Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio. 

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

El misterio del ayunoLa luna ya apareció en el oscuro cielo y llevamos algunos días de ayuno (ṣawm). Aquel que no está iniciado en los misterios del Ramadán teme –aún sin probarlo– al hambre y la sed, cede ante la fatiga y al sueño. Sin embargo, en estos días nuestros cuerpos se fortalecen con el du‘a y el Corán, se amalgaman con el dhirk y el perdón (ghafara); olvidando las limitaciones de lo físico y abriendo nuestra mente a la auténtica purificación: la del corazón (qalb).

El miedo, el hambre y la sed desaparece cuando el corazón, diáfano y lleno de luz, se alinea con la ‘ibāda (atención absoluta hacia Allāh) y muestran el camino al creyente (mu‘min) un camino que en estos días de Ramadán se hace más claro y evidente. Allāh, exaltado sea en su grandeza, así lo ha dispuesto y nosotros, en nuestra finitud, lo aceptamos.

En estos días hay miles de khutbas sobre el ayuno, pero no quiero que esta sea igual. Ni es una clase de fīqh (jurisprudencia), ni tan siquiera un rememorar los méritos de ayunar en este bendito mes. Mi intención es acercarnos al ayuno desde el propio corazón, desde una experiencia y significado personal.

Ayunar exige estar iniciado. Nadie le presta atención a este hecho, pero necesitamos ser iniciados, necesitamos guía para afrontar un mes de desafiar a lo cotidiano, a la comodidad, a nuestro nafs (ego). En un mundo sin iniciaciones pensamos que todo lo podemos hacer solos, pero no. Ayunar exige una iniciación que, normalmente, se da dentro de la comunidad. Padres, abuelos y tíos ayudan a hacerlo, a descubrir el misterio y la luz en las horas de sol y la baraka en horas de luna. Otros, aquellos que no nacimos dentro de una familia musulmana, aprendimos a hacerlo bajo la tutela de la sombra del Profeta ﷺ y la mirada adusta de Jibril, que sobre él sea la paz. Todos somos iniciados, ya sea desde el mundo visto (hadhir) o desde el no visto (ghayb).

Toda iniciación nos obliga a experimentar límites, a rebasarlos y a fortalecernos. Toda iniciación exige un sacrificio que nosotros ofrecemos con nuestro cuerpo, con nuestras acciones. Por eso, y aunque no nos lo dice, nos iniciamos en Ramadán y cada día es una bendita prueba.

Tras la iniciación se nos permite usar el ayuno como protección, como una armadura. Protegemos así el corazón (qalb), que frágil recibe los golpes del ego. Sin iniciación, sin experiencia límite no sería lo mismo. Por eso tenemos que recordar el significado en nuestro propio cuerpo para que, finalmente, sea la taqwa (conciencia de Allāh) la que envuelva como un manto la armadura del ayuno en la que engarzada la misericordia (raḥma) como si fueran rubíes nos permite avanzar en el ṣirāṭ al-mustaqīm (camino recto).

Ayunar es una experiencia en la que se destruyen dualidades, se aniquilan ídolos mentales y físicos, y se purifican nuestros débiles cuerpos fortaleciendo nuestro espíritu. Y más allá de una recompensa, ayunamos para nosotros mismos. Es, aparentemente, egoísta pero el conocernos a nosotros mismos nos ayuda a conocer a nuestro Señor, exaltado sea su nombre. Superada la fragilidad, superado el miedo, superado el vacío está todo, está la revelación.

Ramadán es, igualmente, el mes de la revelación. El cuerpo se convierte en la cueva de Hira para que sobre él descienda el Mensaje. Para que Jibril doblegue y nos recuerde como nuestro amado Profeta ﷺ se sometió a Allāh y aceptó la misión de cambiar su realidad. En Ramadán la misericordia (raḥma), el perdón (ghafara) y la trascendencia nos dominan.

Así, el islam nos regala una experiencia incomparable de la que se han beneficiado Profetas, santos y santas, y gente como nosotros. Somos afortunados, por un mes vivimos como los elegidos, como los portadores de mensaje, sobre sea ellos la paz, o como los amigos de Allāh (awliya Allāh). Es nuestra oportunidad para trascender.

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A veces, y en un mundo como el nuestro, hay quien no comprende nuestro ayuno. Hay quien lo ve anacrónico o mortificante cuando no lo es. Los Profetas, la paz sea sobre ella, se retiraban y ayunaban, fortalecían su espíritu en soledad y volvían con el mandato que Allāh, exaltado sea su nombre, había dispuesto para ellos.

