﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
Concluido el ayuno del Ramadán y de los seis días de Shawwal volvemos a la normalidad, pues la práctica del islam, queridas hermanas y hermanos, se fundamenta en este concepto. El islam es normalidad y la norma en la que se enraíza esta experiencia es el camino profético. Nuestra vida como musulmanes se construye en torno al sentido común, plena de claridad y de experiencias positivas.
Superamos totalmente el hambre y la sed, somos más fuerte y nuestra confianza en Allāh es una bendición que difícilmente puede igualarse. Somos unos privilegiados de poder vivir esto en un mundo que, peligrosamente vacío de valores, nos amenaza. Y ese privilegio es responsabilidad ante lo cotidiano. Una cotidianidad que se presenta fácil para aquel que tiene conciencia de Allāh (taqwa), alejado de todo aquello que se complicado.
El islam nunca debería ser un dīncomplicado. No podemos hacerlo difícil, no podemos ni vivir una vida ascética ni descuidada porque todo va en su justa medida. El ṣirāt al-mustaqīn (recto camino), que aparece en la fātiḥa y al que nos invita la praxis muḥammadiana, es extremadamente sencillo y humilde. Alejado de complejos rituales y de extravagancias. Al final solo importa estar en equilibrio con la creación, que aunque pudiera parecer complejo no lo es. En este sentido dice un bello ḥadīth de nuestro amado Profeta ﷺ recogido por Bukhari lo siguiente:
«El Mensajero de Allāh ﷺ dijo: “Ciertamente, este dīn es sencillo y nadie debería sobrecargarse con ella, pues lo vencerá. Así anhela lo que sea apropiado, y mantente lo más cerca que puedas, y recibe las buenas, haciéndolo con calma; y fortalécete en las mañanas, las tardes y las últimas horas de la noche haciendo ‘ibada”» (Bukhari 2:32).
Este ḥadīth, uno de los más conocidos, nos invita a realizar una práctica muy sencilla, alejada de excesos (de ascesis o de rigor) y que viene fundamentada en los cinco pilares. Y esa práctica incluye, necesariamente, nuestra mente. Una mente, a veces racional, que es frágil, débil y que necesita fortalecerse.
Porque es en esa fragilidad de la razón donde nace el orgullo, y de ahí el orgullo del ego (nafs) que conduce a la caída. Supone un alejarse del ṣirāt al-mustaqīn, aún creamos que estamos haciendo lo correcto. No por ayunar o por hacer ṣalāt en exceso más vamos a ser mejores si no cultivamos ser normales. Porque el islam es intención antes que acción, es la actitud y el entendimiento antes que el aparentar. Sinceramente, no necesitamos llevar barbas largas o muchos paños de tela sobre nuestro cuerpo, si no somos capaces de tener nuestro corazón limpio y purificado y una enorme sonrisa en nuestro rostro.
El islam es sencillez, sonrisa y felicidad, y no debería ser jamás un estado de angustia y remordimiento, porque para borrar estos dos estados del corazón está la raḥma (misericordia) de Allāh, exaltado sea su nombre, que todo lo puede y que otorga el preciado salām (paz).
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Parte de la locura que vive el mundo se debe a la imposibilidad de implementar la normalidad en su día a día. Nuestro mundo, tan vertiginoso, ha olvidado cuán sencilla es la vida más allá de lo cuantificable. Olvidamos que en nuestra vida el islam nos exhorta a disfrutar, a gozar con una creación que está hecha para nosotros.
Sin embargo, muchas veces preferimos compadecernos y ver lo negativo. Al fin y al cabo, es más cómodo centrar la sencillez en el nafs (ego) y no en la conciencia. Porque esta nos confronta con nosotros mismos, y la negatividad genera un velo (ḥijāb) que cubre nuestro corazón y nuestros ojos. La tristeza se hace con nosotros y acaba debilitándonos.
Es la enfermedad de nuestro tiempo, una debilidad tan grande que nos sentimos constantemente cayendo al vacío. Una enfermedad que devora corazones y enturbia las almas. Y todo vestido de una aparente sencillez.
Y esa fácil sencillez, en las antípodas de la sencillez muḥammadiana, está totalmente ausente de luz (nūr). Una luz de la que, ya enraizada en el propio Profeta Muḥammad ﷺ, ilumina nuestro camino y nuestra vida. Una luz que, finalmente, nos sitúa en lo normal. Ahí es cuando la normalidad es visión, gozo y felicidad. Por eso, en el islam no necesitamos mortificarnos ni pasar por penalidades para alcanzar las plenas bendiciones. La baraka se obtiene de lo cercano, no hace falta confrontarse. Aunque hay quienes niega esa baraka y se centran en prohibir, en legislar en negativo y en apuñalar el sentimiento.
El islam actual sufre de la enfermedad del corazón (qalb). No hay amor (hubb) para el mundo. Tanto el islam se ha esclerotizado que si el Profeta ﷺ descendiera a este mundo sufriría por el estado de su comunidad, por la frialdad en las relaciones sociales y por ese aparente manto de perfección. En un tiempo de interconexión estamos más separados que nunca, y por eso nos permitimos el lujo de enfadarnos por cosas como la celebración del ‘Eid.
Una falsa perfección, una falsa normalidad neurotizante, en la mayoría de los casos, que nos recuerda cuán frágiles somos y que poco podemos hacer sin Allāh, el altísimo. Tan alejado todo de la práctica muḥammadiana. Debilidad que nos debilita y ante la que tenemos que luchar con toda la fuerza y el ejemplo profético.
Es la tazkiyya (la purificación) la única posibilidad para revertir esta situación y por eso quiero concluir esta khutba con esperanza y con voluntad de cambio. No podemos regodearnos en esa tristeza, sino que tenemos que escapar de ella y que mejor forma de hacerlo que con la normalidad.
La normalidad es la clave del ṣirāt al-mustaqīn sin impostaciones, sin apariencias solo con el corazón y una sonrisa, además de la ‘ibada, podemos transformar el mundo. No mucho más se pide de nosotros, sino responsabilidad. Si lo hacemos habremos ganado y viviremos en paz, y vivir con la tristeza y la ceguera es un alto precio que no podemos pagar.
Así que pedimos a Allāh, el altísimo, que llene de bendiciones la normalidad de este mes de Shawwal y que purificados nos guíe por el ṣirāt al-mustaqīn teniendo siempre el ejemplo de su Profeta ﷺ bien cerca y que haga rebosar nuestro corazón y que el salām (paz) se apodere de nosotros.
Pedimos Allāh que nos inunde de bendiciones a todos los seres humanos.
Pedimos Allāh fuerza para aceptar nuestras responsabilidades y el mandato divino.
Pedimos Allāh luz y salāmpara todos los pueblos que están en conflicto.
Pedimos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pedimos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.