Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos vivir es un camino largo y complejo. Nosotros lo recorremos ayudados de la ley (sharī‘a) y de la realidad (ḥaqīqa) que el Altísimo, Allāh, ha puesto para nos. En ese camino a veces brota una sonrisa, otras lágrimas y la mayor parte de las veces, entre un considerable ensimismamiento, nos sentimos extrañados frente a la realidad profunda que nos deslumbra y ante la que solo vemos formas a las que queremos darle completitud, esa completitud que solo tiene Allāh, el exaltado.

Dedicar una khutba a ser un extraño o a los extraños es dedicar una reflexión a vernos a nosotros mismos, nuestros límites y al «otro» al que, con una mezcla de fragilidad y altiveza, contemplamos a distancia. Y es que en un principio iba a dedicar esta khutba a la tolerancia o al concepto de derechos humanos —cuyo día se celebró ayer— pero he preferido elevar, o descender, la posición y dedicarla a la extrañeza. Porque es desde esta posición en la que el «otro» deja de ser lejano y se convierte en «tú» y en la que el «yo ensimismado», dominado y protegido por el ego (nafs), se convierte en sí mismo que transciende hacia el Altísimo.

La palabra extraño en árabe, ghurabā, procede de una raíz que evoca la marcha y el camino pasado, el desvanecerse, el disolverse, el alcanzar la distancia lejana, el ocaso del sol (maghrib) e incluso la abundancia. Un horizonte donde buscar y encontrar a Allāh y a su amado Mensajero ﷺ y en el que encontrar la mayor abundancia: a nosotros mismos.

Nuestra sociedad, nuestro mundo e incluso muchas de las formas que entendemos como islam no se detienen para encontrarnos a nosotros mismos en el tiempo presente (waqt) de Allāh, el altísimo. Se entretienen mejor en encontrar mil cosas y sensaciones en el pasado, esa nostalgia, o en el futuro, esos deseos, que nos alejan de encontrarnos con quienes en realidad somos. No nos miramos en el espejo que el Mensajero de Allāh ﷺ soporta para que nos contemplemos bañados por su bendita luz, la luz muḥammadiana. Con el dhikr (recuerdo) alcanzamos ese estado en el que nos encontramos a nosotros logrando una autognosis que nos invita a comprender que no somos sino una mísera parte de la misericordia potencial (raḥma) de Allāh en toda esta inmensa creación. Y ahí comprendemos que somos extraños, pero no porque seamos diferentes sino porque nos miramos a nosotros mismos y nos encontramos a nosotros mismos frente a un Allāh desbordante y en nuestro ser late ensordecedoramente la primera parte de la shahāda: lā ilāha ilā-llāh, «no puede haber nada divino que no sea Allāh«.

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Es en ese vacío, en el desasosiego por nuestra finitud, por la fragilidad de nuestro ser es cuando aparece el Profeta Muḥammad ﷺ, sonriente y en esplendor, y nos invita a mirar más allá de nosotros una vez que podemos intuir quienes somos realmente nosotros. Y comienza el camino del extraño. De hecho, hay un ḥadīth narrado por Imām Tirmidhī (ra) que dice lo siguiente:

«El Mensajero de Allāh ﷺ dijo: “Ciertamente el islam comenzó como algo extraño y volverá como algo extraño tal y como comenzó. Así que Ṭūbā es para los extraños”» (Jami’ al-Tirmidhī, 2629).

Esta narración del Mensajero ﷺ nos invita a reflexionar sobre la extrañeza y como el islam es un camino tal. Un camino, que como ya nos hemos referido queridas hermanas y hermanos, que propone sentirse extraño y extrañado para no considerar al otro como tal. Como se dice en el ḥadīth el islam nació como algo extraño, perseguido y frágil con la extrañeza del Profeta ﷺ de haber sentido la revelación en su propio cuerpo, de haber sentido la unicidad más pura en el Mensaje (risala), de haber reconocido el universo en sí mismo. Y desde ahí conocer toda la creación como un igual. Sentir al «otro», al extranjero, como un hermano en Allāh y respetar su ser. De tener un adab (forma de comportarse) inmenso para con todo el universo. El islam es eso: paz (salām) para con el todo.

Una paz (salām) que está enraizada, como el árbol de Ṭūbā, en Allāh que da el equilibrio (salīm) físico y espiritual, el bien (khayr), la belleza (jamāl) y la verdad (ḥaqq). Que con su presencia aleja al Shaytan, que poco tiene que hacer con alguien que extrañado de todo solo ve a Allāh y a su bello Mensajero ﷺ, e invita al «otro» a pasar. El creyente sincero es como el árbol su base es Allāh y solo puede transmitir verdor y baraka pues Allāh le nutre de tal manera que nada necesita.

Ese invitar al «otro» a pasar es un acto de generosidad y amor tal que solo puede hacer aquel que nutrido de Allāh, el Altísimo, reconoce al extraño como «tú» mirándole firmemente a los ojos y viendo su propia extrañeza en él. Es en ese amor (ḥubb) a otro ser creado, frágil y limitado, se reconoce la raḥma de Allāh.

Ser extraño no es apartarse del mundo físico y convertirse en un exclusivista como algunos dicen. Ni volverse un puritano que renuncie al mundo. Ni rechazar y juzgar al otro con gesto altivo infundidos nosotros de falsa verdad. Simplemente se trata de reflexionar sobre nuestro sí mismo, sobre nuestro interior y las limitaciones de cada uno mirando hacia la unicidad con el ejemplo del sayyidina Muḥammad ﷺ. Ponernos en el presente de Allāh y desde ahí con la respiración contenida mirar el mundo si miedo, con conciencia (taqwa) y llenos de raḥma. Precisamente es en el ejemplo del amado Profeta ﷺ donde nos encontramos como ser un extraño puede alcanzar el absoluto, para llegar a Allāh e iluminar a otros.

Quiera Allāh, alabado sea en todos los mundos, hacernos contemplar nuestra extrañeza a la luz del Mensajero de Allāh ﷺ. Quiera Allāh convertirnos en extraños por asumir sus trascendentales: luz en vez de oscuridad, belleza en vez de fealdad, bien en vez de mal, humildad en vez de orgullo. Quiera el Altísimo brindarnos la experiencia de sentirnos extraños en nuestro interior profundo para que así acojamos a otros extraños y que se conviertan en un «tú». Quiera Allāh que experimentemos el gozo de su presente eterno y que nos enraicemos a él como el árbol de Ṭūbā, aquel axis mundi, que bendita sombra nos dará en el ākhira. Amen.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.