﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
Queremos explicar con nuestras palabras la grandeza de la creación y, a veces, son tan frágiles que las hacemos estallar en mil pedazos. Entre los términos de la tradición islámica hay uno al que constantemente le ocurre esto, la taqwa sufre con nuestra razón y con nuestro lenguaje pues Allāh, el altísimo, nos desafía con uno de los conceptos más majestuosos (jalāl) que existen.
Es de la taqwa de lo que hablaremos hoy en nuestra khutba (sermón), y no vamos a traducir entre paréntesis como hemos hecho otras veces porque su significado se presenta ante nosotros como un abismo oscuro que más adelante se abre en un valle con un jardín inmenso. Y es que solo la poesía alcanza al sentido original de taqwa, aquel que se ha traducido, tan amargamente, por «temor».
Y yo pregunto: «¿Temor de qué?» Dicen algunos: «Temor de Allāh». Es propio de los seres creados, jinnes y seres humanos, que en la fragilidad de sus mentes tengan la pulsión de traducir taqwa por simple «temor», pudiendo hacerlo por conciencia. Y ese, aunque heterodoxo, es el término que me invita mi experiencia como musulmán a traducirlo. Un musulmán jamás debería tener ni temor ni miedo, pues esas experiencias velan los ojos y el corazón y nos hacen frágiles, a merced de Shaytan.
El ser humano es califa de Allāh. Es Él, el altísimo, quien le ha concedido todo, debería estar por encima de sentimientos frágiles. Por eso, quedarnos con el simple «temor» produce tristeza y amargor, más aún cuando el verdadero creyente (mū’min) sabe desde su corazón (qalb) que nada hay que temer pues la raḥma de Allāh, que exaltado sea, se desborda y siempre recibiremos su misericordia potencial.
Concuerdan los lexicógrafos y los sabios que la taqwa es el antónimo natural del fujūr, el término que en árabe clásico se le da a la destrucción. La taqwaimplica tener conciencia, protegerse, cubrirse con un escudo, observar el deber. Entonces, ¿Cómo la taqwava a ser un simple temor a Allāh del creyente?
No, no puede serlo, sería desvirtuar la grandeza de Allāh, sería negarle todo su jamāl (belleza) y reducir su jalāl (majestuosidad) a la infantil mirada del castigo, de la represión. No, un creyente sabe que Allāh es perfecto, misericorde e insondable. Él, a través del luminoso Mensajero ﷺ, nos ha mostrado primero el amor (ḥubb), y luego el camino (ṣirāṭ) por el que llegar al máximo nivel en nuestra vida. Eso es el islam.
Se nos pide que experimentemos la taqwa para que ningún ídolo tenga efecto sobre nosotros, para que actúe como un escudo que nos proteja del mal y para que observemos el deber que marcaron Allāh, exaltado sea su nombre, y nuestro Profeta ﷺ desde el Corán y su Sunna. Se nos exhorta a la taqwa para que seamos conscientes de la grandeza, de la omnipotencia y de la insondabilidad de Allāh. Y es ahí donde llega una sensación cercana al temor que es el vértigo.
Un vértigo tremendo ante el vacío pleno con el que se presenta Allāh, el altísimo; un precipicio tan hondo que nuestra mente siente ante la omnipotencia y nuestro cuerpo experimenta un temblor. Porque Allāh es al-Quddus, cualquier ser creado se siente sobrepasado por el misterio y por el, aparente, vacío. Pero ante esto el verdadero creyente dice con fuerza:
«¡Oh, Allāh! En tus manos entrego mi destino, y aunque aparente oscuridad esta presencia tuya se que la luz del Mensajero ﷺ me iluminará y hará desaparecer cualquier vértigo y temor. Pues no hay nada que tú, altísimo, no hayas enseñado a tu amado Profeta ﷺy que él no nos muestre a nosotros».
Y así es como la taqwa, en nuestra mente, se transforma, inmediatamente, de temor a plena conciencia pasando a estar regida por el corazón (qalb) en vez del intelecto (‘aql).
