﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
Queridas hermanas y hermanos seguimos en el camino hacia el ḥajj y el sacrificio, y es imposible hacerlo sin tawakkul (confianza plena). De todos los términos del pensamiento islámico este es uno de los que más fuerza tiene y, a la vez, más sinceridad. El tawakkul es algo de lo que cualquier creyente viviente, nace de la dureza de vivir, de la soledad del ser humano ante una creación tan cercana y lejana. En el fondo es el paso previo a sentir la unicidad con Allāh, el altísimo, pues solo cuando las aparentes lógicas discursivas se rompen se llega a Él.
Lógicas que se rompen, sujetos que se diluyen pues cuando alguien entra en el maqam (posición espiritual) de tawakkul lo aparente torna en fuente de luz (nūr) que ilumina nuestra existencia. Vivencias cotidianas que se transmutan en momentos de trascendencia porque la confianza plena en Allāh, alabanzas sean sobre Él, es pura alquimia. Una alquimia donde el corazón de plomo se transforma en brillante oro. El tawakkul es la sunna de los profetas y, a la vez, lo que nos hace acercarnos a ellos. Así dice el altísimo en el Corán:
¿Y cómo podríamos no poner nuestra confianza en Allāh si es Él quien nos ha mostrado el camino que debemos seguir? ¡Así pues, ciertamente, soportaremos con paciencia cualquier daño que nos hagáis: pues, ¡todos los que confían [en Su existencia] deben poner su confianza [solo] en Dios! (Corán 14: 12)
Tanto el ḥajj, el viaje a Meca, como la fiesta del sacrificio son momentos donde el tawakkul. El camino, tan lleno de baches y agujeros, siempre obliga a tener confianza. Una confianza superior en la última (akhīr) y verdadera (ḥaqq) realidad (ḥaqīqa), en Allāh. Ambas son fiestas donde se exige que nosotros miremos más allá para beneficiarnos de sus significados y de sus acciones.
En la primera, el ḥajj, se representa el viaje iniciático, la confrontación constante con la muerte y el deseo de llegar para purificarse, para descansar. Es la propia vida y la propia muerte que trasciende el símbolo para ser vivida. Se experiencia y la soledad el camino de Hajar (ra), de Ismael (as), de Musa (as) y del propio Muḥammad ﷺ. La dureza de este camino siempre es mitigada por el tawakkul, por el confiarse que en el momento antes de quebrarse aparece la recompensa pues Allāh, el altísimo, nunca abandona. Paciencia (ṣabr) y tawakkul son el paso previo a la sakīna, la recompensa con la que Allāh da la victoria. Y en el corazón del que lo experimenta solo queda gratitud (shukr) previo a extinguirse en Él, el altísimo.
En la segunda, el sacrificio, se nos exige la confianza de que el mandato de Allāh es justo y necesario, aún se nos pida algo que extralimite nuestra lógica. ¿Cuán difícil es aceptar tener que sacrificar a tu único hijo? Y sin embargo las cosas no eran lo que creíamos, en el último instante todo se detiene y el tawakkul logran que el profeta Ibrahim (as) no caiga en la locura ante tan magno sacrificio. Igual que el sacrificio de Muḥammad ﷺ al aceptar la revelación, sin duda, un peso enorme, brutal que, igualmente, excedía su mente, su cuerpo y su ser. Y, sin embargo, el tawakkul ante lo prometido por el Rabb al-Alamin se materializa de nuevo. La confianza en Allāh que tenía el Mensajero ﷺ hizo que aceptara el peso de la revelación aún suponiendo un revulsivo para su vida, para su estabilidad. Sacrificando su cotidianeidad para ser portavoz de un mensaje que demolerá fronteras y hará que los seres humanos tengan conciencia de la realidad.
Pues el sacrificio, realmente, no es con el cordero sino con nosotros mismos, anteponiendo el tawakkul al terror que nos da vivir, al luminoso abismo de la taqwa (conciencia de Allāh), al hecho de saber que poco somos en comparación a lo real. Y, sin embargo, contenemos la respiración e igual que deslizamos el cuchillo por la yugular del cordero, optamos por el tawakkul en nuestra vida. Otorgamos confianza en un ser que no vemos y del que decimos que no tiene igual. Alḥamdulillāh, que toda alabanza sea para Él, Señor de Mundos.
