Peregrinaje en cinco actos
ALGUNAS PINCELADAS SOBRE LA VIDA Y ENSEÑANZAS DE ABU MADYAN
Un resumen de su vida: su largo peregrinaje, (en cinco actos)
1. Abu Madyan nació en 1115 ó 1116 en Cantillana, en los primeros años del siglo XII, cuando al-Andalus (la España musulmana) era parte del Imperio almorávide. Aquí vivió su infancia. En aquellos momentos Cantillana (Cantinana o Catiliana) era una estratégica fortaleza: un recinto amurallado, que ocupaba la parte más alta del pueblo, donde está la Iglesia Parroquial. Su estructura urbana, medieval y andalusí, estaría compuesta por un conjunto abigarrado de calles, formando un semicirculo, rodeado por la muralla y el foso defensivo. La mezquita estaría posiblemente en el lugar donde se encuentra la Ermita de la Misericordia. Y en la Plaza del Caño estaba la fuente de las abluciones. De aquella alcazaba sólo queda parte de la muralla, oculta por las casas adosadas a ella, y la inclinada Torre del Reloj, al inicio de la cuesta que lleva su nombre.
Su numerosa población, los cantillaneros de aquella época, se dedicaban a la agricultura, la ganadería y la pesca fluvial. Su base económica estaba en la fertilidad de sus tierras (vegas del Guadalquivir y del Viar), la laboriosidad de los hispano-musulmanes, sus excelentes métodos de cultivo y la existencia de una amplia dehesa, donde criaban caballos y ovejas.
Abu Madyan, que recorrería una y otra vez sus calles, quedó huérfano muy pronto. Fue obligado a cuidar ovejas por sus hermanos. Pero él tenía un deseo: quería aprender. Así nos lo dice el mismo: “En mi infancia cada vez que pasaba delante de una mezquita o una escuela, mi corazón palpitaba de emoción, yo no sabía aún qué era leer ni orar, pero deseaba ardientemente aprender. Me escapaba, cada día, para ir a escuchar a los maestros más reputados”. Es muy posible que uno de esos maestros reputados fuese Ibn Barrayán (m. 1141) , imam de más de cien localidades.
La oposición de sus hermanos a su más íntimo deseo, provocó que se fugase una noche de su casa. Fue encontrado al amanecer. Lo intentó otra vez, pero nuevo lo encontraron. Su hermano mayor lo amenazó con una espada. Él se defendió con un palo, rompiéndole la espada que blandía… Nadie se lo impediría ya. Venció la oposición familiar.
2. Salió de Cantillana y llegó a un lugar en la costa donde vivía un asceta solitario. Este hombre le recomendó buscar el conocimiento para adorar a Dios correctamente. Desde allí comenzó su ciego peregrinaje, pues eso fue su vida: un peregrinaje hacia la Verdad, la Realidad Divina (al-Haqq). Pasó por Sevilla, Jerez, Algeciras y llegó a Tanger. En Ceuta trabajó como pescador. En Marrakech, capital del Imperio almorávide, fue enrolado en la guardia andalusí del sultán. Lo pasó mal, pues otros soldados lo maltrataban y le robaban lo que ganaba. Lo suyo no eran las armas.
3. En cuanto pudo marchó a la gran ciudad de Fez, la capital cultural del Magreb. Allí, por fin, comenzó su aprendizaje: estudió en la madraza de la mezquita de Yami al-Qarawiyyin, principal centro de enseñanza de la ciudad, y allí entró en contacto con el sufismo a través de maestros magrebíes y andalusíes (ocho en total) que le dieron a conocer el sufismo de Oriente Próximo, al-Andalus y el Magreb, tanto en el aspecto teórico como práctico. Su primer maestro Alí Ibn Hirzi-him’ le enseñó que todo lo que sale del corazón llega a los demás corazones. Su último maestro fue Abu Ya’za (m. 1177), un santo y sabio iletrado, con el que alcanzó la perfección espiritual: culminó lo que en el sufismo es el viaje interior de retorno a Allah, convirtiéndose en un waliullah (amigo íntimo de Dios). (El sufismo es el camino, o vía espiritual para alcanzar la perfección personal, mediante el dominio del yo (nafs) y el desapego o renuncia al mundo, y llegar a Dios, a su contemplación espiritual o vivencia profunda. La fuerza motivante para realizar el camino o viaje hacia Dios es el Amor puro y profundo a Dios. Es para entendernos la mística musulmana. Siempre fueron vistos con recelo por las autoridades religiosas, a pesar de que los sufíes son seguidores de la profunda espiritualidad del Profeta Muhammad, arquetipo de hombre verdadero o perfecto para los musulmanes.)
Tuvo una sólida formación espiritual e intelectual y supo llevar a cabo, en su pensamiento y en su vida, una síntesis personal de todas las influencias recibidas.
