Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos, permitidme un instante de reflexión profunda por nuestro mundo. Un mundo frágil, enfermo y lleno de miedos. Un mundo en el que tenemos una gran responsabilidad para con él y para con todos nuestros cohabitantes. Desafortunadamente solo pensamos en ello cuando vemos signos claros de nuestros errores, es como si nos mirásemos en un espejo… Y entonces comenzamos a especular al vernos a nosotros mismos. Es cuando el escalofrío nos recorre el cuerpo cuando pensamos y recordamos. Y entonces, solo entonces, tenemos voluntad global de actuar. En la situación límite es cuando reconocemos nuestra condición de califas de la creación que Allāh, que exaltado sea su nombre, a dispuesto para nosotros.

En estos momentos vivimos en esa situación pues el COVID-19 ha puesto en jaque nuestra normalidad, nuestra serenidad (sakina) y, en ciertas medidas, nuestras conciencias. Debemos comprender que toda crisis es llave hacia un cambio, especialmente en nuestras durmientes conciencias. Así que ahora toca silencio, reflexión y oración para los creyentes sinceros, así como raḥma (misericordia) con el que no lo tiene tan claro como nosotros. La claridad (furqan) en estos momentos es más valiosa que el oro. En situaciones como esta el nafs (ego) debe de dormir un poco emergiendo poco a poco la fuerza del creyente sincero. ¡Alḥamdulillāh!

Así que permitidme que, antes de avanzar en esta khutba de viernes, levantemos un cálido du‘a (petición) por todos aquellos que sufren por este motivo, por aquellos que tienen miedo, por aquellos que se sienten desarraigados en estos momentos. Ahora que se impone el ruido, el terror y el desconcierto, ¡Oh, Allāh! Tú que eres el Altísimo haz que sobre todos nosotros descienda el silencio, la calma y la curación. Que sea tu salām (paz), en el sentido más pleno y profundo, sobre toda la humanidad. Que esta reclusión voluntaria sea un campo fértil donde crezcamos y que el miedo, una vez descompuesto, sirva de abono para elevar nuestras conciencias hacia ti, Al-Hayy (El Viviente). Así te lo pedimos desde el corazón cuerdo (qalb) y desde el corazón amante (fuad). Amen.

Después de este excepcional de este du‘a y necesario en estos tiempos de temor y temblor, debemos apelar a la amāna, un término que traducimos como confianza protectora en su sentido más sincero.

La amāna es la que, igualmente, determina al creyente, pues un creyente es «aquel que es digno de confianza» y, a la vez, «quien confía». Su raíz trilítera (ālif-mīm-nūn) nos retrotrae a sentirse seguro, a la calma del corazón, a quien ha desterrado el odio y el mal. La confianza, tan necesaria en estos momentos, es de ida y vuelta. Confiamos en lo que nos otorga Allāh (vida, familia, responsabilidad social y espiritual) y Allāh confía en nosotros para vivirlo en plenitud. Y por extensión el resto de seres ve o intuye en nosotros, precisamente, que somos dignos de confianza. Eso es ser un creyente.

Rechazar esta responsabilidad es rechazar la confianza trascendental, nos supone que el nafs (ego) embriagado de miedo venza. Y en ese vencimiento, tan propio de la supervivencia egoísta, no nos podamos dar a otros y por tanto no podamos tener la experiencia plena de Allāh. Sin embargo, si aceptamos abrimos una inmensa puerta: Nos hacemos plenamente conscientes (taqwa) de Allāh y nuestra vida fluye viviendo el cielo en la tierra.

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Siempre nos hablan del imān y hay quien lo traduce simplemente por fe, una simple creencia en dogmas. Sin embargo, queridas hermanas y queridos hermanos, su dimensión más profunda –siguiendo la etimología anterior– nos alude a la protección que Allāh, que exaltado sea su bello nombre, tiene para nosotros.

La confianza que se traduce en protección es el imān, una vez que nos entregamos. Pero no funciona de forma racional o consciente sino desde la pura intuición de la trascendencia más honda e insondable (quddusiyya). Y este es un proceso de profundo dinamismo, está constantemente actualizándose. El imān no es un trascendental alejado sino una constante llamada de atención para actuar y vivir en un mundo dual como el nuestro. Se nos escapa de las manos esa confianza mutua que emana de posicionarse como creyente sincero.

A este creyente sincero le llamamos mu‘mīn, que es quien posee el imān, el que está inmerso en la amāna. Un creyente sincero vive con tal confianza que el mismo Allāh, el Altísimo, puede otorgarle su máxima confianza y darle responsabilidades espirituales. Así puede acceder a la dimensión más privada de la realidad, puede estar en intimidad (uns) con Allāh percibiendo los sutiles mensajes que Allāh deja. Se expone a Allāh, que exaltado sea su nombre, y como el Profeta ﷺ es recompensando con mayor conciencia y con mayor raḥma (misericordia) para volcarla sobre la humanidad. Ese es nuestro modelo de creyente, un modelo que se repite entre los demás profetas (as) e íntimos de Allāh (ra).

¿Os dais cuenta cuán difícil y a la vez cuán bello es vivir en la absoluta confianza? Es difícil porque nos resistimos a dejar de ser yo y ser un nosotros con la creación. Pero es bello porque podemos vislumbrar un paraíso real. El creyente sincero (mu‘mīn) busca el salām (la paz) ante todo, busca calmar la sed que provoca el fuego del corazón con baraka y su mirada provoca calma. Este el significado de ser musulmán (muslimīn) quien tiene paz y es capaz de compartirla.

En estos momentos de temblor la confianza (amāna) y la paz (salām) en el corazón y en la sociedad se hacen fundamentales. Y el creyente debe demostrarlo para con otros. No podemos pensar solo en nosotros, sino que tenemos que aspirar al bien común (maslaha). Es nuestro deber, nuestra obligación. Pedir a Allāh y actuar en la medida de nuestras posibilidades. El temor y el ruido no entra entre nuestras posibilidades, pero la paz (salām) si.

No susurréis sino hablad alto y claro, no temáis sino confiad, no olvidéis sino recordad (dhikr), no seáis egoístas sino buscad un bien común y la responsabilidad social. Es en estos momentos de inquietud donde el creyente sincero crece y aporta. Donde tenemos la oportunidad de ver el paraíso en la mirada de los demás.

Hacemos, de nuevo, un du‘a muy especial por todos aquellos que sufren y tienen miedo a lo largo de la faz de la tierra. Para que la paz (salām) sea sobre todos ellos y encuentre el camino de la confianza (amāna) más sincera. ¡Oh, Allāh! Danos tu completo shifā’ y reduce nuestro temor para que podamos ver más allá de la niebla la luz que emerge desde tu qibla en Oriente. Así te lo pedimos desde el corazón cuerdo (qalb) y desde el corazón amante (fuad). Amen.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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