Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Qadr, el poder, vivimos rodeados de él y ni siquiera sabemos lo que significa con profundidad. Anhelamos el poder, el control, el sometimiento de la realidad y desconocemos donde está el último y el verdadero. Queridas hermanas, queridos hermanos hoy vamos a reflexiona sobre el poder de Allāh: El qadr.

Nuestra sociedad se alimenta del poder, pero este es un espejismo en comparación al que tiene Allāh, el altísimo, pues el poder terrenal es de apariencia indestructible y a la vez, enormemente, frágil. El poder terrenal corrompe, mancha el corazón sino se sabe aplicar junto a él raḥma (misericordia), taqwa (conciencia de Allāh) y adl (justicia) porque al ser el reflejo de algo divino excede, a priori, de nuestra capacidad humana.

Y así, ocurre lo que ocurre en nuestro mundo. Ebrios de poder muchos creen tener conciencia divina cuando lo que tienen es una fragilidad extrema porque no son conscientes de la última realidad. Es aquello que el islam ha llamado shirk y que traducimos como idolatría, cuando ponemos, decimos o equiparamos algo con Allāh, que exaltado sea su nombre, aún sabiendo que no hay nada igual.

En el caso del poder, en concreto del qadr, es obvio: un atributo tan divino cree verse en cualquier parte, podemos asociarlo con cualquier cosa y a penas sin tener conciencia de ello. El orgullo humano amplifica, precisamente, el control sobre la realidad aparente (poder humano) hacia algo más serio que creyendo reforzarnos nos hace más débiles. Sin conciencia del qadr el ser humano se vuelve arrogante y ridículo y, en el peor de los casos, incurre en el fanatismo.

Es por ello, que aquellos que son creyentes sinceros se dan cuenta que no hay nada como el qadr, pues es lo que sucede en tanto voluntad de Allāh, que exaltado sea su nombre. A diferencia del poder terrenal, que es finito y tangible, el qadr es un dictado cósmico que está más allá del tiempo y del espacio y que se graba en la vida de una persona. Por eso, el qadrno se circunscribe a una persona y su nafs (ego), sino que es un mandato de orden universal por el que se rige la creación tal y como la conocemos.

Y aún pudiese parecer fatalista no lo es, no restringe el libre albedrío, sino que marca la senda por donde transitar en esta compleja vida. Nuestra libertad no se coarta, al revés el qadr es un instrumento liberador y de apertura para no enloquecer en la existencia. Acaso ¿os imagináis tener libertad absoluta? ¿os imagináis una vida dictada desde las alturas? Pues el qadr, como todo en el islam, es término medio y facilidad en el camino el arduo espiritual. Pues como dice el Corán:

«Y él (Noah) dijo: ¡Oh, pueblo mío!, una clara advertencia os traigo: adorad a Allāh, tened conciencia de Él y obedecedme, pues él cubrirá vuestras faltas y os permitirá vivir hasta el plazo que Él os ha marcado» (Corán 71: 2-4).

Es precisamente ese plazo, ese decreto, la constatación de que el qadr no es límite sino posibilidad y que su poder unido a nuestra conciencia y adoración la que hace una vida justa y plena. Y, aunque, nosotros veamos el qadr lleno de una gran transcendencia metafísica, para un creyente debe ser tan normal como el respirar. Es la medida para vivir.

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En el camino de nuestra vida, la de aquellos que hemos aceptado el islam como senda espiritual, está marcado por el qadr. Esta es voluntad, pero no orden, pues Él, que exaltado sea su nombre, no ordena al creyente, sino que permite unos márgenes de acción, una plasticidad. Decían los maestros antiguos que el qadr no es como una montaña solida e impenetrable que te puede aplastar sino como un océano en el que entrar, en el que envolverse y en el que comprender. Por eso, el auténtico creyente bucea hasta el fondo y descubre que tiene una gran capacidad de movimiento.

Y esto es porque, aunque algunos se empeñen, no se puede traducir qadr como destino de ningún modo puede ser así. Nuestro mundo es dinámico, es khalq al-jadīd (creación dinámica, creación nueva) según lo ha dispuesto Allāh pues nada permanece salvo Él y su dictado. Por lo que su creación va mutando según las circunstancias y las acciones de sus seres aún tengan un orden impreso.

La conciencia de qadr de Allāh, que exaltado sea en su majestad, nos permite conocer una creación más profunda, llena de grandeza, que nos invita a una experiencia del absoluto como la que vivió el mismísimo Profeta ﷺ. No olvidemos como lo experimentó, como vivió aquella experiencia en su propio cuerpo: la revelación, una experiencia tanto traumática pero inmensa, legitimada en el qadr.

El Profeta ﷺ podía haber dicho que no, podía haberse negado e intentar negar la voluntad de Allāh. Y de hecho lo intenta cuando recibe la primera revelación del Corán. Pero el qadr en un creyente, una vez que es consciente de la acción, se despliega como libertad absoluta ante el universo, como un regalo inexorable e imperdible…Fue su reafirmación como Mensajero de Allāh, como el garante de esa risala (mensaje) que cambiaría la historia para siempre. Porque no solo fue una aceptación pasiva, sino una reforma activa que daría su amada Sunnah, que nos sirve para transitar el largo camino.

Y aunque nosotros no lleguemos a la posición espiritual (maqām) del amadísimo Profeta Muḥammad ﷺ podemos experimentar ese qadr y su aceptación. Si, queridas hermanas y queridos hermanos, podemos hacerlo a través del du‘a y el corazón sincero, aunque, sin duda, esto corresponde a otra khutba.

Así que pidamos que Allāh el altísimo y la luz de su Mensajero ﷺ nos hagan sentir el poder del qadr, que lo aceptemos y podamos vivir en plenitud y con conciencia en esta creación.

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.