﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
No hay duda que Él fue el más Noble de la Humanidad, el Señor de los hijos de Adam, la persona con más alto rango a los ojos de Allāh y el más cercano A Él. Lo sabemos por los numerosos ḥadīthes que nos cuentan esto. (Qadi Iyad, Al-Shifa’, p. 34)
Queridas hermanas, Queridos hermanos, unámonos de corazón a la celebración del Mawlid al-Nabi 1442h/2020 en el bendito mes de Rabbi al-Awwal que comienza este fin de semana. Este es un mes en que los musulmanes debemos recordar la figura del último de los mensajeros ﷺ como elemento central de nuestro dīn. Nuestro Profeta ﷺ es la razón de nuestra práctica del islam, la normalización de nuestro camino y el guía hacia el eterno jardín. Ejemplo que debe ser amado y respetado.
La figura de Muḥammad ﷺ siempre suele ir envuelta de polémica para aquellos que no le conocen. Y es normal, los grandes personajes de la humanidad siempre van unidos de polémica. Es connatural a ser alguien especial, y nuestro Profeta ﷺ lo fue y lo es. Decía Muhammad Iqbal, el gran sabio y poeta indio, en su divan Javid Nama (El libro de la eternida): «Piensa que podrías negar a Allāh, pero jamás podrás negar la gloria de su Profeta».
Y esto se debe a que la negación de Allāh proviene de una incomprensión del eterno presente de su gloria, ingenuos de aquellos que no lo vean por el corazón porque no lo verán con los ojos. Sin embargo, nuestro Profeta ﷺ, más allá de su naturaleza metafísica, es un ser con tiempo histórico concreto y a la vez trascendente. Un ejemplo en lo visto (hadhir) y en el no visto (ghayb). Por eso dice Iqbal (ra) que es imposible negar su gloria, negar su luz que iluminó e ilumina nuestro mundo.
Vivimos en una sociedad altamente olvidadiza y por ello se hace más necesario el recuerdo (dhikr) del Mensajero de Allāh ﷺ cada día, cada hora. Sus nobles cualidades, su factura ética o su esfuerzo por vivir son ejemplos que todo el mundo puede tomar de su figura. Decía el Profeta ﷺ en un ḥadīth —y haciendo un acto de autoconciencia— relatado por Ibn Abbas y recogido por Tirmidhi: «(…) Yo soy el más noble, entre el primero y el último, y esto no es petulancia».
Su modelo ético es de una actualidad incuestionable. Generoso, buen padre, buen esposo, atento con la comunidad, trabajador ejemplar, hombre de justicia, caritativo amable, sonriente… Es lo que deberíamos aspirar todos aquellos que queramos obtener una sociedad mejor. El modelo muḥammadiano es el que puede construir una sociedad plena, justa y libre, en tanto el trabajo, respeto y la positividad son básicos. La sunna de la sonrisa, la sunna de la lengua o la sunna del trabajo hacen mejores la sociedad. Decía el gran sufí senegalés Ibrahim Niasse (ra): «Si la humanidad quisiera describirme/ no encontraría nada, salvo el Profeta ﷺ quien es mi única fuente de felicidad».
Felicidad, decía Baye Niasse (ra), porque él ﷺ es fuente de orden, de luz y de cercanía con Allāh, que su nombre sea exaltado. Los sabios clásicos le llamaban mutarjim (transcriptor/traductor) de la realidad divina, aquella que por mucho que nos esforcemos jamás comprenderemos con nuestro ‘aql (mente racional), pues necesitamos de un corazón amante (fuad) para contemplar tanto el jalāl (la majestad) como el jamāl (belleza).
Sin embargo, los musulmanes estamos obligados a un poco más. A esa parte externa (ẓāhir) hay que sumarle el contrato vital que toda acción lleva implícita en el plano interno de la realidad (bāṭin). Estamos obligados a verle más allá de la carne, y ver su luz que resplandece. Ver esas dos dimensiones es la compresión del islam, es vivir el regalo de Allāh, el altísimo, nos hace. Para nosotros, y esa es una de las perversiones de estos tiempos, Muḥammad ﷺ no es solo un ser físico sino un ser de luz, que proviene de Allāh, el altísimo, y que Él le ha convertido en un ser especial, en un guía (hādy) y en un purificador (māḥy) para nosotros. Por eso es tan importante amarle.
