﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
Estamos en esta vida para crecer, física y espiritualmente, no hay otro sentido. Un crecimiento que nos conduce en el mejor de los casos, tras un proceso de equilibro, al desparecer en Allāh, cuyo nombre sea exaltado. Un crecimiento que necesita, necesariamente, de equilibrio para no descompensarse y caer en el aparente vacío de la existencia. Y ese equilibrio lo da, necesariamente, la tarbiya.
Queridas hermanas, queridos hermanos hay quien, desde una miopía espiritual, ve la tarbiya como una simple educación. Un ir a un espacio donde otra persona transmite conocimiento que acumulamos en nuestro interior sin saber integrarlos, en la mayoría de los casos, en los que se nos dicen que las cosas son así porque si, en el que el vacío de la existencia crece, proporcionalmente, cuanto más conocimiento acaparamos. Los que creen esto reducen la tarbiya a simple educación formal.
Acaparar conocimiento es una milésima parte del significado profundo e insondable (quddusiyya) que tiene la tarbiya para un creyente sincero. Esta palabra debería necesariamente producir un temblor al pronunciarla y, a la vez, una infinita confianza (yaqin) tras conocer su sentido más profundo.
La tradición islámica ama el conocimiento porque este es real (ḥaqq), es experiencia, está grabado en el propio cuerpo. No es un conocimiento que se adquiera de libros o de conferencias, sin embargo, si es posible transmitirlo de corazón a corazón, desde la sinceridad de la experiencia, sin pretender acaparar sino viviéndolo de la forma más natural posible. Eso es la tarbiya y ahí radica todo su poder.
Etimológicamente tarbiya proviene de la raíz r-b-b. Una raíz arcana que se pierde en los antiguos tiempos de Oriente Medio y que está presente en gran número de lenguas de la zona. De ahí proviene la palabra Señor (rabb), cuyo atributo está presente en Allāh, el altísimo; también de esta misma raíz provienen las palabras guardián, cuidador, el mantenedor del orden o simplemente aquel que completa algo hasta hacerlo perfecto.
De todos estos significados me fascina uno: «el que nutre» … tanto que en el bello idioma swahili, nuestros hermanos y hermanas que habitan en las tierras del verde Oriente, en las costas de Zanzibar, Rabb se sustituye por Mlezi, que significa en este bello idioma bantú: la nodriza, el tutor. La tarbiya está más cerca de nutrirse, como un bebe lo hace del pecho de su madre, que de sentarse en una docta y fría clase a asimilar conceptos e ideas. No podemos dejar de pensar en como Sayyida Halima (ra) amamantaba al Profeta ﷺ nutriéndole de una milenaria baraka de las gentes del desierto ahuyentando, además, a hechiceros que querían acabar con la vida del niño Muḥammad ﷺ. Una adquisición plena de vida, una protección frente a un mundo hostil. Y así lo cuentan en sus poemas engarzando la historia profética con las bellas palabras bantúes.
Esto que proponen nuestros hermanos swahili es el mejor ejemplo de que es tarbiya: nutrirse de baraka y de conocimiento vital para progresar en nuestro camino vital, imitar al Profeta ﷺ de adquirir la tarbiya en nuestro cuerpo, que nos subsista. Es un alimentarnos de luz (nūr) para poder aguantar la oscuridad.
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Si tarbiya significa nutrirse, ¿por qué andamos famélicos en el mundo actual? Quizás porque nos hemos olvidado de pedir ayuda, de elevar nuestras voces hacia el cielo y nos conformamos con migajas inmediatas. Así, no conseguimos crecer, nos cuesta conocer y nos parece algo infinitamente complicado.
El Rabb, el dueño de nuestra tarbiya, es el que cría a cada criatura, quien conduce a ésta, el que lo educa siendo a la vez el dueño. Allāh es en cada criatura su Rabb, su Señor interior, su sí mismo. Al reaccionar a los estímulos del Rabb y dejándose llevar por su absoluta dependencia, el ser humano toma conciencia descubriéndose a sí mismo, abriéndose al absoluto.
Nuestro mundo, nuestra cotidianidad ha perdido eso, lo ha olvidado. Y buscamos y buscamos estérilmente… Y, sin embargo, está bien cerca. Tan cerca como nuestra vena yugular (Corán, 50:16). Por eso, en un mundo así la mejor tarbiya es el recuerdo constante de la realidad en la que vivimos. Es un camino de perfección, una senda de búsqueda de lo imposible que se posibilita cuando encontramos otro significado de tarbiya: «Enseñorearse», hacerse Señor, conocer la propia existencia y sentirla como suya (rubbubiyya).
Ese hacerse Señor fue lo que experimentó el Profeta ﷺ durante toda la revelación. Un hombre que se nutrió de luz y que lo plasmó en su Sunna, en su ejemplo de vía medial y necesaria para un mundo enloquecido, vertiginoso, atropellado y dual. El mundo es el que es y eso no es necesariamente malo. Sin embargo, tenemos que ser conscientes de ellos. No cabe una guerra contra ese mundo, sino un recuerdo (dhikr) continuo de lo que es perfecto, de lo que es la realidad (ḥaqīqa). Por eso, la tarbiya no se enseña en una facultad de ciencias políticas, sino a los pies de alguien, entre arena o barro que ya ha recorrido ese camino, que ya ha asimilado en su propio cuerpo lo que significa hacer tarbiya. Alguien que se ha nutrido, un poco, de la luz y el ejemplo del Profeta ﷺ y ha tomado conciencia (taqwa) de la trascendencia.
La tarbiya no es pública, ni debería de serlo, pues es un proceso terrible y privado. Un decantar lo que es inútil para quedarnos con lo que realmente importa. El que lo intenta sabe que sufrirá, pero también sabe que es un camino milenario que tiene una gran recompensa: Conocer a Allāh, Señor de Mundos (Rabb al-‘alamīn). Pocos llegan, pero todos, alguna vez, en la vida deberíamos intentarlo. La tarbiya es la experiencia profunda para el creyente. No se erra en este camino, estamos bien protegidos como el niño que se nutre del pecho de su madre. Y ¡Alḥamdulillāh!
Así, que pidamos a Allāh, sin miedo, avancemos hacia el tener conciencia de Allāh y apliquemos todo lo que aprendamos en el proceso de tarbiya en nuestro mundo, en nuestra vida cotidiana. Beneficiemos y nutramos a los demás con la luz del camino.
Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).
Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.