Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos que la luz sea vuestra certera guía entre las sombras y tinieblas del dunya (mundo material). Pero no cualquier luz sino la de nuestro amado Profeta ﷺ, sin duda alguna el mejor de la creación. Es sobre la luz muḥammadiana (nūr muḥammadiyya) a lo que vamos a dedicar la khutba de hoy, de igual manera que la semana pasada reflexionamos acerca de las sombras (ẓilāl).

La manera de vivir el dīn, la experiencia vital holística del islam, es necesariamente luminosa. El verdadero creyente pacificado aspira a ser un ser de luz. Cualquier acción que no invoque luz o la busque para proyectarla al mundo no es plenamente islámica. En un mundo material la luz parece abstracta y, sin embargo, ilumina. Ilumina corazones, mentes y sonrisas, traspasa los densos velos que envuelven nuestros ojos y se refleja en las cadenas que atándonos conforman nuestros vicios y comodidades advirtiéndonos con férreo resplandor.

La luz lo es todo. Nosotros, simples mortales creados del humilde barro y un coágulo de sangre, trascendemos luminosamente y todo nuestro largo viaje en el sirāṭ al-mustaqīn (recto sendero) lo hacemos guiado por el brillo majestuoso de Al-Nūr (La luz, Quien ilumina), uno bellísimos nombres de Allāh, que resplandece orientado qibla, al Oriente, cada mañana. Así dice Él en el Corán:

Allāh es la Luz de los cielos y de la tierra. Su luz es como un nicho que contiene una lámpara; la lámpara está en un cristal, el cristal como una estrella flamígera: se enciende gracias a un árbol bendecido –un olivo que no es del este ni del oeste –cuyo aceite casi alumbra, aunque no haya sido tocado por el fuego: ¡luz sobre luz! Allāh guía hacia Su luz a quien lo quiere; y así Allāh plantea ejemplos a los hombres, pues Allāh tiene pleno conocimiento de todo. (Corán 24: 35)

Sin luz toda su creación languidecería hasta la asfixia. Sin luz no seríamos conscientes de la belleza. Sin luz nuestros corazones (qulūb) no podrían reconocer la luz de los otros seres de la creación. Sería una vida yerma y fría. La luz nos permite vivir con nuestros frágiles cuerpos y nuestros espíritus. Y, sin embargo, se escapa de nuestras manos…

Pero, a la vez, pensad que su luz es tan brillante, como ocurre con el Sol, que los humanos nos quedamos ciegos, embriagados por su resplandor, atrapados. El majdhūb en la tradición islámica es quien los maestros dicen que se ha quedado ciego de tanto observar lo divino directamente y pierde la vista cotidiana. Mientras que su corazón está pleno de luz, sus ojos y su razón cegadas ignoran las normas de este mundo, ignoran los códigos que Allāh, exaltado sea su nombre, ha dispuesto para mantener el orden frente al caos.

Queridas hermanas, queridos hermanos, la luz es una responsabilidad inmensa que a duras penas alcanzamos a comprender con nuestra limitada mente y solo podríamos hacerlo desde el maqām (posición) de la taqwa (conciencia plena de Allāh). Pidamos con la mayor humildad que Allāh dirija su luz hacia nosotros y que seamos espejos donde se refleje para proyectarla hacia otros siguiendo el ejemplo de su amado profeta Muḥammad ﷺ.

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Y ante esa inmensidad, plena de quddusiyya (insondabilidad), de la luz de Allāh y la dificultad de experimentarla en plenitud, Él moldeó una luz humana que, sin embargo, estaba conformada de transcendencia: la luz del Profeta ﷺ, la nūr muḥammadiyya.

Todos los sabios y maestros cantan alabanzas del resplandor del Profeta ﷺ, tan paradójica pues es inherente a su naturaleza de transcendencia y a la vez a su humanidad. Es una luz apta para humanos pero que es capaz de iluminar los rincones más recónditos de nuestra existencia. Es la luz que Allāh envía de guía y, a la vez, evita que nos frustremos cuando nos acercamos a la luz absoluta, a la suya.

Decía un sabio shaykh bengalí, que vivió hace más de 500 años, que esta luz es el secreto más bello y excelso de toda la creación, pues es la que la mueve como si fuese un juego (līlārta en bengalí), una danza que es aplicable para todo ser independiente de quien crea que sea. Esta luz es la que da fuerzas para seguir viviendo cuando las sombras se apoderan de la vida, pues el Profeta ﷺ ha venido a explicar el sentido de la creación y traer el conocimiento profundo de la ḥaqīqa(realidad).

Esa luz resplandece con la Sunna (tradición profética) y debe iluminar nuestras acciones para que sean justas y verdaderas. Por eso seguimos la Sunna, no por gusto sino porque nos ilumina la luz que portaba nuestro amado Muḥammad ﷺ. Y si tuviere la soberbia el creyente de creer que puede iluminar con su altivez, caerá en la más profunda de las tinieblas, y creedme pues ese es el peor de los infiernos.

El camino de la luz implica necesariamente soledad para no generar otras sombras, e implica discernir la sombra que nosotros mismos producimos. Es ahí donde la nūr muḥammadiyya traspasa e ilumina la propia luz anulando cualquier de esas falsas sombras. Por eso, decimos que aquellos y aquellos que alcanzan la intimidad (uns) con Allāh son transparente, pues se hacen completamente de luz y nada puede taparles, solo proyectan luz…

¡Pero, cuanto nos queda para llegar a ese estado! Queridas hermanas, queridos hermanos yo solo puedo invitaros –como decía ese gran hombre y gran creyente que era Blas Infante (raḥimahullah)– a que seamos «seres de luz». Que la luz muḥammadiana posea nuestra existencia. Y desde esa plena certeza (yaqīn) construir un mundo mejor, resplandeciente, lleno de la luz de Allāh que haga resaltar la belleza y donde el conocimiento triunfe sobre la ignorancia y el miedo. Y donde la única sombra (ẓil) sea la de Allāh, aquella que nos espera en el paraíso (jannah).

Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos pidamos de todo corazón a Allāh, el altísimo, que esa nūr (luz) muḥammadiyya nos de apertura y sabiduría para vivir con armonía, paz y amor junto a nuestra familia, nuestra comunidad, nuestros hermanos y el resto de la humanidad. Y que la luz de Allāh siempre esté en el zenit de su creación cada Mediodía.

Pidamos a Allāh su sombra (ẓil) para aceptar nuestras responsabilidades y el mandato divino, y enfrentarnos a los ídolos y cadenas que brotan en nuestra vida.

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar las sombras (ẓilāl) que no sean suyas.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.