Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Que la infinita grandeza de Allāh, el altísimo, y la brillante luz (nūr) de su Profeta ﷺ se muestren ante todos nosotros en esta bendita mañana de Eid al-Adha. Queridas hermanas, queridos hermanos hoy es un día de fiesta, de felicidad porque estamos en un día de acción de gracias, de conciencia con lo absoluto y con la vida.

Hoy es el día del sacrificio, el día del maqām (posición) de nuestro amado profeta Ibrāhīm (as) como ejemplo de tawakkul (confianza plena), taqwa (conciencia) y triunfo sobre la oscuridad. Un triunfo sobre la noche, una noche débil pues la ilumina la media luna del 10 de Dhū l-ḥijja, que nos recuerda la omnipotencia de Allāh, la misericordia (raḥma) para con sus criaturas, para con su creación. Algo que excede nuestras mentes y racionalidades, algo que solo se entiende desde el corazón.

El sacrificio que ofrecemos hoy en esta fiesta es mucho más que sacrificar un cordero. Es un ejercicio de introspección sobre quienes somos, sobre nuestro entorno y sobre nuestro estado interior. El cordero, si no hay intención de sacrificarnos nosotros mismos ante Allāh, de poco sirve porque el verdadero sacrificio es de nuestro corazón.

Allāh, que su nombre sea exaltado en cielos y tierras, ha dictado a lo largo de su creación infinitas formas de sacrificio. Sus profetas y mensajeros, que la paz sea sobre todos ellos, los han ejecutado diligentes, todos sabían lo que era un sacrificio y la renuncia que implica para demostrar que somos capaces de transcender. La tradición profética nos da buena cuenta de ello, nos invita a hacerlo en nuestra vida cotidiana, nos invita a entregar algo valioso para darnos cuenta de que es más infinitamente valioso hacerlo en nombre de Allāh. Pero de entre todos esos profetas es Ibrāhīm (as) el que mejor ejemplo nos dio.

La Sunna de nuestro amado Profeta Muḥammad ﷺ nos invita, previamente al sacrificio del cordero, a rememorar el maqām de Ibrāhīm (as), a sentir su duda y su miedo. Y, en el último instante, a vernos salvados por el ángel Jibrīl (as) que advierte que la prueba ha sido superada. Es una experiencia trascedente, muy fuerte es enfrentarse con todos nuestros temores y dudas, es creer por encima de nuestras posibilidades. Se trata de una purificación (tazkiyya) de la ceguera que a veces nace en nuestro corazón, pues Allāh en su infinita bondad sería incapaz de hacernos el mal, incapaz de dejar que el mal se produzca en su nombre. En ese instante nos transmutamos de Ibrāhīm a Ismail y aún sentimos la plenitud de Allāh, esa que nunca nos abandonará aún todo parezca oscuro y sin razón. Pleno tawakkul, plena aceptación de la realidad.

El maqām de Ibrāhīm (as) nos invita, previamente, a reflexionar sobre el acto, sobre nosotros y sobre nuestra confianza en Allāh (tawakkul). Y así, se produce un natural vértigo acerca de nuestra acción que un corazón puro sabe con certeza que las acciones en nombre de Allāh solo conducen al triunfo. Ya lo dice el Corán:

(…) Y le rescatamos mediante un sacrificio magnifico, y de esta forma le dejamos como recuerdo para futuras generaciones: “¡La paz sea con Abraham!”. Así́ recompensamos a los que hacen el bien – pues él fue verdaderamente uno de Nuestros siervos creyentes. (Corán 37: 107-111).

Y así la paz es con nosotros y pacificados, ya sacrificado nuestro corazón, nos disponemos a sacrificar al cordero como nuestros ancestros lo hicieron antes que nosotros, y antes que ellos el profeta Ibrāhīm (as).

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En un mundo como el nuestro, lleno de rituales mecánicos y falsos prejuicios, muchos se horrorizan de ver un sacrificio ritual. Sin embargo, la versión física del maqām de Ibrāhīm (as) es un estado por el que debe transitar todo varón a lo largo de su vida. Ningún cabeza de familia puede ser pleno si no es consciente de lo que significa dar vida, a través del hecho de ser padre, y de quitarla, en el sacrificio.

