﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
Ḥaqīqa es como llamamos a la realidad. Queridas hermanas y queridos hermanos aceptar la realidad como es, como la ha creado el Altísimo es algo tan complejo que lleva toda la vida. Y, sin embargo, la ḥaqīqa tiene un punto valiosísimo para construir la ética (akhlāq).
En la khutba de la semana anterior hablamos de la ética, y esta debe aplicarse sobre realidades concretas. La ética no es abstracta y la realidad tampoco lo es. Parte de nuestros problemas vitales en la actualidad radica, concretamente, en no ser conscientes de esto. Esta situación no solo es un tema metafísico o elevado, sino que nos afecta en el día a día.
En nuestro instante vital se nos cuenta, una y otra vez, que las verdades no existen, que no hay verdades. En nuestro mundo de lo inmediato aceptar verdades de largo recorrido, que no fijas, es algo casi pecaminoso. Se nos exige el ahora, el usar y el tirar frente al meditar ante lo trascendente, ante el vacío que paradójicamente está lleno del decreto (qadr) y la misericordia potencial (raḥma) de Allāh, que exaltado sea su nombre.
Los maestros antiguos decían que la ḥaqīqa, en tanto realidad, estaba enraizada con la verdad. Pero no una verdad inmutable que espera ser desvelada sino una verdad cíclica que desciende sobre nosotros, que se moldea, que se manifiesta y se enraíza en nuestra realidad. Por ello, la realidad no puede ser sin esa verdad y la verdad no espera a ser desvelada, sino que se manifiesta a través de la realidad vivida.
El concepto, tan usado en los textos islámicos, de ḥaqq bi-l ḥaqq (verdad verdadera) nos enmarca muy bien en esta circunstancia. Toda verdad depende de otras para existir y para fundamentar la realidad. La realidad es intersección de realidades, multiplicidades que devienen en una unidad.
De hecho, queridas hermanas y queridos hermanos, el camino del islam exige la realidad vivida (ḥaqīqa) sobre cualquier contemplación. Esa exigencia es la que nos permite vivir el nombre de al-Ḥaqq, ese nombre de Allāh que nos remite al poseedor de la verdad necesaria para que nuestro mundo tenga consistencia. Si nos situamos en su posición espiritual (maqām) nos daremos cuenta de tal grandeza y podremos proseguir el camino.
Como hemos dicho en otras ocasiones, solo una varianza en la letra, de un punto que conforma la raíz trilítera –de qaf (ق) a fā’ (ف)– hace que la verdad alzada como una columna, que la realidad en la que vivimos se convierta en lo arqueado, en lo doblado, en lo vencido. ¿Os imagináis el valor simbólico que tiene esto? No podemos permitirnos vivir en un universo vencido, doblado, dañado…
Por eso, nosotros tenemos que ser conscientes y tenemos que estar despiertos a la ḥaqīqa. Debemos buscar el ḥaqq incansablemente guiados por el ejemplo, la Sunna, del profeta Muḥammad ﷺ que acomoda nuestros ojos velados cuando la luz de la ḥaqīqa más ciega nuestra falible vista.
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Hay una metáfora, bella y desconocida, que remite al profeta Sulaymān (as), el más sabio y justo de todos, que al finalizar el templo que hizo en honor a Allāh, el altísimo, remató las bellas columnas de la entrada con granadas. Como en todo lo que hacía él (as) nada era casual y el colocar estas frutas allí tenían un significado profundo que explica, bastante bien, el significado de la realidad (ḥaqīqa) en relación con nuestro mundo.
Una fruta tan aparentemente simple y frágil esconde la unidad múltiple. Bajo la cáscara se despliegan cientos de granos, simientes potenciales con memoria genética para crear un bosque de granados. Si nos fijamos detenidamente, en una fruta tosca se halla la raḥma (misericordia potencial, matricialidad) para crear vida, se hallan múltiples verdades e identidades que podrían general mil más y todo se halla contenido en una simple realidad (ḥaqīqa). ¿Cuál es la verdad más poderosa de la granada?
Ninguna y, a la vez, todas. La granada es poderosa por sí misma porque es la realidad que contiene cientos de individualidades de la realidad que a su vez podrían generar mil realidades más. Es un universo contenido que puede expandirse más allá. Este es el mejor ejemplo de lo que la ḥaqīqa, la realidad significa. Y el profeta Sulaymān (as) lo sabía y así lo dejó marcado a las puertas de tan sublime lugar. Por ello la granada, metáfora de la realidad, se convirtió en una fruta profética y llegó a ser –en ese juego de resonancias del ghayb (no visto) del Altísimo– una de las frutas favoritas de nuestro amado Mensajero de Allāh ﷺ.
El anhelo de conocer la realidad (ḥaqīqa) es largo y complejo como lo es conocer todos los granos de la granada. No es imposible, pero es arduo. Sin embargo, queridas hermanas y queridos hermanos, el esfuerzo no es en vano porque es una gran medicina para los tiempos que vivimos de ignorancia y parcialidad.
La ḥaqīqa (realidad) se percibe desde la vida sosegada, desde la taqwa (conciencia) desde el dhikr (recuerdo de Allāh) y el cumplimiento de la Sunna, de las tradiciones que nuestro amado Profeta ﷺ nos ha legado. Las cosas que nos mandan y que cumplimos no son porque son, son porque forman parte de una realidad. Si no es así, algo falla y os tienden una trampa: ¡Cuidado con aquellos que intentan imponer una Sunna sin explicarla, sin paladearla! Pues ellos no pretenden invitaros a la ḥaqīqa, sino pretende que os convirtáis en ciegos autómatas, en máquinas de creencia. Un creyente sincero tiene salām (paz) porque percibe la realidad que hay tras la realidad, porque percibe el ḥaqq bi-l ḥaqq. Y mis queridas hermanas y mis queridos hermanos os aseguro que en estos tiempos hay exceso de quienes quieren ocultar eso.
Por eso, os invito a que pidamos entre todos realidad para nuestro mundo, visión a largo plazo, belleza para disfrutarlo, fuerza para soportarlo y paciencia para alcanzarlo. Ese es el camino de la ḥaqīqa nadie dice que sea fácil pero su final merece la pena…
Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).
Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.