Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Ante el calor sofocante de la inconsciencia ante el mundo, decíamos en khutbas anteriores, que la baraka suponía un alivio para el corazón. Ese bendito frescor que, como el agua, apaciguaba a un corazón acalorado era algo esencial para nuestro camino como creyentes. Pero, queridas hermanas y queridos hermanos, hace falta de otro elemento para que nuestro corazón se sofoque, para que nosotros nos tranquilicemos.

Seguro que os habéis fijado que cuando se recita el bendito Corán sobreviene una calma serena, una calma imperturbable, un abrazo del Altísimo que invade aquel lugar en el que estemos. Y eso no es una simple percepción, sino que era corroborada por nuestro amado Mensajero ﷺ de quien se recoge en el Sahih Bukhari un ḥadīth que dice: «la sakinadesciende cuando se recita el Corán» (6: 285).

La sakina es esa sensación de que el tiempo mundano se detiene y sopla una brisa de primavera. Amada por el Profeta ﷺ, nos remite a ese deseo de Allāh de que contemplemos y leamos su creación. Porque toda la creación está llena de signos y mensajes (Corán 45:11) para que nos sean guía, todo es mensaje incluso la quietud.

Y es que, en un mundo tan abotargado por el brillo la inmediatez y la falsedad, necesitamos contemplarlo con calma para percibir que tenemos que buscar o de lo contrario nos perderemos. Y ya sabemos que después de eso viene el fuego, pero no el del infierno, sino el que arde en nuestro corazón y nos deja intranquilos, agitados y débiles. Y si la baraka lo enfriaba, la sakina lo convierte en el fuego de un hogar para que reconforte nuestro corazón (qalb).

Decían los maestros antiguos que la sakina tiene un hermano lingüístico que es la habitabilidad (sakan). Que no hay calma sin morar un espacio, pero que tampoco se puede habitar ese espacio sin calma descendida. Son dos hermanos gemelos que viven juntos, que se retroalimentan. La sakina es la calma que propicia que el fuego no se descontrole en el hogar. Y ese ese hogar donde habitar es nuestro corazón (qalb).

Parece una paradoja lo que acabo de decir, pero pensadlo con calma. El creyente necesita vida, necesita calma para asimilar lo que tiene ante sus ojos que se desborda, que le produce vértigo… pero bendito sea ese vértigo si lo que trae es taqwa (conciencia) y si desciende la sakina para que nada le turbe. Porque no hay nada más reconfortante que intuir, o incluso atisbar, lo real (al-Ḥaqq) sin ninguna inquietud, como lo hizo nuestro amado Muḥammad ﷺ.

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La sakina tiene otro hermano lingüístico y es el silencio (sukūn). El silencio, aunque terrorífico, es esencial para la calma. Y digo terrorífico, queridas hermanas y queridos hermanos, porque lo es. Vivimos en un mundo donde la palabra (kalima) lo es todo, donde nos afanamos porque nuestras palabras estén dotadas de sentido, de poder y de acción y, sin embargo, es en el silencio donde nace la creación.

Para poder sentir el abrazo de Allāh, la brisa vivificadora, la serenidad antes de actuar necesitamos estar en silencio. Necesitamos estar desposeído del nombre para que Allāh manifieste todo su poder ante nosotros y no podamos limitarlo. En ese momento toda la potencialidad del cosmos se sitúa en esa sakina y Allāh, que exaltado sea su nombre, dispone para nosotros, para que hagamos un du‘a y tengamos el universo en nuestras manos.

Pero, queridas hermanas y queridos hermanos, ¡cuánto nos cuesta estar en silencio! ¡cuánto nos cuesta esperar la calma! Creo que es el mayor sacrifico entrar en un silencio sincero y desapegado, en el que nada somos y nada queremos, en el que tan solo esperamos el descenso de la sakina de Allāh, el altísimo. Pues como todo atributo divino, a nuestros ojos humanos, la sakina es maravillosa y a la vez terrible, es jamāl y es jalāl.

Los cobardes que temen este estado y este sacrificio no reciben la sakina porque huyen, porque hablan o porque se mofan de este estado de ruptura interna, de tener una puerta a la creación en una grieta en el corazón. Y, sin embargo, se dejan consumir por el fuego que arde en su corazón sin ningún control, desoyendo las recomendaciones que ha sido dadas para una vida en equilibrio.

Por eso, la sakina solo desciende en un corazón (qalb) silencioso, humilde, desapegado pero que anhela la victoria en la batalla de la existencia. Porque antes de toda victoria o apertura (fatḥ) aparece la sakina anunciando lo que ha de venir. Es la victoria del corazón sobre los sentidos, es la victoria del corazón sobre el ruido de Shaytan y de los humanos.

Nuestro mundo se asfixia en estrés y ansiedad, se asfixia en la inmediatez y en la falsa verdad… ¿No deberíamos anhelar la sakina en nuestra vida cotidiana? ¿No debería de dejar una cosa para privilegiados? ¿No deberíamos hacer del silencio y la firmeza nuestra forma de vida?  ¿No deberíamos volver al dhikr (recuerdo) una y otra vez frente al olvido (ghafla)?

Es el recuerdo de Allāh (dhikr) el camino para superar estas enfermedades y propiciar el bendito descenso de la sakina. Un dhikr que amplificado por el silencio nos ayuda a encauzar la habitabilidad (sakan) de nuestro corazón en este mundo de sombras.

Queridas hermanas y queridos hermanos debemos pedir a Allāh que haga descender su sakina sobre nosotros para que después descienda la apertura (fatḥ) tan ansiada para que vivamos en paz (salām) y plenos de conciencia (taqwa) de todo lo que Allāh ha dispuesto para nosotros. El gozar de la sakina no es un privilegio de unos pocos sino la obligación del creyente sincero que afronta su existencia en consonancia con los ejemplos de los profetas que Allāh, Señor de los Mundos, ha enviado a esta tierra.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.