Por eso, el sacrificio no puede ser una tradición, simplemente, cultural o un acto mecánico, porque en sí guarda el sentido del poder, del jalāl (majestad) de la vida. Es un acto con el que Allāh nos muestra una mínima parte de su poder, lo pone en nuestras manos, nos enseña el acto de ser sus khalifas en la tierra.

El islam no es un camino cómodo, lo es fácil, pero no cómodo. Como musulmanes tenemos que ser conscientes de que la vida comienza y acaba. De que se nos da poder y justifica, y que todas las vidas son valiosas. Nuestro khalifato en esta tierra se basa en el poder (qadr) pero también en la justicia (‘adl). El día del sacrificio es una prueba, una prueba de nuestra humildad y nuestra misericordia (raḥma). Si no existe raḥma poco o nada podremos hacer.

El sacrificio no es una experiencia fácil ni agradable, pero es obligación del padre de familia. Como es obligación de la madre parir los hijos. En ambos actos hay sufrimiento, sangre y sacrificio, pero es necesario para que haya vida posterior. En el caso de la madre hijos que perpetúen la vida, en el caso del padre alimento que bendecido por Allāh fortalecerá esa misma vida. Ambos son los maqamāt (posiciones) de Hajar (ra) e Ibrāhīm (as), tan antiguos como la historia, tan recientes como nuestra última inhalación. Pura vida.

Nuestro mundo sufre porque no somos capaces de comprender el sentido último del sacrificio, ignora la trascendencia y el poder sacrificial ya sea en el parto o en el sacrificio ritual. Un caos, en el que brota sangre y hay sufrimiento, que dirigido por una mano experta se convierte en vida, en el que Allāh está presente.

Que Allāh sustituyese al profeta Ismail (ra) por un codero tampoco es baladí. Podía haberlo sustituido por un fiero y elegante león, por un antílope majestuoso, pero, sin embargo, eligió un humilde y manso cordero. Y lo hizo para que nos recuerde que aún en jalāl (majestad) con sus cuernos y su fuerza, el cordero espera el sacrificio sin resistencia, espera sabiendo que es su qadr (destino)que su sangre derramada se transmute en nueva vida.

Por eso, se nos exige comer un tercio de ese cordero, regalar otro a la familia y el último tercio darlo a los que no tienen posibilidad de sacrificar. El sacrificio es una fiesta en comunidad para poder llevar el peso de una acción de tales características, solos seríamos incapaces. Solo juntos, con los que más queremos, podemos sobrellevar el peso del poder de arrebatar una vida para dar más vida.

Por eso, nuestro corazón debería recordar todo esto cuando hoy sacrifiquemos o veamos sacrificar. Esa plena confianza en Allāh (tawakkul) está también en la naturaleza, en seres que no han sido dotados de razón ni de poder. Hoy somos quienes alzamos el cuchillo, queridos hermanos, queridas hermanas, pero mañana podemos ser esos corderos. Y si tenemos que serlo, que nuestro nafs (ego) sea la víctima sacrificial para así trascender en Allāh purificados de todo aquello que nos limita trascender.

¡Oh, Allāh! Enséñanos el verdadero significado del sacrificio y guíanos a los maqamāt (posiciones) de Hajar (ra) e Ibrāhīm (as) en este día de Eid al-Adha, para que con taqwa sepamos vivir cada día del año hasta el propio sacrificio. Haz, igualmente, que los corderos que hoy sacrificamos arraiguen la vida y enseñen a nuestro corazón el valor de la vida, de la muerte y de la resurrección cuando llegue el día en que seamos juzgados. ¡Oh, Allāh! Haznos vivir una vida de tawakkul y taqwa mientras pronunciamos tu nombre y recitamos alabanzas sobre tu amado profeta Muḥammad ﷺ.

Queridos hermanos, queridas hermanas pidamos Allāh que nos inunde de bendiciones y raḥma a todos los seres humanos, especialmente a los que han concluido el ḥajj y a los que tienen que sacrificar.

Pidamos Allāh fuerza para aceptar nuestras responsabilidades y el mandato divino durante los sacrificios de nuestras vidas.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pidamos a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.