***
Amar suena tan lejano pero amar al Profeta ﷺ es vivir plenamente el islam, a través de la segunda parte de la shahada. Significa pactar con Allah y con él ﷺ —en un plano metafísico— que seguiremos su ejemplo según dicta el libro y la sunna, sus acciones cotidianas. Ese pacto reduce el vértigo que da la primera parte de la shahada. Es tener un respiro ante la inmensidad de Allah, que exaltado sea su nombre, y aferrarnos a nuestra humanidad.
De la oscuridad que genera en nosotros, simples mortales, la luz infinita de Allāh a la luz medida y progresiva del Profeta ﷺ. Por eso, él ﷺ es la lámpara luminosa que no nos ciega (Corán 33:46) sino que ilumina aquello que necesitamos. Solo el Profeta es el que puede comprender cada acción nuestra, cada debilidad, cada anhelo… Él es el que guía hacia las puertas del juicio y por eso él está en la posición del alabado (Al-Maqam al-Mahmud). Ese día del juicio él, el Profeta de Allah ﷺ, suplicará por su comunidad y Allah le oirá, como relata el ḥadīth de Abū Hurayra. Dice Al-Jazuly (ra), comentando un ḥadīth de ‘Umar b. al-Khattab sobre el amor al Profeta, en su Dalā’il al-Khayrat: «¡No, en verdad, no cree realmente quien no siente amor por él!»
Hay que imaginarse qué valor tiene amarle, hay que imaginarse cuanto nos puede dar su generosidad. Queridas hermanas, queridos hermanos hay que regresar a hacer las salawats sobre él. Cuanto más agradecemos a la creación, concentrada en Él, más recibimos. Nuestra conciencia de Allāh (taqwa) solo puede surgir imitándole, siendo un siervo (‘abd) como él era, a pesar de ser su vicerregente. Es presentificar a nuestro Profeta ﷺ, es prepararnos para el eterno presente de Allāh, el altísimo.
Queridas hermanas, queridos hermanos, decir esto a día de hoy, es tremendamente complejo. Mucha gente ni siquiera creerá un par de líneas, pero el islam es mucho más que un catecismo y una ley literal. El verdadero islam se condensa en seguir la Sunna del mensajero más y más y alcanzar la excelencia (iḥsān) como en el famoso ḥadīth de Jibrīl (as). No es fácil, lo sabemos, pero quien quiere una vida sin retos.
La gran enfermedad de la Ummah es el olvido (ghafla) que habita en nuestro corazón (qalb). Ese olvido nos hace ser injustos, egoístas, débiles e interesados, y eso solo se cura con trabajo espiritual. El olvido incluye dejar de considerar al Profeta ﷺ como nuestro guía, como nuestro maestro, como nuestra luz. ¡Cuán importante es volver a traerlo a nuestra vida cotidiana!
Son esos retos los que nos hacen avanzar, los que nos hacen ser más fuertes y más benditos día a día. Si queremos una vida vacía, el islam no es nuestro camino. Si queremos una vida plena de amor y posibilidades sigamos la sunna del Profeta ﷺ. El esfuerzo de emularle es luchar contra nuestras propias pasiones y comodidades, a él ﷺ le fueron extirpadas. Por eso, cada día que conseguimos imitarle desterrando el odio, la avaricia, el egoísmo o la envidia es una victoria y es la constatación de que amándole se abre el absoluto ante nosotros. Y, ahora preguntémonos ¿Por qué Muhammad?
Queridas hermanas y queridos hermanos aprovechemos estos días para recordarle de forma muy especial y, de paso, afianzarnos en su ejemplo. Si todos los poetas y santos (awliya‘) le miran, mirémosle, querámosle y aprendamos de él ﷺ. Sigamos su senda, aprendamos su palabra y cobijémonos bajo su bendita sombra. La sombra del Profeta ﷺ, llena de luz, es la más parecida a la que experimentaremos en el Paraíso. Así, es hora de elegir o abrasarnos en el inmediato devenir vida o vivir bajo su resplandeciente sombra.
Pidamos a Allāh vivir plenamente conscientes y bajo el ejemplo del mejor de la creación ﷺ, en cada momento y con la máxima apertura.
Pidamos Allāh que nos inunde de bendiciones a todos los seres humanos en este Rabbi al-Awwal.
Pidamos Allāh fuerza para aceptar nuestras responsabilidades y el mandato divino, y enfrentarnos a los ídolos y cadenas que brotan en nuestra vida.
Pidamos Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.