Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y hermanos estamos a un mes de la peregrinación a la casa, el ḥajj, y de la trascendental fecha de Eid al-Adha, tenemos que empezar a pensar en el inicio del camino para llegar con conciencia a ambas. La conciencia del significado de ambos eventos es fundamental, pues no se trata de ejecutar mecánicamente sino de tiempos para pensar, sentir y reflexionar.

Antiguamente, el camino a Meca, que nos recuerda todos los eventos que experimentaron Hajar y el profeta Ibrāhīm (as), se preparaba con años de anticipo. A día de hoy sigue siendo un viaje excepcional, aunque por la inmediatez nos ha invadido en nuestro mundo deberíamos prepararnos a durante mucho tiempo. Aviones, tablets y apps, intentan suplir el camino trayendo inmediatez. Y, sin embargo, sabemos certeramente no pueden porque es un viaje interior, un viaje del corazón.

En los comentarios orales de los maestros tradicionales el ḥajj y Eid al-Adha se relacionan con la toma de conciencia de la propia muerte, la asunción de nuestro viaje, y, finalmente, con la destrucción del nafs (ego) y el fin de la individuación comunitaria. Ambas son fiestas comunitarias, pero con espacios y momentos individuales. Parte de los rituales es sentir solo ante la multitud, concentrarte para ejecutar el sacrificio ante los gritos y las conversaciones distendidas de otros. Nos rompe el «nosotros» para, luego, romper nuestro «yo» y contemplar la muerte ante nuestros ojos.

El sacrificio, cruento o incruento, está en todas las culturas. Es la entrega del don en acción gracias o en reconocimiento. Los musulmanes lo hacemos invocando el segundo elemento, no pedimos a cambio solo reconocemos la grandeza de Allāh, rememoramos a Ibrāhīm quien fue probado con su propio hijo. Una prueba tan grande, que aun a día de hoy y sabiéndola, nos tenemos que preparar. Por eso, una de las acciones más importantes para un musulmán es sacrificar, comprobar y reconocer el poder que Allāh, el altísimo, ha puesto en nuestras manos.

Por eso, los antiguos viajeros se preparaban, recorrían kilómetros, aprendían y enseñaban, compartían antes de morir envueltos en sus paños blancos y renacer en la noche de Arafat, viendo surgir el sol que iluminaba la Ka’aba y posponiendo el juicio que Allāh, exaltado sea su nombre, tiene para nosotros. En esos momentos la taqwa (conciencia de la infinitud de Allāh) lo es todo, el sobrecogimiento ante el posible fin de nuestra existencia es vertiginoso y, sin embargo, nos salva la raḥma (misericordia) de Allāh nos salva devolviéndonos a la cotidianidad.

Por eso, tanto el ḥajj como Eid al-Adha son dos viajes iniciáticos donde crecemos, nos expandimos y morimos, para renacer envueltos en la fragilidad de sabernos que poco somos en comparación con la creación y, sin embargo, estamos investidos de un poder tal que nos obliga a ser aún más humildes.

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El camino era en tiempos pre-modernos la parte más rica del ḥajj. De todo el mundo islámico partían la gente a hacer el viaje de su vida, el que más le cambiaría tanto en su corazón como en su razón. En aquellos tiempos Meca era un espacio globalizado, rico y lleno de conocimiento.

El viajero partía de una ciudad lejana y si era un hombre o mujer de conocimiento podía dar clases de alguna ciencia en una ciudad a mitad del camino. Lógica, filosofía, derecho o astronomía eran las materias y el pago por esa sabiduría por ellas podía ser oro, plata o más sabiduría. El viajero sabía que su condición de musulmán le abría las puertas de casas, mezquitas y palacios, podía ver maravillas inconcebibles en su patria o conocer a gente enriquecida por el amor a Allāh y a su Profeta ﷺ.

Nada era igual a lo ya visto, todo era asombroso. Todo recordaba a la gloria de Allāh, todo se basaba en la confianza en Él, todo era iluminado por la nūr (luz) muḥammadiana y así se hacía más dulce y fácil. Quiera Allāh devolvernos el asombro cuando encaremos los eventos de la próxima luna.

Pues en ese largo viaje había calamidades y dificultades, que le recordaban que el ḥajj no era un viaje de placer si no la preparación de la muerte. El camino al ḥajj era una alegoría de su propia vida, alegrías y penas, comprensión e incomprensión, y al final la muerte y la recompensa. Tal como habían sido millones de vidas antes que la suya, tal y como fue la vida de Muḥammad ﷺ, y ese era el momento de dar las gracias por vivir, por aceptar el decreto como viene.

Por eso, los protagonistas y modelos del ḥajj son Hajar y Ibrāhīm (as). Aceptaron las pruebas de Allāh y se pusieron en camino, y cuando llegó el momento suplicaron y se les oyó. Su hijo, el profeta Ismail (as), es nuestro gran ejemplo de hombre renacido, que ha visto la cara a la muerte varías veces y al que ha sido inundado en pura raḥma (misericordia) de Allāh. Su nombre, que significa «al que Dios ha oído», es precisamente otra alegoría del triunfo de haber sido oído en todas las súplicas a lo largo del camino.

Y es en ese camino donde renacemos y construimos como Ismael (as) lo hizo. Así que, por favor, recordad que el camino personal que toméis en esta luna determinará la próxima donde vienen dos grandes oportunidades para ser mejores. Iniciemos el camino hacía un mundo mejor, más justo y con más conciencia. Aceptemos las dificultades pues las recompensas serán tan grandes que nuestro nafs (ego) se resquebrajará como un frágil cristal y solo así llegará aquello que anhelamos.

Pedimos Allāh que nos inunde de bendiciones y raḥma a todos los seres humanos.

Pedimos Allāh fuerza para aceptar nuestras responsabilidades y el mandato divino durante el camino.

Pedimos Allāh luz y salām durante esta luna que representa el viaje a la casa.

Pedimos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pedimos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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