Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos llevamos una semana del mes de Ramadán. Este año lo vivimos desde el interior, ¡que gran regalo para todas y todos! Una experiencia como pocas que nos acerca más profundamente a nuestro ser, a nuestro existir y a nuestro sentir. Ramadán no es una “fiesta” o el “mes sin comer ni beber”, sino un mes para conocernos nosotros mismos y conocerle a Él, alabado sea su nombre. Un mes para limpiar de nuestros cuerpos y corazones lo que se ha acumulado en todo un año. Un mes para experimentar, al menos en sus diez primeros días —como narra el ḥadīth— la raḥma que tiene Allāh, el altísimo, para nosotros y que, previamente, sintieron sus profetas.

La raḥma, la misericordia potencial y matricial, se despliega en los primeros diez días sobre toda la humanidad. La tierra se cubre de esa energía benéfica de la que proviene la creación y de la que se nutrían los profetas. Todos los profetas disfrutaron de la raḥma en el sentido más pleno pues era lo que les permitía traer su santidad/insondabilidad (quddusiyya) o su mensaje (risala) a nuestro mundo. La profecía ante todo es raḥma porque define mundos, espacios y mensajes para que la luz del Elegido ﷺ de luz y los demás podamos beneficiarnos de ellos. ¿Cuántas bendiciones se esconden en esa raḥma divina que es infundida a los profetas y a los íntimos de Allāh? Tantas que jamás imaginaremos. En el Corán Allāh, el altísimo, dice: «¡Oh, creyentes! Ayunar se ha prescrito a aquellos antes de vosotros, para que pudieran aprender a moderarse» (Corán 2:183).

La grandeza de Allāh, que exaltado sea su nombre, se nos muestra en estos primeros días de Ramadán cuando la raḥma fluye del cielo y hace que nuestros cuerpos que comienzan a vaciarse, a purificarse gesten un nuevo estado de conciencia, donde Él, que alabado sea su nombre, y su amado Mensajero ﷺ toman la preeminencia. Nada existe salvo ellos. Nada existe sin la majestuosidad (jalaliyya) de Allāh, y sin el ejemplo bello (jamaliyya) y luminoso del profeta Muḥammad ﷺ.

El ayuno es raḥma porque Allāh, en su infinita grandeza, permite que ese ayuno nos pertenezca para que nuestra conciencia se abra en pleno a la creación, para que esa raḥma infundida sea una energía matricial para renacer en plena conciencia (taqwa) en un mundo lleno de olvido (ghafla). Ramadán es el dhikr (recuerdo) del cosmos para que despertemos y rasguemos el velo (kāshif al-ḥijāb) solo cuando estemos preparados. Porque ese velo (ḥijāb) que Allāh, el Altísimo, ha dispuesto es otra raḥma que solo apreciaremos cuando nuestro cuerpo y espíritu estén plenamente despiertos.

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El ayuno de Ramadán debería recordarnos la experiencia de ‘Isa (as) en el desierto tal y como nos lo cuenta el Injīl (evangelio). Allí se retiró, justo antes de mostrar su naturaleza, durante cuarenta días y cuarenta noches. A un páramo baldío le guío Jibrīl (as) y ayunó los treinta días de Ramadán y los diez de Shawwal. Nuestro sabio profeta Muḥammad ﷺ prescribió como sunnah esos diez primeros días de Shawwal además de los obligatorios días del bendito mes de Ramadán. Nuestro ayuno imita, con cierta torpeza, a los dos profetas más grandes del islam que se retiraron en la búsqueda de una raḥma que les hiciera mejores.

El ayuno de ‘Isa fue duro. Él que era palabra (kālima) tuvo que abstenerse de ella. No solo de comida y bebida, para un alma plena de luz eso era sencillo pero lo que se le pedía es que se abstuviera de hablar y actuar como un profeta. Que experimentase la dureza del desierto y la vida que había allí. Su misión profética debía empezar con él mismo, su palabra tenía que poseerle a él. Debía entender porque la soledad le daba raḥma si bien era un rasūl, un mensajero con un bellísimo mensaje (risala) que compartir con toda la humanidad. El mensaje debía quedar en silencio para entender que la vida está entrelazada con la muerte, como en el desierto, pero que es Allāh quien decide el momento que se separan y es quien con su raḥma, esa matricialidad que está presente en todo, muestra el camino. ‘Isa (as) ayuno de su propia naturaleza expansiva para poder entrar, para poder renacer, con más fuerza al mundo que le esperaba. Es lo que Al-Ghazali e ‘Ibn Arabi han llamado el ayuno de la elite de la élite.

En ese transitar comprendiendo porque debía ayunar de su propia esencia, ‘Isa (as) fue tentado por el Shaytan quien le ofreció ser Rey e incluso le invitó reconocerse como un ser divino cuando no lo era. La fuerza del profeta ‘Isa (as) fue desde su ayuno, al ser consciente que no había otro que Allāh (lā ilaha ilā Allāh) y que las acciones portentosas (karamāt) que podía realizar eran tan solo una raḥma de Allāh. No podía dejarse llevar por lo estético. Por eso, ‘Isa (as) es un profeta signo (ayat) y no un símbolo porque en él hay univocidad en su misión y acción. Shaytan carece de poder ante él, y por eso Él será en los últimos tiempos quien ha de derrotarlo. Y es que él aún siendo palabra (kālima) de Allāh necesitaba de la raḥma de ponerse frente a sí y ser consciente de quien era. Cuando pasaron esos cuarenta días, ‘Isa (as) fue purificado (tahara) y vivificado (yuhya) en un ghūsl sagrado por su primo Yahya (as). Y así comenzó a difundir surisala preparando el camino para el sello de los profetas, Sidiyyina Muḥammad ﷺ. Él cerraría el círculo de la raḥma universal, recibiendo y viviendo la revelación en su propio cuerpo una noche de poder. Extendiendo esa raḥma a toda la humanidad a través de su bendita sunnah y mostrando la universalidad del mensaje de Allāh.

Así que, queridas hermanas y queridos hermanos, pidamos porque en nuestro ayuno de estos meses, y en concreto de estos primeros diez días, recibamos la raḥma matricial de Allāh y sintamos un renacer al final de este mes bendito. Que nuestras conciencias se acerquen a los profetas (as) y a sus mensajes. Que con nuestro ayuno podamos ayudar a otros.

Pidamos a Allāh, queridas hermanas y queridos hermanos, que el deseo de purificación (ṭahāra) sea nuestra guía y sostén en tan difíciles momentos. Que comprendamos que ahí está la clave del salām (paz) y del salīm (salud) y que es la senda que guía hasta el todopoderoso Allāh.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.