Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Vivimos en un mundo que ha olvidado el significado profundo del amor (ḥubb) como parte de la cotidianeidad de nuestra vida. El camino islámico nos invita a experienciarlo en cada momento, en cada gesto, en cada mirada. Y, sin embargo, en vez de buscar el amor y la belleza, tan absurdamente, nos enrocamos en el temor, en el temblor, en el egoísmo, en la fealdad y en la prohibición.

La tradición que seguimos nos invita a nosotros, creyentes sinceros, a amar al tiempo que damos gracias (shukr). Un amor que no es un simple deseo de posesión, sino un amor que hace posible saciarnos de la realidad en el buen sentido. Es un concepto clave que nos han desnaturalizado, que nos han secuestrado, en el que nos falta capacidad para trascender.

Queridas hermanas, queridos hermanos los maestros antiguos explicaban que la raíz árabe de donde proviene amor (ḥ-b-b) hace alusión como verbo al amar, al completarse, pero como nombre a semilla, grano (ḥabbun). La potencialidad del amor es precisamente eso: de un grano surge una planta que produce más plantas y que bien dirigida puede alimentar a un pueblo. Todo es desinteresadamente, todo es parte del plan que Allāh, el altísimo, tiene para nosotros.

Ese es el gran potencial del amor, pues desarrolla la simiente, la potencialidad que ha sido puesta en la creación (khalq) para que esta fluya dinámicamente (khalq al-jadīd) y se engrandezca reconociendo la necesidad de una alabanza unánime a Allāh, que exaltado sea su nombre. Pero es imposible hacer eso, desarrollar la semilla si no se expande ese amor, con intención (niya) hacia el resto de seres. En ese sentido nuestro amado profeta Muḥammad ﷺ decía así en uno de sus ḥadīthes:

«Ama a Allāh porque el te nutre con lo que te place y ámame a mí por ese amor que tienes a Allāh, y ama a mi gente por el amor que me tienes» (Jami‘ Tirmidhi, 49: 4158).

Este ḥadīth expresa muy bien que significa el amor desde una clave islámica: Amar a Allāh, amar a su Profeta ﷺ y amar a los que conforman su casa, a los que siguen y se adhieren a su camino. Todo ese amor es el que un creyente sincero debe tener a lo que Allāh ha dispuesto, aunque a veces no comprenda o le cueste aceptarlo. El camino de la revelación exige de una entrega y una disposición que solo el amor, que contiene la simiente de la plenitud y la perfección, puede soportar.

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Se dice en el Corán que: «(…) hay quienes toman a los otros y les aman como sólo se ama a Allāh, pero aquellos que creen tienen un amor a Allāh más ardiente» (2:165). Es un signo del creyente sincero estar consumido por el amor al Altísimo, quien le hará trascender, quien le hará brotar. Este es un amor incomprensible, vertiginoso e insondable (quddus).

Por eso, el Corán previene de amar a otros seres de la misma manera que Allāh, porque no solamente sería idolatría (shirk) sino que reduciría nuestra vida a un anhelo imposible. Sería como extender el olvido (ghafara) sobre la grandeza de la existencia y alimentar el ego (nafs) creyendo que el amor desbordado podemos aplicarlo en el día a día con lo que nos volveríamos ebrios, nos sentiríamos raptados (majdhub), no podríamos vivir en nuestro mundo. Sería la locura que es todo lo alejado de la creencia sincera.

Amar a Allāh, el altísimo, exige una entrega absoluta, supone otro nivel de amor, que para nada es incompatible con la creación. Por eso, cuando amamos a la creación medimos nuestro amor para no volvernos locos. Todos los creyentes sinceros hacen gala de la mesura del dīn y esconden ese amor ardiente en su corazón más íntimo (fu‘ād) para amar desde el corazón (qālb), la parte más bella, desde donde parte la poesía y el reconocimiento a la grandeza de la creación. Un corazón donde reina la compostura como dicen nuestros queridos hermanos etíopes en sus textos antiguos y llenos de sabiduría

Lo que si manifiesta un creyente sincero es el amor por el Profeta ﷺ, es más se nos invita a amarle de una forma desmedida y a la vez mesurada. ¡Paradojas que a mi me fascinan! Los maestros de nuestro dīn desde siempre mostraban el resplandor del amor desmedido por Allāh entonando las alabanzas sobre su Mensajero ﷺ, resplandeciendo en su bella luz (nūr) y siguiendo su ejemplo. El que más ama a Allāh, que exaltado sea su nombre, y a su Profeta ﷺ es el más discreto y el que más imita el ejemplo de quienes portaban los mensajes.

Amar es imitar la perfección, y digo conscientemente imitar porque es lo que es. No podemos amar como ama Allāh a su creación, ni podemos amar como amaban los Profetas a la humanidad, pero si podemos imitarlo en nuestro día a día. Podemos amar dando gracias, siendo humildes, protegiendo al débil y refrescando al exhausto. Estas palabras son también significados de esa bella raíz árabe ḥbb. Ayudamos a iluminar un mundo mejor, ayudamos a que florezcan las plantas que han de nutrirnos para ser más fuertes y caminar por el universo. Amar es invocar continuamente la raḥma (misericordia en su sentido más matricial) para toda la creación.

Queridas hermanas, queridos hermanos os pido que alcéis vuestros du‘a con el corazón en máxima sinceridad y amplitud para que Allāh, el altísimo, ponga en todos nosotros la semilla que nos haga amar a su creación en plenitud, alejada de amores fatuos y locos, alejada de excesos y ebriedad. Tan solo siendo conscientes de que no podemos esperar nada más que nuestro qadr desde la serenidad del tawakkul. Que seamos capaces de elaborar una poética tan sutil con la que amemos desde palabras que se transformen en actos y que iluminen nuestro mundo siguiendo el ejemplo del Mensajero de Allāh ﷺ.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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