Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Cuán importante es hablar de economía en estos tiempos, a este tema dedicaremos nuestra khutba de hoy. Nuestra intención es hablar de economía según los dictados de la espiritualidad que Allāh, el altísimo, ha formulado y su Mensajero ﷺ ha transmitido. Una economía desde el corazón y la conciencia hacia el mundo tan complejo que nos toca vivir.

Y es que, aunque han pasado siglos desde que el Mensaje descendiera para nosotros, necesitamos urgentemente tomar medidas éticas con la economía por el bien de nuestro mundo, de nuestra sostenibilidad y de nuestro compromiso con la comunidad. Buscar un estado de bienestar es una obligación que tenemos como musulmanes en un mundo en el que la economía sin corazón amenaza al mismo planeta.

La economía sostenible, horizontal y social no es un invento actual, ha estado en el ADN de muchas culturas y civilizaciones, entre ellas la nuestra: la islámica. En el mensaje coránico y en la Sunna, el mensaje profético, hay innumerables ejemplos de buen comportamiento y de hacer revertir en la sociedad los beneficios que obtenemos del comercio, de la buena gestión de nuestro patrimonio o del rizq (recompensa) que nos envía Allāh, a lo largo de nuestra vida.

El principio de justicia (‘adl) así como el principio de bien común (maslaha) nos obliga a velar por el débil, a ayudar a quien no ha tenido las mismas oportunidades que nosotros, a incitar a emprender o a proteger nuestra calidad de vida desde la ética social. Desde el compromiso pleno con la creación. ¿Acaso hay una motivación más grande que esa?

A día de hoy, la economía islámica despega como una alternativa basada en repensar los estándares éticos buscando un bien común (maslaha). Si, podemos pensar que queda mucho por hacer, pero ya se traza el sendero hacia una realidad. El dinero y los bienes solo pueden provenir de las acciones ḥalal (lícitas), de transacciones controladas y en ningún caso pueden estar manchadas de sangre, de usura o de acciones que degradan a las personas. Es un camino lento y pedregoso, que podría impedir y vencer al buitre que se esconde bajo los ciclos de crisis económicas que sufrimos cíclicamente.

Así, las especulaciones y los riesgos financieros deberían asfixiarse frente a la ética, al compromiso social y al bienestar universal. Por eso, es necesario que para oxigenar nuestra sociedad y nuestros mercados se produzca un necesario retorno de los excedentes de la riqueza. No se trata de quitar dinero a nadie, no se trata de cuestionar la propiedad, no se trata de ser injustos con las recompensas, sino de dar a otras oportunidades desde nuestra extroversión social, desde nuestra posición.

Y es que el mensaje del islam es profundamente ético y social, por eso exige un retorno de la riqueza a la comunidad de modo que esta pueda beneficiarse de los que a su vez se han beneficiado de otros. A este retorno, ordenado desde el Mensaje de Allāh t‘ala, los musulmanes le llamamos: zakat.

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La zakat, o el «azaque» –tal y como lo llamaban nuestros moriscos–, no es una limosna (ṣadaqa), no se da por remordimiento, no limpia conciencia del que la da. La zakat es uno de los cinco pilares del islam, una obligación para todo musulmán o musulmana mayor de edad que tenga patrimonio, es una Sunna íntimamente unida a la purificación (ṭahāra) concepto central en el islam.

Como seres humanos, tenemos que luchas frente a nuestro connatural egoísmo, contra nuestro ego (nafs) y la zakat, al igual que purifica nuestros bienes, lo purifica y lo domestica. Esto es porque el acto de la generosidad aplaca ciertos sentimientos de superioridad que tenemos. Pulsiones que nos hacen alejarnos de la justicia, del «otro» y, finalmente, de los valores del islam. Por eso, es una acción obligatoria para todo creyente mayor de edad.

Y es que con la zakat nos purificamos de todo el año lunar. Nosotros y nuestras posesiones materiales, aquellas que Allāh nos ha cedido temporalmente en esta tierra. A la vez, damos oportunidad, a través de nuestra propia purificación, de que otros tengan un camino por donde proseguir siguiendo el ejemplo del Profeta Muḥammad ﷺ. El acto de la entrega de la zakat nos recuerda nuestra vulnerabilidad, pero también la grandeza. Allāh quiere y desea que experimentemos todos los estados (maqamāt) y que, al final, digamos: alḥamdulillāh.

La zakat siempre hay que darla del excedente, no de nuestra fuente de supervivencia. En este sentido se cita el ḥadīth en el que el Profeta ﷺ dijo que una persona con un caballo solo no era susceptible de pagarlo (Sahih Bukhari, 1463), y esto se debe porque no hay un excedente en el patrimonio, sino que ese patrimonio es de subsistencia. El islam no obliga a dar si no se tiene la vida cubierta.

Sabemos que la zakat tan solo supone un 2,5% del valor de nuestra riqueza acumulada durante el año. No podemos prescindir de entregarlo a quien lo puede necesitar, de la forma de que Allāh nos ha permitido incrementar nuestro patrimonio. Y esta zakat debe estar dirigida a acciones directas sobre personas directas, nos valen instituciones ni proyectos: deben ser gente que lo necesite.

Hay innumerables ḥadīthes que tratan el tema de la zakat en Bukhari y en Muslim, y en otras tantas compilaciones. Pero me gustaría citar uno que narra Asma bint Abubakr (RA) quien oyó decir al Mensajero de Allāh: «No escondas tus riquezas, pues Allāh podría apartar sus bendiciones de ti» (Sahih al-Bukhari,1433). Este sencillo ḥadīth nos habla de algo más fuerte, más poderoso que es la posibilidad de no ser participes de una práctica que está integrada en el propio funcionamiento de la creación. Bendiciones, baraka, que como la fuente de la alberca (al-birka) es necesaria para refrescar nuestros sedientos y enardecidos corazones.

Por eso, esta Sunna vale su peso en oro, nunca mejor dicho, y es una fuente de las bendiciones de Allāh que necesitamos para vivir. E igual que nosotros necesitamos esas bendiciones para vivir, otros nos necesitan a nosotros y la ayuda que podamos aportar. Así que no hay excusas, ¡Hagámoslo! ¡Compartamos y construyamos un mundo más justo y mejor!

Esta obligación, tan bendita y justa, es necesaria para ir construyendo un mundo más justo y mejor. Un mundo donde nuestro ejemplo como musulmanes se diluya en el bienestar de todos y todas. Un mundo donde la riqueza retorne como el agua una y otra vez, y ayude a sobrevivir y florecer a miles de millones de almas bellas dándoles la conciencia de que esa riqueza no es humana, sino que pertenece a Allāh el altísimo.

Así que pedimos a Allāh subhana wa t‘ala que nos de riqueza, conciencia y plenitud para vivir junto a nuestra familia, nuestra comunidad, nuestros hermanos y el resto de la humanidad. Aceptando nuestras responsabilidades y el mandato divino. Brindando luz a la tierra y protegiendo la creación.

Pedimos a Allāh que, a través de su salām, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz (nūr) muḥammadiana.

Pedimos Allāh que perdone y otorgue paz a nuestros antepasados, a nosotros, a nuestros padres y a todos los creyentes.

Pedimos a Allāh que nos guie con salam en el ṣirāṭ al-mustaqīm (camino recto) y que Él acepte nuestra ‘ibada (adoración).

Dicho esto que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.