Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos estos son días de profundo transitar. Hacia el jardín transitan miles de almas que parten de esta tierra. Algo que nos aterra, que nos confunde y sin embargo es la meta de un creyente sincero tras vivir en plenitud lo que Allāh, que exaltado sea su nombre, nos ha dado.

Nos aterra porque, aun teniendo certeza de que lo que nos espera es una nueva vida en plenitud en el más bello lugar, se nos ha enseñado a temer, nuestra razón (‘aql) conspiran junto a nuestro nafs (ego) para aferrarnos a las posesiones materiales, a lo material, a la fragilidad más absoluta. Porque el alma (rūḥ) no es frágil sino eterna y junto a Allāh, el altísimo, no hay sino verdad, belleza y alegría.

Fue hace unos siglos cuando el ser humano se volvió extremadamente egoísta que el materialismo, el cientificismo y el nihilismo nos acecharon. Ideologías frágiles que aparentaban ser de acero en un ejercicio teatral y los seres humanos los creyeron. Y Allāh, que exaltado sea su nombre, fue apartado de las mentes y los creyentes sinceros desterrados. Eran causa de mofa, se les percibía como retrasados en una era que como no se pudo medir el alma despareció de los imaginarios. La ghafla (el olvido) se hizo con muchos corazones y junto a él un miedo atávico a la oscuridad, a la matricialidad tan profunda como lejana. Lo sagrado (al-quddus) perdió, aparentemente, su valor y fue remplazado por ídolos (ilaha) de barro.

Sin embargo, la muerte es inevitable y quebranta esos ídolos (ilaha) de barro, los reduce a polvo afirmando el poder (qadr) de Allāh, el altísimo. Es el inicio de un tránsito y por eso, un creyente sincero no debe temer a la muerte porque es un partir más allá, y su creencia es un transformarse para entender ese día que los ídolos se rompan y cerremos los ojos.

Todos los seres de la creación (khalq) tenemos que morir, es ley de Allāh. Morimos para que otros renazcan, morimos a cada instante exhalado el aire que ha alimentado a nuestras células. Morimos porque solo podemos vivir el instante y nos transformamos una y otra vez. Y a penas nos damos cuenta, porque nuestro nafs (ego) no calla, nos protege de la visión de lo absoluto, de una visión incomoda, de perder nuestra individualidad, de perder nuestra seguridad. Por eso, el islam es un camino de toma de conciencia, de desindividualizarse en un punto medio para seguir el viaje hacia Allāh. Partimos al absoluto donde nuestra conciencia se funde con el creador y vivimos un fanā’ perpetuo entre el verdor del jardín.

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El creyente sincero se prepara para su muerte desde que tiene por primera vez conciencia (taqwa) de la creación (khalq) de Allāh. Y en ese momento se sufre un escalofrío por la grandeza de lo que Allāh, el altísimo, ha dispuesto para nosotros y se comprende que el islam trata del saboreo instante presente envuelta por la raḥma (misericordia matricial) de Allāh. Ni nostalgias ni futuros, solo un presente que evocamos con nuestro dhikr (recuerdo de Allāh) y nuestro dua (petición) hasta hacerlo comprensible con nuestro corazón porque todo tiempo es Allāh como recoge Bukhari de labios del Mensajero ﷺ. Y nada permanece sino Allāh.

Por eso, la muerte en el islam es visto como algo natural. Si encima se asimila esa conciencia esa transición de una realidad a otra se torna con sentido. Se parte hacia Allāh, se transitan mundos acompañado de los ángeles hasta fundirse con la conciencia más plena y profunda. El creyente no teme por esa materialidad pues purificado, como lo fue su cuerpo, se transforma y revive en el verdor del jardín bajo la sombra (ẓil) de Allāh. Tras el tránsito, el alma se refresca de los fuegos que el materialismo, el dogmatismo y la ceguera espiritual habían puesto en la tierra, mientras que su cuerpo se transforma en alimento para la creación.

Los musulmanes tenemos un transitar corporal sencillo, no necesitamos mucho más. Envueltos en un lienzo blanco, como el que portamos en el Ḥājj, se nos introduce en la tierra y esta nos consume siendo alimento para otros seres vivos ayudándoles a realizar su dhikr (recuerdo) y su alabanza (ḥamd) sincera a Allāh, el altísimo. Volvemos a ser barro, como el profeta Adam (as), como el ídolo roto o como la propia creación. ¿Qué grandeza verdad?

La muerte, antes de que el reino de la cantidad irrumpiera, era algo natural. Hoy es algo artificial, envuelto de un halo de misterio y creemos saber y no sabemos nada. La muerte y su transitar es lo que nos hace plenamente humanos, pues a diferencia de otros seres creados nosotros somos conscientes de ella y es sobre ella que construimos tanto nuestra ética como nuestra espiritualidad. Vivimos con el anhelo del absoluto y cuando esta apunto de llegar nos abrumamos, nos morimos de miedo.

Y ese miedo es el que hay que vencer como creyentes sinceros. Por eso, la espiritualidad, el ejemplo del Profeta ﷺprepara para superarlo o, en menor medida, atenuarlo. Porque la recompensa de tener conciencia de todo esto es la eternidad, el cese del tiempo. ¿No es suficiente premio? Y sin embargo olvidamos, tememos y temblamos.

Queridas hermanas y queridos hermanos que lo que ocurre en el mundo sea causa de recuerdo y estimulo para recordar. Que el miedo no nos invada, sino que veamos la luz de Muḥammad, a través de su Sunna y su ejemplo, alumbrando la oscura matricialidad de Allāh el altísimo. Que no nos asuste volver a ser barro en este mundo porque seremos conciencia en otro mundo y comprendamos que es un transitar importante. Que nuestro esfuerzo sea recompensado con el mayor salām (paz) en esta vida y en la otra. Quiera Allāh darnos Allāh.

Hacemos, de nuevo, un du‘a muy especial por todos aquellos que sufren y tienen miedo en estos días de incertidumbre a lo largo de la faz de la tierra. Para que la paz (salām) sea sobre todos ellos y encuentre el camino de la confianza (amāna) más sincera. ¡Oh, Allāh! Danos tu completo shifā’ y reduce nuestro temor para que podamos ver más allá de la niebla la luz que emerge desde tu qibla en Oriente. Y a los que parten de nuestro mundo concedeles guía hacia tu jardín y otórgales el refresco bajo tu sombra (ẓil) Así te lo pedimos desde el corazón cuerdo (qalb) y desde el corazón amante (fuad). Amen.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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