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El tawakkul es el arma más poderosa que tiene un creyente. Al encontrarse con una, aparente, realidad barroca, el tawakkul supone quitar ornamentos para quedarnos con lo básicos. Es una purificación (ṭahāra) para llegar ante Él, para ser conscientes de lo complejo del mundo de los sentidos y, a la vez, para revelarse contra cualquier tiranía que intente doblegarnos. Porque quien tiene tawakkul nada quiere que no sea real (ḥaqq) y sabe que no hay otra fuerza como Allāh. Por eso, Musa (as) se enfrentó al faraón sin temor como Dawud (as) lo hizo al temible gigante. Con el tawakkul de saber que la victoria llega con Allāh.
Pero vivimos en un tiempo donde el tawakkul es difícil, pues el materialismo y la inmediatez ciegan nuestro corazón y nos ciegan ante la realidad. Es difícil tener confianza ante tantos signos velados que opacan nuestra vista, que silencia el no visto (hadhir) y aquello que no sea groseramente tangible. No somos capaces de controlar nada y por eso dejar esta vida en tawakkul.
Así, la tarea de un creyente (mu’min) es precisamente aferrarse a la realidad, esgrimir su tawakkul y compensar todas estas certezas con la fuerza de la raḥma antes de la misericordia. Solo así, llegará la taqwa y el silencio que nos permite saborear lo real ante la sombra del qadr (lo predestinado) que Allāh, el altísimo, ha dispuesto para nosotros sus siervos.
Miramos un mundo en el que todos queremos ser alguien distinto, y sin embargo el éxito de mutawakkil (aquel que está en tawakkul) es que no es nadie. No quiere ser nafs (ego), no quiere ser algo, quiere dejarse fluir por la existencia, por lo real. Y aunque estas son grandilocuentes palabras no lo son, pues el simple anhelo de tener este maqam (posición espiritual)lo trasciende. Y por eso el tawakkul no es dulce ni su búsqueda lo es, es muy amargo, porque te resquebraja, te trasciende, te fortalece… Y, sin embargo, te otorga la fītra (naturaleza primordial).
El tawakkul es pura fītra pues nos sentimos como en la infancia sin ego (nafs) con la confianza (amana) de ser auxiliados en el momento que lo necesitemos. Nos hacemos adultos y nos creemos que podemos hacerlo todo por nosotros mismos, creemos nuestra ilusión y nos sabemos fuertes y sin embargo nuestra dureza solo está en el corazón y en nuestros ojos.
Por eso, los íntimos de Allāh saben que el tawakkul es protección, es dureza frágil, es exponerse ante lo real sean cual sean las consecuencias. Es la marca de la profecía, de aquellos que no se apartaron de Allāh aún veían con vértigo el abismo de su presencia (quddusiyya). Y el profeta Muḥammad ﷺ se sonríe porque ve que hemos tomado su bendito ejemplo.
Y es en ese momento, en el que percibimos el abismo, el cuchillo sobre nosotros, al faraón amenazante, a la calamidad acuciante o el desierto estéril es cuando reaccionamos y decimos: «¡Que sea la voluntad de Allāh pues yo soy un siervo y en Él está mi confianza!». Entonces, solo entonces, nos convertimos en sus íntimos, pues Allāh ablanda el corazón del que hace esa petición y manda a sus ángeles para que nos auxilien. Y así nos convertimos en sus íntimos (awliya’)… Quiera Allāh darnos ese maqam para que el miedo se diluya y sea arrastrado fuera de nuestro corazón y las bendiciones nos purifiquen como el agua de lluvia purifica al campo.
Pedimos Allāh que nos inunde de bendiciones y raḥma a todos los seres humanos.
Pedimos Allāh fuerza para aceptar nuestras responsabilidades y el mandato divino durante el camino.
Pedimos Allāh luz y salām durante esta luna que representa el viaje a la casa.
Pedimos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pedimos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.