Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos, comenzamos el mes de Ramadan. Este es un tiempo de purificación para nuestros cuerpos y corazones. Un espacio para que la sinceridad (ṣidq) nos invada y tomemos de cada profeta su don aspirando a imitar al hombre perfecto (al-insān al-kāmil), al más sublime de los enviados: Muḥammad ﷺ.

El ayuno, la entrega a la ‘ibāda, el silencio y el equilibrio son los valores propios de esta luna que creciente se va alzando en nuestros cielos. Una luna que marca un desafío que todo creyente debiera aceptar: llegar a Allāh, el altísimo, purificado. Y solo entonces es cuando el más Sublime nos entrega la felicidad plena.

No podemos pretender que este camino sea ni rápido ni fácil. Al contrario, es lento y complejo, pero está lleno de momentos dulces que nos refrescan con la baraka como el agua refresca a un viajero en medio del desierto. El camino es un desierto, pero el desierto es en sí la quintaesencia de la vida. En la nada está el todo, en la aparente muerte se alza una vida triunfante. El corazón cuerdo (qalb) necesita de un desierto para templar al corazón amante (fuad) que nos conduciría a la locura sino fuese purificado por el ayuno, el sujūd (poner la frente en el suelo) y el recuerdo (dhikr) sincero de Allāh. Este mes recordamos que hay vida en el desierto, que es Allāh, el altísimo, quien la protege y la exalta, y que los profetas (as) son gente del desierto y lo aman. Ellos son los purificados.

Nuestro mundo, el reino de la cantidad, desprecia el desierto, pero en el fondo le teme. Y le teme, en cierta medida, porque supone entregarse (tawakkul) a Allāh y dejarse guiar. Todo el mundo tiene miedo de la arena, del calor y de los seres que allí moran. Y sin embargo el desierto es bendito (mubārak) pues los sabios sinceros como Ibn Rushd (ra) y Ibn Maimūn (ra) lo prescribían para acabar con el asma que hacia sufrir a sus pacientes. Hoy tenemos un asma espiritual que nos impide respirar la grandeza de la purificación y, en cambio, nos esmeramos en construir frágiles ciudades de cristal en vez de dormir al raso viendo los cielos y la tierra que Allāh, el altísimo, ha creado para nosotros.

El desierto siempre ha sido visto como un espacio purificado porque se está en esencia, al límite y lleno de taqwa (conciencia de Allāh). Y es en Su inmenso poder que cuando más duro es todo, cuando más calor hace, cuando la sed hace arder la garganta que aparece el oasis donde poder purificar el cuerpo y refrescarlo. Donde volver a vivir. Donde se nos invite a ser de los purificados.

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Ese oasis son los profetas (as) y, en particular, nuestro amado Muḥammad ﷺ. Él, el elegido, trae el mayor de los regalos que es su luz (nūr). Él, bendito sea su nombre, es el sello de todos los profetas (as) que antes que Él ﷺ vinieron a contarnos sobre como purificarnos y llegar a Allāh, que exaltado sea su nombre. A eso aspiramos y que Allāh, el altísimo, nos haga dignos de ello.

Tras el amado Muḥammad ﷺ hay un profeta que representaba muy bien que significaba la purificación: ‘Isa (as). El hijo de Maryam (as) —la mujer más pura de todas las mujeres— es, precisamente, el profeta purificado. Es quien vino a purificarnos antes del más sublime de los enviados ﷺ, y volverá antes que este mundo acabe para purificarlo por última vez antes de entrar en la eternidad de Allāh, el altísimo.

Tanto él (as), como su primo Yahya (as), tenían muy en cuenta la purificación, era su forma de vida, su sentido de la profecía (nubuwwah). ‘Isa (as) purificaba llevando al límite las falsas y estériles lógicas de quienes hacían shirk sobre el ritual. De aquellos que entendían que la purificación (ṭahāra) era tan solo un rito mecánico sin trascendencia llevándolo al extremo del shirk (idolatría). Por eso, Yahya (as) purificaba vivificando con la bendita agua del rio Jordán e ‘Isa (as) lo hacía con sus benditas acciones ante los que habían olvidado (ghafilīn). Ambos limpiaron el mundo para que fluyese la luz del Profeta Muḥammad ﷺ.

Los profetas (as), aquellos que son de los purificados, nos invitan continuamente a ello tanto en cuerpo como en corazón. Debemos recordar, queridas hermanas y queridos hermanos, a Ibrāhīm (as) quien fue purificado continuamente desde su vida pasada hasta aceptar el pacto y entregarse a Allāh como creyente sincero. Fue purificado de todo rencor cuando se le ordenó sacrificar a su hijo Ismail (as) y en el último instante se detuvo el cuchillo que sobre su pecho iba para colocar a un cordero. Eso es entrega sincera a Allāh, el altísimo. O el ejemplo de Mūsā (as) que fue purificado del shirk que había aprendido en la casa del Faraón para buscar la auténtica justicia (‘adl) y la liberación de los hijos de Israel renovando el pacto de Ibrāhīm (as). No hubiere podido llevar su misión, no habría podido verter su luz sobre ellos sino hubiere estado purificado. ¿Acaso alguien que alberga odio en su corazón puede hacer tan sublimes tareas?

Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos, es tan importante estar purificados. Es una bendición para nosotros mantener nuestra pureza (ṭahāra) en cada momento, en cada acción, en cada pensamiento, en cada respiración. Las bendiciones no vienen si nosotros no estamos preparados para ellas. Disfrutemos del desierto que se nos ofrece en este Ramadán y en él podamos trascender hacia Allāh, el altísimo iluminados por la luz de su amado Rasūl ﷺ, el más amado de toda la creación.

Pidamos a Allāh, queridas hermanas y queridos hermanos, que el deseo de purificación (ṭahāra) sea nuestra guía y sostén en tan difíciles momentos. Que comprendamos que ahí está la clave del salām (paz) y del salīm (salud) y que es la senda que guía hasta el todopoderoso Allāh.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.