Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos a veces nos falta la paciencia (ṣabr) en nuestra vida. Paciencia, que palabra tan manoseada sino estamos enraizados completamente en Allāh, el altísimo. Y cuando digo enraizados me refiero plena arraigados a sus atributos generosos para con nosotros: su completa matricialidad (raḥma), su belleza (jamāl), su sutileza (laṭīf). Estos atributos no son nada sin una paciencia (ṣabr) que acepte que la apertura (fatḥ) llega cuando Allāh, que exaltado sea su nombre, quiera. En una época de inmediatez, de vacío, de temor este no es un camino fácil. Por eso para nosotros la historia del profeta Ayūb (Job), que la paz sea sobre él, puede ser tan inspiradora.

El Corán nos cuenta como Ayub (as) fue el paradigma del creyente paciente, que hacia tawba (retornaba) a Allāh, el altísimo, a pesar de las adversidades (Corán 38:44). Adversidades que le enraizaron en la firme creencia que la realidad auténtica (ḥaqīqa) solo pertenece al Altísimo y lo demás son sueños, buenos o malos, pero simples sueños.

Ayub (as) era un creyente de corazón purificado. Este no albergaba otra cosa que no fuese para Allāh. Sus días eran para Él, sus noches también y sin embargo esto no le hacía perfecto. Cumplir no te hace perfecto, tan solo superar las pruebas y romper la comodidad lo hace. Y el camino espiritual es difícil, así que el Shaytan armado de ilusionismo decidió tentarlo.

Tentar a un ser humano para romper su creencia era muy sencillo para el Shaytan, si bien Ayub (as) no tenía nafs (ego). Lo había purificado de tal forma que no quedaba nada en él. Así que el Shaytan tuvo que desplegar la apariencia sobre él, imágenes y presencias que por muy impactantes que fuesen un creyente debía ver como un espejismo.

Su estado de dhikr (recuerdo) era tan superior que el Shaytan fracasaba, porque en todo momento Ayub (as) se hacia presente la realidad auténtica del mundo, la ḥaqīqa. Shaytan apenas podía lograr su objetivo y Ayub (as) le respondía con una sonrisa de corazón tan pura que el Shaytan se frustaba y más odio albergaba en su igneo corazón. Y los tormentos subían, pero el profeta (as) contemplaba esos hechos tan lleno de raḥma que nada le turbaba. El mal siempre es externo al absoluto, proviene de nuestros corazones fruto de la envidia, los celos y el rencor. Un creyente sincero debe cesar ese sentimiento a través de la tazkiyya (purificación) utilizando el dhikr.

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Shaytan inflamado de celos y odio, con un corazón corrompido por los dogmas estériles y un deseo de ser el mejor ser de la creación, pasó de tentar a Ayub (as) a intentar destruir su mundo físico. Cuanto más le hacía, Ayub (as) más elevaba plegarias de agradecimiento al Altísimo. Y entonces fue cuando Allāh quiso ver el límite de Ayub (as) y permitió a Shaytan que hicieran daño a su cuerpo. Este se ensañó y le produjo una gran enfermedad que le dejó inmóvil, frágil y, a ojos de la gente, repugnante. Pero el profeta no se rindió y prosiguió con sus alabanzas.

Solo su esposa, que le amaba, siguió con él (as). Se había convertido físicamente en un rajīm (rechazado), Shaytan lo había asimilado en cuerpo, pero no había podido con su alma. Y su esposa seguía con él porque su amor (ḥubb) era más grande y más puro de lo que podía esperar. Shaytan finalmente tomó la forma de un hombre sano y comenzó a susurrar en el oído de la esposa de Ayub (as) recordándole cuan fácil había sido su vida anterior y su esposa cedió, lloró y su amor por el profeta se resquebrajó.

Ante esto el profeta Ayub (as) le recordó cuan generoso había sido el Altísimo con ellos durante años y que no debía quejarse. Así que elevó una plegaria de raḥma omitiendo la queja y ensalzando su vida en un tono de agradecimiento:

«Y Ayub a su Señor imploró: “Ciertamente la adversidad me ha sobrevenido y tu eres el más Matricial de todos aquellos que son matriciales”. A lo que nosotros respondimos desvelando la adversidad, dándole a él y a su gente nuestra raḥma y recordándole entre los creyentes» (Corán 21: 83-84).

El recuerdo de Allāh hacia Ayub (as) fue su restitución en el mundo más allá de su prueba, más allá de los susurros del ego o del Shaytan. Es el triunfo de las dos voluntades: la del ser humano y su libertad, y la de Allāh que quiere para nosotros. Es otro ejemplo del creyente sincero.

A estas alturas podréis intuir cual era el secreto de Ayub (as), ¿verdad? Es sencillo él, como otros tantos profetas y gente de Allāh, estaba enraizado a la ḥaqīqa, la auténtica realidad, y, a la vez, era un firme defensor de las leyes que Allāh había mandado: la sharī‘a. Él (as) era un creyente equilibrado como lo sería, siglos más tarde, nuestro amadísimo Mensajero de Allāh ﷺ que recoge las bendiciones y ejemplos de todos los profetas anteriores.

Enraizarse en Allāh, más allá de lo que piensen o pase, es nuestro deber como creyentes sinceros, como gente con corazón, como seres bendecidos por el Raḥman, aquel que da la matricialidad. Llegar a tocar, aunque sea por un minuto, el maqām de Ayub (as) nos salvará de que nuestro corazón arda desconsolado como el del Shaytan por los dogmas, el miedo, el egoísmo y la ceguera. La revelación a Ayub (as) fue que el recuerdo (dhikr) y el agradecimiento (shukr) es la llave de toda apertura (fatḥ).

Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos es el momento de pedir para nosotros el maqām de Ayub y saborear (dhawq) las bendiciones que guarda y que este sea la actitud que con la luz muḥammadiana nos guíe a Allāh ante el Altísimo y allí podamos gozar de su ḥaqīqa. Que seamos nosotros pero también aquellos que lo necesiten de corazón, cerca o lejos. Que la raḥma de Allāh fluya para toda la humanidad. Amin

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.