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Tan solo podemos entender la taqwa bajo la luz muḥammadiana, con su ejemplo y su presencia. Es él ﷺ a quien Allāh, exaltado sea, le ha otorgado la mayor taqwa dada a un ser creado. Por eso, él ﷺ es el humano perfecto, el insān al-kāmil. Todos miramos asombrados su comportamiento (adab), su visión (baṣira) y su ética (akhlaq) amalgamadas en torno a su taqwa, a la conciencia de la infinitud del Creado, a la insondabilidad (quddusiya) del Señor de Mundos.
La taqwa, como le ocurría al Mensajero ﷺ, es el ser consciente de cada acto realizados ante la omnipotente infinitud de Allāh y la grandeza de la creación. Y es esta actitud de enseñoreamiento (rubbubiya) con la creación la que otorga dominio y soberanía sobre la propia existencia como le ocurrió a nuestro amado Profeta Muḥammad ﷺ, nuestro ejemplo. Y así nos lo dice un ḥadīth, narrado por Ibn Umar, en la famosa compilación Al-Adab al-Mufraddel Imām Bukhari:
«Cualquiera que tenga taqwa de su Señor y fortalezca sus lazos de sangre, su vida será larga, su riqueza abundante y le amará su familia» (Adab al-Mufrad, 2:13)
Este ḥadīth viene a marcar muy bien el peso de la taqwa como reguladora de la experiencia espiritual tan necesaria como las acciones sociales (lazos de sangre, comunidad) generará una vida plena. Una plenitud que no es otra cosa que la conciencia de que la grandeza de Allāh y su qadr (la ley de la existencia) para nosotros, la aceptación más allá del vértigo y el temblor.
Una vida plena, con riqueza y amor solo llega tras despojarnos de los conceptos amargos que nos hacen frágiles, y al ser plenamente conscientes que en esta tierra estamos para ser los califas de Allāh, el altísimo. Una gran responsabilidad y a la vez una gran bendición que se nos exige como musulmanes y musulmanas. ¿Acaso un timorato podría tener esta experiencia de plenitud?
Por eso, la taqwa supone un mirar más allá del vacío y ser capaces de ver el jardín en el valle entre acantilados. Eso es el islam, la naturalidad frente al asombro frágil y la aceptación de nuestra fragilidad que está en manos de la maravillosa y fresca raḥma de Allāh. Nada hay nada ni nadie que no tenga su poder.
Y ante esa sensación de la conciencia plena del poder de Allāh, de la luz otorgada al Profeta ﷺ, de nuestra propia fragilidad y limitación, es nuestro corazón el que habla y el que dice fuertemente: Alhamdulillah.
¡Hermanas y hermanos si alguien os dice que temáis con temblor no le creáis! Pues el Mensajero de Allāh ﷺ nos enseña que por encima de cualquier temor está el amor, y por encima del castigo está la infinita misericordia de Allāh, el altísimo. Y el islam es salām (paz) y nosotros la gente del imán, arraigados a la realidad (ḥaqīqa) de Allāh, exaltado sea. Qué hable nuestro corazón y calle nuestra cabeza, que el zikr se apodere de nosotros.
Así pedimos a Allāh subhana wa t‘ala que nos de la más pura taqwa para vivir junto a nuestra familia, nuestra comunidad, nuestros hermanos y el resto de la humanidad. Aceptando nuestras responsabilidades y el mandato divino. Brindando luz muḥammadiana a la tierra y protegiendo su bendita creación.
Pedimos a Allāh que, a través de su salām, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz (nūr) muḥammadiana.
Pedimos Allāh que perdone y otorgue paz a nuestros antepasados, a nosotros, a nuestros padres y a todos los creyentes.
Pedimos a Allāh que nos guie con salam en el ṣirāṭ al-mustaqīm (camino recto) y que Él acepte nuestra ‘ibada (adoración).
Dicho esto, que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de todos los mundos.