por Hashim Cabrera

La deformada visión secular que los occidentales han tenido y tienen del Islam, muestra a una religión sensualista y pragmática que nada tiene que ver con el espíritu, con la experiencia interior. Se ha dibujado un Islam político, agresivo y generador de todas las impiedades. Pero la realidad del Islam trasciende incluso la más atroz de sus interpretaciones. La luz se abre camino con nitidez a través de la selva de las definiciones.

Quien pueda situar su mente más allá de los límites de la propaganda, podrá darse cuenta de la riqueza integral que supone el Islam para quienes lo practican. Esta integralidad —oscurecida intencionalmente bajo la etiqueta de integrismo— supone, para el ser humano, la posibilidad de acceder tanto a una experiencia de crecimiento interior como a una vida social armónica, desdibujándose los límites entre lo utópico y lo realizable en una vida que tiende a la unificación. Unificación entre los miembros de una comunidad, entre el ser humano y el medio en el que vive, entre la experiencia interior y la vida comunitaria, etc. Esta vía, la de los unitarios es, valga la redundancia, unitiva. No existen conceptos disgregadores basados en categorías inamovibles de raza, género, clase social o nacionalidad.

Sin embargo estamos aún muy lejos de poder afirmar que el modelo islámico existe, materializado con un aceptable grado de pureza en algún lugar del mundo. Los musulmanes de todo el planeta, y no sólo los conversos, deberíamos aceptar el hecho de que nos estamos islamizando, y que el individuo y la sociedad que preconizó el último de los Mensajeros, nuestro amado Muhammad, que la paz sea con él, están aún por llegar, aunque se prefiguren en los corazones de quienes son conscientes de Dios.

Sin embargo, lo que hoy parece triunfar sin hallar apenas resistencia —la sociedad del bienestar para unos pocos en detrimento de una mayoría de desheredados, el individualismo insolidario, y las libertades inducidas desde los medios de comunicación— se nutre de los deshechos de los individuos y de los pueblos. Divide y vencerás, dice el adagio. Y así está siendo. Seres divididos interiormente, comunidades enfrentadas, conocimientos dispersos e inconexos, como las partículas de una emulsión danzando al son del movimiento brownniano.

Hoy en día, cualquier aspecto de la vida humana es susceptible de mistificación y manipulación. Aparecen comerciantes del espíritu que ofrecen soluciones a los problemas espirituales que aquejan a una sociedad psicológicamente enferma que, sin embargo, está expresando una enorme necesidad de trascendencia. Los ángeles se convierten en una moda en los Estados Unidos de América y aparecen películas y cientos de publicaciones sobre el tema: posters, cómics, panfletos que alimentan sectas y movimientos comerciales.

El mercado está procurando satisfacer la demanda creciente de «productos espirituales«, pero la realidad es otra. La necesidad creciente de encontrar sentido a la vida que experimentan los habitantes de los países desarrollados, hartos muchas veces de consumo materialista y de prácticas hedonistas, no puede satisfacerse como otras necesidades más prosaicas. Implican una «reeducación» en la forma de vivir, en los hábitos de pensamiento y en las concepciones de la vida y de las relaciones.

En este contexto, consideramos que la espiritualidad que se deriva de la práctica del Islam, responde perfectamente a esas necesidades que, por otra parte, tiene cualquier ser humano.

La religión tiene una dimensión y una ciencia de lo externo —ilm az Zahir— que se ocupa del estudio y desarrollo de los principios contenidos en la Tradición, de la Exégesis —Tafsir—. En el caso del Islam, esta ciencia estudia fundamentalmente el Qurán y el Hadiz. La Jurisprudencia —fiqh— la Biografía Profética —Sirah— y las Ciencias del Hadiz son sus disciplinas más importantes, y los maestros son los eruditos —ulamaa— que custodian las formas y los recipientes de la práctica religiosa y sus principios —din

También existe una dimensión y una ciencia de lo interno —ilm al Batin— que se ocupa de la realización espiritual y de la consecución del fin de la religión, que es la unión con Dios. Esta dimensión y ciencia de lo interno se ocupa de los estados del alma, de los seres que pertenecen a otros planos de la existencia y de la relación «significativa» del creyente con las fuentes del Conocimiento: El Libro Sagrado y la Tradición. Entre sus disciplinas se cuentan la Hermeneútica del Libro, —Taawil—, la práctica del Dikr y la meditación. Sus maestros no son eruditos sino gnósticos —urafaa— y tienen conocimiento de las realidades trascendentes. Son los guardianes de la espiritualidad, los transmisores vivos del fermento que procura el crecimiento interior.

Históricamente, las dos actitudes o posiciones se han visto con frecuencia enfrentadas —recordemos la oposición Ibn Rushd/Ibn Sina (Averroes/Avicena), aunque obras como las del místico y teólogo Al Gazzali demuestran que no son incompatibles. En cualquier caso, la exageración de una de ellas ha generado división entre los seguidores a ultranza de una y de otra.

En el contexto del mundo musulmán, la polémica sigue viva hasta nuestro tiempo donde, como antaño, el tema de la espiritualidad islámica está teñido de equívocos profundos. Algunos pretenden un conocimiento profundo de la Realidad, de Allah, desde el esoterismo que proponen determinados grupos que se autodefinen como sufíes. Otros, negando a los primeros, eliminan de la doctrina cualquier posibilidad de que el ser humano acceda interiomente al significado de la Revelación y le remiten al mero cumplimiento de la Shariah, de la Ley. Unos y otros deberían entender que el Islam es una vía superior que no es vulnerable a esas divisiones.

Aunque toda espiritualidad trasciende normalmente los límites de su doctrina para encontrar la Verdad que subyace a todas las tradiciones y que comparte con los creyentes de todas las transmisiones, no puede afirmarse que el sufismo, por ejemplo, sea una vía paralela al Islam, o un camino distinto, y eximir a quienes lo transitan de las claras obligaciones que se derivan de la creencia islámica.

Por la sencilla razón de que el musulmán cree, y el gnóstico sabe, que la Revelación proviene de Dios y Su Mandato contiene la más alta Sabiduría. Quien, a causa de una errónea percepción de la espiritualidad, basada en la exageración y en la ebriedad, se crea dispensado de seguir la Shariah, estará con toda seguridad extraviado. Los verdaderos maestros espirituales se han distinguido siempre por un celoso cumplimiento de las obligaciones externas, porque han trascendido la división interior/exterior, porque cuando se prosternan no es sólo su cuerpo el que lo hace, sino que su conciencia es la del siervo amante que quiere agradar a su Señor. Y así con cada uno de los pilares del Islam.

Esto quiere decir, que un musulmán que siga, con buena intención, lo que Allah le dice en el Generoso Corán, encontrará, inshaAllah, la Luz y el Conocimiento en esta vida y en la otra, porque así se lo ha prometido Él. Y porque además, a medida que profundice en el mensaje, no podrá menos que amar cada vez más a quien lo trajo, al Mensajero, la paz y las bendiciones sean con él, interesándose en su vida, en lo que hizo y en lo que dijo, tomándolo como verdadero Maestro Espiritual, que es lo que Muhammad fue y es, el último de los Grandes.

Este texto de Hashim Cabrera formó parte del Editorial de VerdeIslam nº 9, publicado en Diciembre de 1997