4. Dedicó su vida a la enseñanza
Después de la muerte de su maestro inició su viaje a Oriente (quizás a La Meca). Pasó por Tlemcen, donde recibieron de buen grado sus enseñanzas, continuó el viaje, pero se tuvo que quedar a vivir en Bugía (Argelia), dedicándose plenamente a la enseñanza durante los últimos veinte años de su vida. No sólo enseñaba a sus discípulos directos, sino también, a todo el pueblo, a todos los que se acercaban a oírlo, bien en la mezquita, bien en las “sesiones de admonición” (sermones), celebradas en su centro sufí (zawiya), llegaban personas de todos los lugares en busca de consejos sobre asuntos personales, legales, incluso políticos, y gran número de sufíes para preguntar sobre cuestiones doctrinales y espirituales.
En Bugía escribió sus principales obras: Bidayat al-murid (Trabajos del discípulo) y sus aforismos (Hikam) y sus numerosos poemas.
5. Y le llegó su hora…
Su fama se extendió pronto por todo el Magreb y al-Andalus, sin embargo nunca fue bien visto por las autoridades políticas y religiosas de Bugía, a las que él consideraba hipócritas e ignorantes. Llegaron a considerarlo un peligro para el Estado de los almohades. Fue acusado de heterodoxo, herético, blasfemo y de sedición o conspiración para quitarle el trono al Califa: decían que se quería convertir en Mahdí (el Enviado de Dios), dado sus numerosos seguidores. Las verdaderas razones eran la envidia de los alfaquíes, la claridad con la que hablaba, sus opiniones sobre la justicia social y sus alabanzas de los fuqara (los pobres), a los que consideraba “los sultanes, los señores y los príncipes”, y sobre todo su forma de vida y su sinceridad. Las acusaciones llegaron hasta el Califa almohade Abu Yusuf Ya’qub al-Mansur, quien lo mandó llamar para interrogarlo. Corría el año 1198. Se puso en camino, escoltado por los soldados del gobernador y acompañado por sus discípulos. Murió en Ain Tabalek, cerca de Tlemcen (Argelia), a mitad del camino entre Bugía y Marrakech. Sus últimas palabras fueron: “Dios es la Verdad”. Y señaló el lugar donde quería ser enterrado. Fue enterrado en Al-Eubbad, que actualmente es un barrio integrado en Tlemcen. Tenía ya 82 años….
¿Cómo era Abu Madyan?
Nos dice algunos sufíes que Abu Madyan era un hombre bien parecido, agradable, humilde, desprendido, exigente consigo mismo, auténtico e impregnado de cuanto implica la nobleza de carácter, la belleza interior y el desapego de este mundo. Un hombre libre que había doblegado su egoísmo y egocentrismo (su método era el ayuno muy frecuente). “Nadie logra la libertad verdadera mientras él permanezca bajo influencia de la porción más leve de su egoísmo”. Él creía en el libre albedrío, en la libertad de opción del hombre sobre sus acciones y su responsabilidad en a sus errores. Un hombre, en definitiva, liberado de caprichos, pasiones y deseos mundanos, tal como lo expresó en el siguiente aforismo: “Quien es subyugado por sus deseos acaba por caer en la indolencia”. “La ruina del sufí es seguir la pasión (mundana)”. Porque quien se deja arrastrar sólo por los intereses mundanos, queda esclavizado, sometido al dominio de lo material y a su propio egoísmo.
Como verdadero musulmán (muslim) buscó siempre hacer la Voluntad de Dios (Allah). Vivió desde Dios (el Amigo, el Amado) para los demás. Fue un faqir (un pobre voluntario), que vivió la pobremente, pues sólo necesitaba a Dios, y un enamorado de Dios, renunciando no sólo a lo ilicito (el pecado), sino también a lo lícito (los bienes materiales necesarios para vivir). Sintió su Presencia en todo (en sí mismo y en todo lo creado), pues para Abu Madyan, como él mismo nos dice en sus escritos: “estar junto a Él es un paraíso”, “el trato con Él es vida” y “su proximidad es un gozo”.
Todos los que le rodeaban se sentían traídos por su sabiduría, santidad y sencillez de vida, ascética, austera y desinteresada, sin ostentación, dándole esa forma de vida autoridad a sus palabras. Un hombre íntegro. Mucha gente se contentaba con besar su mano para obtener su gracia y bendición.
Algunos rasgos del sufismo de Abu Madyan
Con Abu Madyan se inaugura una nueva escuela o vía espiritual sufí, que es una síntesis singular del sufismo oriental, occidental o magrebí y andalusí. Consiguió una unión íntima y armónicamente de las enseñanzas y prácticas orientales, en sus con sus diversas tendencias o expresiones, con la sabiduría, prácticas y actitudes magrebíes u andalusíes, muy implicados socialmente y en abierta confrontación, en bastantes casos, con las autoridades políticas y religiosas, que le aportan la sabiduría de un sufirmo ascético, fraternal e iluminado. De esa síntesis, vital e intelectual, surgió un nuevo sufismo, un cambio en su orientación, al afirmar la responsabilidad social del sufí como parte esencial de la exquisita y elevada espiritualidad musulmana. Para él sufismo no era sólo una vía de ascetismo y contemplación de las realidades divinas, sino un medio de estar en la sociedad, de ejercer su responsabilidad social, realizando una tarea positiva a favor de ésta.
