﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
¿Cuántas veces demonizamos al ego (nafs) por todo lo que ocurre en nuestra vida? Pero queridas hermanas, queridos hermanos ¿acaso sabemos que es el ego (nafs) y que supone para nosotros? ¿Cuánto nos aporta? ¿Cuánto nos da? ¿Por qué lo purificamos?
Se dice que la parte más espiritual del islam es siempre una purificación de nuestro ego. Al contrario que en otras espiritualidades como derrotar o aniquilar al ego o, incluso, negarlo escondiéndolo bajo la alfombra y reprimiéndolo. Como siempre nuestro dīn es un camino de moderación, de términos medios y de equilibrio, aniquilar algo que Allāh, que exaltado sea su nombre, ha dispuesto para nosotros.
El ego, el nafs, desde una perspectiva islámica, proviene de la raíz árabe nūn-fā-sīn y si vamos a los antiguos tratados etimológicos nos llevaríamos una sorpresa pues la primera acepción es «tener una alta estima», seguido de «excelencia», «lo valioso», «lo preciado», «lo que llega a ser amado» hasta lo que «envidiamos». Otra línea semántica es «ser avaricioso o negligente ante algo de gran valor». La que más se conoce es «respiración», «principio vital», «principio de individuación», «yo mismo», que han fundado la reflexión sobre la psicología islámica.
Ante tal apertura de significados nos hacemos una idea que no es nada sencillo explicar qué es el nafs si caer en un reduccionismo o un simple plagio espiritual ante otras tradiciones. Si es un principio vital el ego (nafs) no es eliminable ni negociable, pero si domesticable para que su expansividad no acabe sepultándonos.
La expansividad del ego tiene que ver con el valor que tiene nuestra vida para con el Universo. Diminuta ante la inmensidad de la creación, pero profundamente amada por Allāh, el altísimo, porque somos seres únicos, valiosos y preciados, dignos de ser amados. Y por esa razón, una vez crecemos e intuimos un ápice de ese valor creemos que es exclusivo y olvidamos todo lo demás. Alimentamos nuestro yo y este se descontrola dándonos problemas ante el resto de la creación.
El nafs es una armadura, nos protege, nos individua. No podríamos sobrevivir si nuestro nafs no fuese operativo, no podríamos vivir sin respirar. Por eso, todas las culturas identifican el principio de individuación con el respirar porque es la vida en sí misma. No es nutrirse (tarbiya), pero es identificarse para poder ejecutar acciones y voliciones. Porque al fin, el nafs es la fuerza que traduce lo que el corazón (qalb) ha dispuesto e infunde fuerzas ya sea para bien o para mal.
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Creemos que tan solo existimos nosotros y nuestro principio vital se vuelve expansivo, avaricioso y, a la vez, frágil. Porque un nafs sano protege nuestro rūh (espíritu, hálito), mientras que un nafs enfermo y descontrolado lo oprime y lo asfixia. De hecho, hay un fragmento en el Corán que podemos entender como: «Crece quien lo exalta [el nafs] y se frustra quien lo corrompe» (Corán, 91:9-10).
Imaginaos, queridas hermanas y queridos hermanos que poder tiene esta breve aleya, pues es la clave de la vida espiritual plena. No podemos negarnos a nosotros mismos, no podemos reprimirnos bajo mentiras, no podemos matar a nuestro principio vital. Pues intentando eso, solo lo descontrolamos y se convierte en un enemigo. Un enemigo brutal que nos impide apreciar lo natural y el brillo de la creación por centrarnos en nosotros mismos.
Por todo lo antes dicho, nosotros no luchamos agresivamente contra el ego (nafs), no nos mortificamos ni buscamos dolor, simplemente nos purificamos, nos refrescamos ante la realidad ardiente que a veces nos supera. Al igual que lo hacemos con el agua antes de hacer la ṣalāt, hacemos tazkiyya para purificar nuestro nafs.
Tazkiyya proviene de la misma raíz que zakā, la retribución de la justicia, cuyo significado profundo es crecer. De la misma manera que el jardinero poda una planta para que crezca, el trabajo con el ego (nafs) es simplificarlo y dejar lo valioso, lo que nos hace únicos, lo que nos engrandece, pero sin regocijarse en ello. Nuestro error más grande, y yo me incluyo, es creerse aún más porque crece nuestro nafs en vez de aprovechar ese crecimiento para emular al insān kāmil, el hombre perfecto representado por nuestro amado Profeta ﷺ.
Hay que recordar (dhikr) y en ese proceso es cuando seremos conscientes de que hay demasiadas acciones y voliciones accesorias que nos asedian, que nos asfixian, que nos superan. El recuerdo de Allāh, el dhikrillāh, es una experiencia sobrecogedora porque te expone al desapego y al vacío que representa la insondabilidad (quddusiyya) a través de la repetición y aceptación de lo divino. El nafs se somete, se purifica, brilla aún más y se hace espejo de la realidad creada.
El insān kāmil (el ser humano perfecto) es quien ha conseguido que su nafs crezca con la creación, que sirva a ella y refleje la grandeza de Allāh para con sus criaturas. ¿Os imagináis cuanto significa eso en un mundo como el nuestro? ¿Os imagináis que nuestro yo pudiera proyectar la luz y la belleza de lo divino para con los otros seres y, a la vez, nutrirnos de ello? Sería maravilloso.
Ese es el camino a la tarbiya, ese es el camino a Allāh. No es posible hacerlo sin ego (nafs), pero tampoco es posible hacerlo con un ego descontrolado. El creyente sincero es aquel que aplica mesura en su vida, que tiene donde aferrarse (amana), que sostiene a otros cuando renquean. Aquel que controla su nafs no tiene miedo porque sabe que está vivo, que Allāh, el altísimo, lo mantiene vivo.
Queridas hermanas, queridos hermanos este asunto no va de dualismos morales, de «ser buenos» o «ser malos», sino que se trata de reconocer el absoluto, postrarse y al levantarse ser capaz de traducirlo en nuestro mundo a través de la vida, del recuerdo y de la purificación sincera. Todo debe ser sincero o no tiene sentido. Y nuestra relación con el ego no debe ser de «guerra» sino de escucha, de control y de poda. Por eso, pidamos con sinceridad para comprender nuestros egos, para vivir plenamente y sin miedo.
Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).
Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.