Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Hablamos mucho y escuchamos muy poco, podríamos decir, queridas hermanas y queridos hermanos, que casi nada. La experiencia de lo islámico no está, principalmente, enraizada en silencio sino en la amplificación de la palabra y el énfasis de la acción, pero en ciertos momentos se hace necesario y urgente. Máxime cuando nuestro mundo nos exige inmediatez, precipitación a través del camino de la ansiedad. Y ahí no hay escucha sino acción irresponsable.

La escucha activa es necesaria en cuanto nos permite entrar en otro nivel de la creación, en la revelación que impregna la realidad y que está ahí para ser descubierta. El creyente sincero se convierte en un elemento de transposición y amplificación para otros seres de esa revelación impresa en la creación (khalq) que Allāh, el altísimo, ha dispuesto. Todo en su ritmo, en su tonalidad, en su belleza y armonía. Toda la creación es sonido y nos espera. El universo vibra y el creyente escucha.

En la tradición islámica no se escucha con el oído sino con el corazón cuerdo, el qalb, frente al corazón desbordado, el fuad, que actúa ardientemente lleno de gnosis (ma‘rifa) y verdad (ḥaqq). Sin embargo, el qalb es el pozo que recoge las finas gotas de lluvia formadas por ese sonido de la creación que buscamos. Y ese sonido se transmuta en el cuerpo, se incorporeiza, y con la suficiente paciencia se convierte en recitación y mensaje. Por eso, los profetas escuchan sutilmente y traducen el mensaje desde el corazón, serenado tras el descenso de la divina sakina, refrescando el fuego de la vivencia de lo cotidiano.

La escucha (sami‘a) proviene de una raíz, sīn-mīm-ayn, que nos remite no solo a la escucha sino a la propia llamada que Allāh, el altísimo, tiene para todos nosotros hasta construir nuestra propia recitación. Por eso, nos entrenamos cada día con el Corán que es escucha transformada en palabra (kālima) y palabra que volvió a ser sonido para transmitir baraka. Esta escucha activa no es solo un acto humano o de los seres creados, sino que Allāh, que exaltado sea su nombre, también nos escucha como nosotros sinceramente escuchamos a su creación. Y eso es una inmensa bendición para no sentirnos tan solos.

Por eso, Allāh es al-Sami‘, aquel que escucha la completitud del universo. Y de esa escucha sincera surge todo, pues dice el Corán: «Cuando mis sirvientes me preguntan algo que me concierne, yo estoy ciertamente cerca. Escucho cada súplica cuando se me llama» (Corán, 2: 186).

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La escucha va íntimamente ligada con orientarse espiritualmente. Igual que en la vida cotidiana lo hacemos con una brújula, el creyente sincero se orienta con lo que escucha en la creación. Hay lecturas miopes de la realidad en la que vivimos que restringen nuestro mundo a lo material, al puro objeto. Si hacemos eso perdemos gran parte del sonido que la creación tiene reservados para nosotros. Y si perdemos ese sonido, al mismo tiempo, perdemos la divina oportunidad de incorporeizarlo primero y recitarlo después, de volver hacerlo vida desde nuestro cuerpo.

Los materialistas, los literalistas, aquellos que desprecian la multiplicidad que emana de la unicidad pierden la oportunidad de oír la profundidad espiritual de la realidad. Y ese, queridas hermanas y queridos hermanos, es uno de los problemas más grandes que tenemos en la actualidad.

Pero para ese escuchar plenamente necesitamos, igualmente, silencio pleno. El mismo que para guardar los secretos (sirr). Ese silencio es protección frente al ruido innecesario. No debe ser una artificial huida del sonido, sino un estado de concentración que filtre la escucha hasta lo esencial. Es ese estado en el que emerge una sonrisa, llena de infantil fitra(naturaleza primordial), tras haber escuchado algo digno de ser escuchado. Es el momento en el que somos conscientes de cómo resuenan en nosotros las palabras de la creación. Un silencio matricial (raḥman) que rodeado de oscuridad amplifica la realidad (ḥaqīqa). Ese silencio que nos invita claramente al recuerdo (dhikr) de esa realidad existente, que provoca vértigo pero que nos da certeza (yaqīn) con fuerza (bi-‘azīz) sosteniendo nuestra vida.

A menudo nos falta esa construcción para afrontarnos y nuestra construcción vital cae. No pasa nada, pues el camino espiritual es complejo y requiere de reconstrucción continua. De momentos de silencio y recitación, de encontrarnos con nosotros y con el mundo. Y los mejores ejemplos del equilibrio entre estas acciones las encontramos en las tradiciones proféticas: Mūsa (as), Yusūf (as), Maryam (as), Isa (as) o el mismo Muḥammad ﷺ. Todos escuchaban en silencio la inmensidad y la insondabilidad (quddusiyya) de Allāh.

Y es en esa escucha y en ese silencio donde el recuerdo se hace más fuerte hasta convertirse en una armonización del cosmos. Por eso, cuando hacemos dhikr sobre nuestro amadísimo Muḥammad ﷺ Allāh ordena a todos sus ángeles recordar al que recuerda como se nos dice en el Corán: «Ciertamente los ángeles bendicen al Profeta. ¡Oh, vosotros creyentes! Bendecidle y enviad vuestra paz sobre él» (Corán 33: 56). Hay numerosos ḥadīthes que nos exhortan a hacerlo y a escuchar esas bendiciones del no-visto (ghayb).

Cuando hacemos dhikr nos escuchamos recordando en el silencio de la creación. Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos, es tan sumamente importante hacerlo porque es donde nos encontramos con la unicidad (tawḥīd) desbordada (fayḍa) que construye el mundo en el que vivimos. Y esto no requiere de nada especial, tan solo recordar.

Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos, que el silencio sea la puerta y la escucha el objetivo para que un día beneficiemos a través de nuestra recitación, a través de compartir la baraka del sonido. Y así, pidamos escuchar con el corazón cuerdo, el qalb, todo lo que tendremos que decir, y después escucharnos a nosotros mismos en el dhikr (recuerdo) para llegar a la plenitud, para llegar al máximo ejemplo muḥammadiana.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.