Así, el Profeta ‘Isa (Jesús), la paz sea sobre él, ayunaba. Ayunaba tal y como lo hacemos nosotros: cuarenta días. La luna de Ramadán y los diez días del mes de Shawwal, que prosigue a Ramadán. Un ayuno necesario antes de enfrentar la vida profética, de portar un mensaje, de transitar por el camino que Allāh, el altísimo, había dispuesto para él.

Él, según nos cuenta Al-Ghazali, como nuestro amado Mensajero ﷺ ayunaba como lo hace la élite. Restringía acciones y palabras, se beneficiaban del tiempo que los demonios están encadenados y aprovechaban los mensajes que Allāh regalaba en Ramadán.

El ayuno de ‘Isa era ininterrumpido pues Allāh, exaltado sea su nombre, no había dispuesto aún el día del ‘Eid al-fitr. Era largo, lejano y solitario, era un ayuno difícil para gente muy elevado. Sin embargo, una vez que fue revelado el último Mensaje, el Corán, todo cambió. La experiencia se transportó del desierto a la comunidad y el ayuno de ‘Isa fue sustituido por el de Muḥammad ﷺ, un ayuno que, a partir de entonces, habría de hacerse en comunidad. La soledad era cambiada por compañía y la austeridad del ayuno se rellenaba con la barakade la gente.

El islam es, necesariamente, comunidad, sentido común y baraka. Por eso, no nos manda hacerlo en solitario. Nos dice el propio Profeta ﷺ en un ḥadīth que Imam al-Nasa’i cita en su Sunan:

«Unos compañeros se preguntaron si el Profeta ﷺ realizaría prácticas secretas pues las que le veían hacer con el resto de los musulmanes es como si les parecieran insuficientes y, por tanto, de poca efectividad. Creyeron que debían intensificar su relación con Allāh. Y uno de ellos dijo: “Yo abandonaré el comer carne”. Y otro dijo: “Yo no me casaré”. Y otro dijo: “Yo no volveré a dormir en una cama”. Al Profeta ﷺ le llegaron esas palabras y dijo en una asamblea: «¿Qué le pasa a los que dicen “Yo no comeré carne” “Yo permaneceré célibe” “Yo no dormiré cómodamente”? Pues bien: Yo contraigo matrimonio, yo como carne, yo me acuesto y me levanto, yo ayuno y rompo el ayuno, y quien abandone mi sunnano es de los míos» (Sunan al-Nasa’i, 26: 22).

El islam no es un camino de privación ni negación, es un camino medio. Fomenta lo justo (‘adl) sobre cualquier otra actitud vital. Y lo justo es lo que es bueno. Por eso, el ayuno de Ramadán no es una mortificación sino un recuerdo (dhikr) de quienes somos, de quien tomamos ejemplo y de quien dependemos. Por eso, ayunar debe ser tan natural como comer.

Por eso, ningún musulmán consciente debería pensar que el ayuno (ṣawm) de Ramadán es una carga. Al contrario, es una bella bendición que está supeditada por causa mayor como bien indica, y legisla, el fīqh. Pues como dice un bello dicho, sahih, de nuestro amado Mensajero ﷺ:

«Ciertamente el dīn es sencillo. Y quien lo dificulte no podrá continuar en nuestro camino. Así que no debéis ser extremistas, sino tratad de estar cerca de la perfección y recibir las buenas nuevas y seréis recompensados». (Sahih Al-Bukhari 2:32).

La facilidad es norma en el islam y, por ende, tenemos que ser conscientes de ello en cada acción. También en el ayuno, pues no debe ser una práctica que entrañe sufrimiento, sino que guarde una recompensa. Y esa recompensa es el sabernos que somos invencibles siempre que Allāh quiera, pues somos su creación amada y cuando en su conciencia nada nos afecta. Y, aunque llegar a ello sea una experiencia larga y compleja, la antesala del paraíso es el ayuno, purificados por la ghafara (perdón) de Allāh y consciente de que nada ocurre sin que Él, exaltado sea, lo haya decretado (qadr).

¡Ya Allāh bendice nuestro ayuno bajo el sol implacable! ¡Ya Allāh reconfórtanos bajo la luz de la luna! Que la tradición muḥammadiana sea nuestro ejemplo vital para llegar a ti, especialmente en estos días y en estas noches del mes sagrado.

Pedimos a Allāh que, a través de su salām, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz (nūr) muḥammadiana.

Pedimos Allāh que perdone y otorgue paz a nuestros antepasados, a nosotros, a nuestros padres y a todos los creyentes.

Pedimos a Allāh que nos guie con salāmen el ṣirāṭ al-mustaqīm (camino recto) y que Él acepte nuestra ‘ibada (adoración).

Dicho esto, que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de todos los mundos.