Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos, ya estamos plenamente en Shawwal. Hemos pasado los días majestuosos (jalāl) de Ramadán y hemos disfrutado de la dulzura y la belleza (jamāl) del ‘Eid. Nos hemos regocijado con los nuestros, nos encontramos inmersos en pura bendición y en estos días volvemos a la normalidad.

Una normalidad que no debería hacernos olvidar todo lo vivido este último mes. No debería ser pues excepcional pues el equilibro de la creación se rige entre esos dos atributos del creador, el Altísimo, la impresión del jalāl y la dulzura del jamāl. El mundo que vivimos, la creación de Allāh es equilibrio de ambos, aunque a veces excedan de nuestro limitado entender. Así, la historia del profeta Yūsuf (as) nos invita a reflexionar sobre ello de una forma profunda.

Si el amadísimo profeta Muḥammad ﷺ es el mejor ser de todos los mundos posibles, Yūsuf (as) ha sido y es el ser más bello de toda la creación (khalq). Su belleza la glosa el sabio al-Ṭabari en su historia, un reflejo de la belleza de su alma. Un maqām (posición espiritual), el de la belleza, que invita a ser un reflejo auténtico de la verdad y el bien. En última instancia de la realidad (ḥaqīqa) de Allāh, que exaltado sea su nombre.

La belleza no debería ser solo apariencia en el plano del visto (hadhir) sino que debe corresponderse con los valores trascendentales en el no-visto (ghayb): verdad (ḥaqq) y el bien (khayr). En nuestro mundo se ha corrompido el significado profundo de todo esto, la belleza se consume y no se contempla. Se ha perdido el saboreo (dhawq) de la realdiad para entregarse a un consumo irredento, a un mundo hiperreal donde todo acaba siendo un simulacro vacío. Y si la belleza no es ni verdadera ni buena no es de Allāh.

Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos, nos urge volver a la historia de Yūsuf (as) y comprender que toda esa belleza fundada en el Altísimo conlleva un gran sacrificio pues nada excelso se da gratis. Ese esfuerzo es el jalāl, la majestuosidad que nos excede y nos rompe. Y es que disfrutar de la belleza conlleva posicionarse en el absoluto, y el absoluto es inconcebible para una humilde mente como la nuestra.

Por eso, y como Yūsuf (as), tanto el jalāl como el jamāl hay que vivirlos con el corazón y no con la mente. Porque el corazón cuerdo (qalb) domina al majestuoso jalāl mientras que el corazón amante (fuad) se alimenta con el dulce jamāl. Y eso, queridas hermanas y queridos hermanos, es la experiencia de lo sublime. Es un vivir en Allāh.

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La belleza, y por ende la verdad y la bondad, que guardaba Yūsuf (as) levantó envidias entre sus hermanos quienes decidieron venderlo como esclavo. Una prueba inmensa que llevo a enfatizar que la manifestación de toda belleza conlleva una experiencia límite. Su experiencia del absoluto tal y como nos narra el Corán: «¡Oh, padre! En verdad vi once estrellas, el sol y la luna, las vi postrándose ante mí» (Corán 12: 4).

Allāh, el altísimo, le confirmó a través de esta visión la realidad de su maqām (posición espiritual). Su rango de profeta hacía que la creación se le inclinase como lo había hecho con Adam y, sin embargo, ante esto poco valor le da un alma sincera, un alma en plena entrega a su Señor.

La belleza (jamāl) actua como un reflejo de la humildad de su alma, pero aún así el creyente sincero tiene que experimentar la majestuosidad que supondrá el cierre del circulo, la experiencia plena. Y es aquí donde el creyente descubre como es, ciertamente, la realidad (ḥaqīqa) de lo que Allāh ha dispuesto para todos nosotros (Corán 12: 15). Ese terrible jalāl es un acceso a la marifa, a la comprensión profunda de la realidad.

Durante su esclavitud Yūsuf (as) experimentó los límites, experimentó el olvido de su familia, experimentó el no-ser pleno y sin embargo siguió aferrado a Allāh. Tanto que con sus cualidades innatas y su buen corazón Allāh, el altísimo, le dijo: «Y cuando alcanzó su madurez le dimos sabiduría y conocimiento y así le recompensamos sus buenas acciones» (Corán 12:22).

El triunfo, el retorno del jamāl y una prometida apertura llegó directo al corazón. Allāh le dio juicio y acción desde su belleza y la contemplación de la majestuosidad de la creación. Los sueños, algo tan sumamente frágil y etéreo, fueron el vehículo desde el cual podía saber. Sueños bellos, pero también sueños que impresionaban porque era puro jalāl. Fue su humildad lo que le permitió comprender y aplicar los dones que Allāh le dio mejorando la vida de los egipcios y de su Rey, que por aquel entonces aún no era un tirano. Y así consiguió volver a reunirse a su familia y perdonarles a pesar de haberlo vendido como esclavo.

El secreto de Yūsuf (as) fue conocer que Allāh por encima de jalāl y jamāl era latif, es decir, sutil y que todo cabía en él. Lo sutil no cabe en una mente sino en la plena conciencia de la creación que nos ha sido dada. La nobleza de Yūsuf (as) de la que habla el amado Mensajero ﷺ en un ḥadīth recogido por Bukhari es precisamente esa equilibrar la creación y ser consciente de que siempre triunfa el aspecto sutil de Allāh y nos invita a apreciar lo trascendental.

Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos, la belleza (jamāl) en cualquiera de sus manifestaciones es parte fundamental de en la vida del creyente sincero, y tiene que ser valorada y equilibrada con el jalāl, con la majestuosidad. Aún así, desconfiad de quien os muestre un dīn alejado de la belleza y que tenga un alma que vibre con ella. Quien no es capaz de vivir y transmitir el dīn con alegría no comprende lo que realmente significa. Pidamos ser de los que, como Yūsuf (as), equilibran la belleza (jamāl) y la majestuosidad (jalāl) obteniendo en su vida el absoluto. Amin

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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