realidad, sino que tenga que esforzarse por descifrar los múltiples niveles que en ellos se contienen. Los sabios siempre advierten que una primera lectura, la externa, no nos podrá dar una visión profunda de la realidad, tendremos que volver y volver a la situación o al texto para ser conscientes del saboreo (dhawq) que esconde. Un esfuerzo personal por encontrar sentidos y no significados, un trabajo para hallarnos a nosotros mismos en el Corán y en la Sunna, para hacer a ambas vivientes en un mundo al que le encanta museizar. El islam no es una práctica de museo ni eventual, el islam es holístico y vivido y el creyente es dinámico y cambia, experimente y descubre. Son los ojos del corazón (‘aynān al-qalbī) los que deben ver en asuntos del dīn. Solo así encontraremos que aquel espejismo tenía algo de verdad pero que necesitaba ser visto desde la luz muḥammadiana, aquel que como decía Aisha (ra) de nuestro amado Profeta ﷺ: «Él era el Corán andante».

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Este es el caso del lenguaje alegórico. Cuando leemos el Corán no podemos pensar que todo es tal cual, como libro diseñado por Allāh para nosotros exigía de una traducción de realidades extraordinarias y expansivas, que superan nuestro intelecto (‘aql).

Las palabras del Corán no tienen una única lectura unívoca y agotable, sino que nos ofrecen mil posibilidades según el interprete, su estado de ánimo, sus conocimientos previos, su intención o su corazón. Sentarnos delante del Corán, como libro revelado y vivo, nos obliga a hacerlo presente en el instante que sus palabras entran a través de nuestros ojos o sus sonidos salen de nuestra boca. Por eso, el Corán tiene tanto valor. No es un libro es la palabra viva de Allāh que nosotros volvemos hacer vibrar y transportarnos a realidades que exceden el entendimiento. A este tipo de interpretación profunda se le ha llamado tawil. Una interpretación vivida, íntima, que a lo mejor no podemos compartir pero que nos hace sentir más intimidad con el Corán.

Los sabios del islam han visto en historias alegóricas como la de sayyidina Adām (as) un ejemplo de esto. Hay un falso debate sobre la «historicidad» de estas narraciones frente a la ciencia. Lo mismo en otras circunstancias hacemos que alegorías para tomar conciencia se «historicen» y se vuelvan anacrónicas. En mi opinión, queridas hermanas y queridos hermanos, no debería ser un debate un texto sagrado es un texto con mil opciones de interpretación y profundización. Se intenta explicar cosas que nos exceden y, al mismo tiempo, darnos pautas para aplicar a nuestra vida. Leer el Corán de forma literalista y exclusiva nos conducirá a la angustia porque esta lleno de metáforas, símbolos y advertencias. Una historia tan alegórica como la Adām (as) nos habla de la creación del ser humano en tanto ser privilegiado, de su expansión, de nuestra propia humanidad y sus limitaciones, no pretende ser un texto de prehistoria. Son guías para comprender lo que nos excede y preocupa, que de otro mundo ni siquiera podríamos disfrutar.

Es la raḥma (misericordia potencial) del Mensajero de Allāh ﷺ, que se encuentra en su Sunna, la que nos ayuda a sobrellevar todo esto. La que normaliza el abismo frente Allāh y genera un puente para llegar al Altísimo. Por eso, necesitamos del ḥadīth y necesitamos del ejemplo cotidiano porque no todo es metafísica, ni experiencias extremas como una revelación ni jalāl (majestuosidad). Necesitamos que nos interpreten la realidad divina que excede nuestro entendimiento a través de la belleza (jamāl) de la Sunna de Muḥammad ﷺ. El islam es un dīn que se caracteriza por su sencillez, por su humildad y por su grandeza.

Las alegorías, metáforas y símbolos son la vida congelada en un instante para que nuestra mente limitada pueda aprender, tras mucho equivocarse, y tener confianza. Son herramientas, nunca fin de discurso, para que nuestra mente (‘aql) y nuestro corazón cuerdo (qalb) procesen y vivan en calma. Para que después podamos implementar todo eso en nuestra vida a través de la ética, de la economía o la belleza. El islam te invita a vivir y a experimentar y nunca a convertirte en un asceta y renunciar al mundo. Y para ello, solo el ejemplo del amado de Allāh ﷺ es la luz que nos guía en un camino lleno de sombras, reflejos y espejismos. Quiera el mejor de la creación ﷺ guiarnos como al-Hady que es por el recto sendero y quiera Allāh, cuyo nombre sea exaltado, darnos entendimientos y poder para aferrarnos con confianza (amana) al camino que Él ha puesto para nosotros.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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