Abu Madyan dejó escrito en su libro Bidayat al-murid, que el sufismo “no es la (mera) observancia de reglas, ni consiste en el progreso a través de los estados espirituales. En su lugar, el sufismo es integridad personal, generosidad del alma, adecuar los propios actos con lo que ha sido revelado, conocimiento del Mensaje”. Para él “el principio del Amor Divino es invocar constantemente, y en todas las circunstancia, el nombre de Dios, tender con todas las fuerzas del alma en conocerLe, y no tener la vista mas que en Él solo”. Dios fue el centro de su vida, lo único verdaderamente valioso, pero consideraba que el sufí no podía ser un místico contemplativo separado de los demás, sino que debía integrarse en su medio social y jugar un papel salvador en el seno de la comunidad de creyentes. Debían vivir en el mundo sin ser del mundo. “El verdadero faqir (el sufí), nos dice, no debe ser envidioso, egoísta, ni arrogante con sus conocimientos; no debe ser tacaño con su dinero. Por el contrario, debe actuar como un guía de la sociedad, alegre, con clemencia de corazón, y compasivo con las criaturas de Dios. Para él todos los seres humanos son como una de sus manos”. Es decir, debe actuar con solidaridad y generosidad hacia los demás, tratándolos con justicia.
Creía que la sociedad humana debía estar gobernada por personas sinceras, sometidas a la voluntad de Dios, atentas a las necesidades de los demás y haciendo justicia a los más necesitados de acuerdo a los mandatos del Corán, aunque advertía que “los sinceros son pocos entre los virtuosos”. Por ello inculcó en sus discípulos la ética de la fraternidad (la futuwwa islámica), que es anteponer los intereses y necesidades de los demás a los propios y no ver en ellos sus defectos, sino sus virtudes. Les proponía distanciarse de la opresión y de aquellos que la practican, y, sobre todo, vivir plenamente la pobreza (faqr), la sinceridad (sidq) y la confianza en Dios (tawakkul).
Su actividad como maestro sufí
Sus numerosos discípulos, más de mil, de los que trescientos alcanzaron la realización o perfección espiritual, hicieron que se le conociese como maestro de maestros (shaij al-mashayej), pues practicaba una elevada pedagogía. Para Abu Madyan la actitud, aptitud, testimonio y actividad del maestro era fundamental para que el discípulo pueda realizar con éxito su aprendizaje interior y su proyección exterior. Por ello fue muy exigente consigo mismo y con aquellos que deseaban ser maestros, pues maestro no puede ser cualquiera. Les exigía un comportamiento noble, atento al discípulo, y que su interior irradiase la luz de la Verdad. Además, consideraba que el maestro no sólo era miembro de un grupo espiritual sufí, sino que tenía la responsabilidad de guiar a la sociedad humana en general y mostraba preocupación para que aquellos que aceptasen el liderazgo espiritual estuviesen libres de falsas pretensiones, de hipocresía y de apego al mundo material. También fue exigente con sus discípulos. Los discípulos debían tener con sus maestros confianza y estima, si querían que su enseñanza fuese provechosa. Entre las recomendaciones que hacía a los discípulos sobresalen el servicio, la atención, la humildad y el respeto o cortesía hacia los maestros. No cabe la arrogancia o la vanidad, ni la altanería o vanagloria en el discípulo,
Difusión de sus enseñanzas y vigencia de las mismas
Su método o vía espiritual, su sufismo, se difundió por todo el mundo musulmán, Al-Andalus, el Magreb y Oriente Próximo, incluyendo Turquía, e influyó en los sufíes de su tiempo y de épocas posteriores hasta nuestros días, en muchas órdenes o hermandades sufíes. Su mensaje, que ha permanecido vivo de generación en generación, también influyó en los demás creyentes musulmanes, en las personas sencillas, especialmente en momentos de crisis, para hacer frente a la decadencia y la corrupción.
Es considerado por los demás sufíes la figura central del sufismo occidental, el del Magreb, con una clara proyección universal. Será llamado el “Maestro de Occidente” por Yâmi y el “Heraldo del Camino Espiritual de Occidente” por el gran maestro Ibn ‘Arabi (m. 1240), que lo amaba y lo consideraba su maestro por excelencia. En la terminología sufi se le considera un Qutb (eje o polo espiritual de su época) y un Ghawt (socorro supremo o auxiliador): Dios se manifiesta en él. Y todos lo consideran un Maestro de maestros (shaij al-mashayej).
Su obra y sus enseñanzas tienen plena vigencia en el mundo actual. Son un estimulo a vivir con libertad y autenticidad, una llamada a liberarnos de la tiranía del egoísmo personal y a elevarnos por encima del mundo material, y un antídoto contra el fanatismo y el sectarismo. “De nada sirve el Islam, si se practica con orgullo”, decía él. Lo mismo puede decirse de cualquier creencia o ideología, si no se respeta y valora a los demás.
Por último, su integridad de vida, su santidad (walaya, cercanía a Dios), y su amor (entrega y generosidad) por los demás fueron para todos un testimonio permanente, que continúa atrayendo a miles de personas.