Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos una característica innata de los profetas es su capacidad de revivificar (ihya). Ellos toman palabras, acciones, visiones que pareciesen muertas para nosotros y las traen a la vida, a la conciencia plena. Los profetas nos invitan a menudo a recordar y a revivificar aquello que para nosotros tiene un valor limitado o lo que hemos olvidado.

La profecía es dada para volver a vivir cuando la angustia, el miedo o el olvido es sobre nosotros. Una profecía que engarzada en un mensaje (risala) es para nosotros, un signo evidente de la actualidad de Allāh para su creación. Por eso revivificar es una Sunna profética, volver a traer a la vida, como ‘Isa (as) con los pájaros de arcilla (Corán 5: 110), nosotros lo podemos hacer con palabras y acciones.

Nuestro mundo ha olvidado revivificarse tanto como purificarse. La suciedad metafísica y una mortecina sombra en forma de deseos incontrolables, egoísmo y falsa supervivencia son sobre nosotros. Es la enfermedad de nuestro mundo, la que nos ha tocado vivir. Esa actitud tapa los atributos de Allāh, el altísimo, y los opaca para poner miedo, corrupción y fealdad frente al bien, la verdad y la belleza.

La raíz ḥa-ya-ya —de donde proviene Yahya— tiene un valor semántico referido al fertilizar la tierra, preservar la vida, honrar, revivificar, vivir. Es una raíz de gran valor para la espiritualidad pero que a menudo olvidamos porque nos centramos demasiado en la cantidad, en lo mental, en lo mensurable que olvidamos cuidar de nosotros, de lo que nos ha sido dado y de tener la confianza que nada permanece baldío si Allāh, el altísimo, no quiere.

Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos, tenemos que tomar el ejemplo de Yahya (as) uno de los Profetas más puros y luminosos que Allāh, que su nombre sea exaltado, ha enviado para guiarnos. Como decíamos en su nombre, Yahya (as), está escrito la revivificación (ihya). Y haciendo acción su nombre, pasando de sustantivo a verbo, con el agua revivificaba en el Jordán a todo aquel que se acercaba. Su mensaje fue acción, una acción que repetimos una y otra vez antes de hacer nuestra ṣalāt y que nos harán antes de colocarnos el blanco sudario e introducirnos en la tierra. Una vivificación para poder volver a nacer en otra vida. Por eso Yahya (as) es, sin lugar a duda, el profeta de la vida plena y revivificada, el que ha de venir antes de ‘Isa (as). El que nos preparara para la gran transformación del agua de Yahya (as) al aire/espíritu de ‘Isa (as).

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El profeta Yahya (as) no solo revivificó en su madurez, sino que lo hizo desde antes de nacer. El volvió, como un regalo de Allāh, a vivificar la baldía matriz de su madre quienes todos tomaban por estéril. Fue signo de Allāh, el todopoderoso, a la petición de Zakariyya (as). Revivificó con la raḥma, como si fuese el agua del Altísimo, el útero (arḥam) de su madre quien todos daba por muerta. Y así nació purificado como contó el amado Mensajero de Allāh ﷺ en un ḥadīth narrado por Tirmidhi.

Y esa fue la dinámica de su vida: purificar, revivir y dar raḥma fundiendo la sharī‘a (la ley) con la ghafara (perdón) hacia todos los seres vivientes, honrándolos y dando gracias (shukr). Disolviendo el olvido, la impureza, la maldad y haciendo que se cumpla la voluntad que Allāh ha decretado para nosotros.

Su naturaleza era de tal pureza que ‘Isa (as) hizo dū‘a sobre él y dijo: «Eres mejor que yo porque mientras yo pido salām para mi, Allāh te la da a ti» ante la humildad que le mostraba Yahya (as). Y su entrega a la naturaleza era tal que rompió con las distracciones y se entregó a Allāh, que exaltado sea su nombre, comiendo de hojas y frutos y bebiendo el agua de la lluvia. Sin causar ningún daño, cada vez más desapercibido, más fundido con ella. Su existencia estuvo arraigada en el dhikr (recuerdo de Allāh) y agradecimiento a vivir y a revivificar a otros. Tan humilde como la lluvia.

Yahya (as) nos enseñó la importancia de la purificación (tahara) tanto del frágil cuerpo como de la inmortal alma para revivirlas, honrándolos y haciéndolos fértil al dīn. Nos enseñó que no podemos contentarnos con ser, simplemente, seres vivientes, sino que tenemos que actualizarnos con humildad, que estar en fusión con el mundo. Es ese amor a la totalidad de la creación (khalq) el que debe inspirarnos para poder construir una sociedad mejor.

Su muerte —según nos narra Ibn Kathīr en sus Historias de los Profetas— es un signo para reflexionar. Un hombre purificado, bueno y generoso se vio frente a un rey y su hijastra que detestaban la raḥma y lo fértil de sus palabras. Sin capacidad para dominarle se ordenó su muerte para acallar esa luz y esa bendición incapaces ellos de beneficiarse por lo intenso de su luz. La muerte de Yahya (as) supuso el retorno a la naturaleza con la que él se sentía tan identificado, se fundió con ella y llegó a Allāh. Extinguiéndolo, aquel rey y su hijastra se volvieron estériles en la gobernanza, en el cuidado de su pueblo, en la vida… Y menos de una generación después su memoria fue borrada por Allāh y sufrieron de una tierra baldía. Una tierra baldía hasta que descendió la infinita luz de Muḥammad ﷺ.

Quiera Allāh, queridas hermanas y hermanos, que lleguemos a comprender el maqām (posición espiritual) del profeta Yahya (as), su amor (ḥubb), su raḥma y su entrega a Allāh. Que lleguemos a vivirlo para que esta experiencia de plenitud y revivificación (ihya) nos conduzca a la Sunna del Mensajero de Allāh ﷺ. Pidamos que nuestro amor a la creación nos ayude a construirnos a nosotros y a todos los que nos rodean.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.