Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Estos días es, a la vez, fácil y difícil contemplar el alba (falaq). Tan fácil porque, en mucho tiempo, tenemos el tiempo (waqt) para hacerlo. Pero, al mismo tiempo, difícil pues a penas podemos salir de casa. Vivimos, queridas hermanas y queridos hermanos, en tiempos complejos, en tiempos para ser conscientes de aquellos signos de Allāh, el altísimo, que ocurre por encima de lo físico. Es un momento para saborear (dhawq) todo lo que se escapa de la razón (‘aql) y mirarnos a nosotros.

El creyente sincero busca el alba (falaq), y la busca porque es el fin de la noche, el retorno de la fuente de vida y luz. La noche (layla) es oscura, fría, compleja. Enamorarse de ella es una locura, es volverse como el amante, Majnūn, en aquel cuento persa que amaba a precisamente a la noche y ese amor tan absoluto, porque la noche no es aprehensible ni reducible, se volvía loco. No se protegió, no supo cobijarse y fue hacia algo mayor que él, Layla, sin estar preparado ni ser consciente. El alba significa triunfo, significa falāḥ de Allāh, el altísimo, y hace amanecer como hace crecer la semilla como nos recuerda el Corán (6: 96). Un ritmo cósmico al que nos vemos sometidos y del que a veces queremos escapar, no sin un escalofrío.

El término falaq es antiguo, arcano y telúrico. Corresponde a esas palabras que Allāh, el altísimo guarda para sí como un tesoro majestuoso. Su raíz remite al romperse, dividirse, partirse longitudinalmente, a lo maravillo, o a la perfección que hay en romperse. Es una raíz con una fuerza sobrecogedora pues Allāh es quien parte el mundo para que vuelva la luz, igual que parte el pecho de Muḥammad ﷺ para que Jibrīl (as) extraiga todo mal e impureza del pecho del Mensajero, lavándolo con blanca nieve, con el fin de que reciba la revelación. Tan bello y tan terrible.

Allāh, que exaltado sea su nombre, ha dispuesto que la noche (layla) sea jalāl (majestuosa y terrible) y el día sea jamāl (bello). Pero no debemos caer en la pobre idea de reducirlo a un discurso moral. Lo jalāl es sobrecogedor, terrible pero sublime. Agita nuestra alma y nos hace amar a Allāh en tanto es capaz de sobrecogernos, hacernos temblar. Lo jamāl nos pacifica siendo abrazados por el absoluto, por el Altísimo. Todo en la creación tiene la doble cara del jamāl y el jalāl.

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El ser humano partido entre razón y corazones intenta pensar lo que para Allāh es lo mismo. Y así, desde su humilde existencia lo particulariza con temor al excederle. El creyente sincero se entrega a partes iguales al día y a la noche, pues su confianza (amāna) en Allāh y en la guía de su Mensajero ﷺ es total. Por eso, realiza su ‘ibada fard (praxis espiritual obligatoria) de día y la completa con la nāfila (praxis espiritual complementaria) de noche. Actuando de día y recordando en la noche. Dando de día y haciendo presente, a través del dhikr (recuerdo) en la noche. La luz del sol es para hacer, mientras la luz de luna es para recordar. Y a Allāh todo pertenece y su Enviado ﷺ nos lo enseña a través de su Sunna. Un creyente sincero actúa y recuerda sabiendo que el tiempo (waqt) y la realidad (ḥaqīqa) le sobrepasan como dos océanos (baḥrayn) siendo el alba (falaq) su istmo.

Antes de amanecer el creyente se rompe en el fajr (primera oración de la mañana) pidiendo, sinceramente, a Allāh que rasgue (falaq) los cielos para que vuelva el sol. El momento de la ṣalāt (oración) del fajr es el más íntimo porque se emerge del sueño, esa dulcificación de la noche que dispone Allāh el altísimo, hacia la vida. Se emerge de una pequeña muerte hacia el absoluto. Se experimenta el transito del morir al renacer en el jardín. Lavamos nuestro cuerpo como se lava un cadáver y nos disponemos a poner nuestra frente en el suelo pidiendo entre susurros que Allāh sea glorificado sobre todas las cosas. Y al final, en plena humildad después de ser consumidos por la trascendencia de la ṣalāt, decimos con voz casi imperceptible que las bendiciones sean con Muḥammad ﷺ y con el linaje de Ibrāhīm (as). Una acción de gracias bendita al alba, casi automática que está llena de sentido imperceptible, pues Allāh ha roto los cielos de la noche para que emerja el sol.

Y si esto ocurre cada día como no ocurrirá el día de nuestro transitar. ¿Acaso vamos a tener miedo de lo que ocurra? Podríamos pero no deberíamos pues la raḥma de Allāh es de una infinitud que no alcanzamos a empezar a vislumbrar si no es con nuestro corazón amante. La luz del alba (falaq) es liberadora, como dice el propio Corán en la sura 113 dedicada a esta experiencia, porque es luz de Allāh que se refleja en el Mensajero ﷺ. Porque Allāh es el Señor del Alba y se busca refugio en Él de aquellas chispas (sharr) de la creación que prenden incendios en el alma (rūḥ) y de aquellos que utilizan la noche para olvidarse “del moldeo de la realidad” (akhlāq; ética) según Allāh, el altísimo ha dispuesto para nosotros. Por eso, esta sura es un talismán que se recita en la ṣalāt al-‘isha’ en la noche antes de dormir, antes de volver a despertar en el jardín. Y deberíamos tenerla presente antes de despertar en el jardín eterno.

Hacemos, de nuevo y una semana más, un du‘a muy especial por todos aquellos que sufren y tienen miedo en estos días de incertidumbre a lo largo de la faz de la tierra. Para que la paz (salām) sea sobre todos ellos y encuentre el camino de la confianza (amāna) más sincera viendo despuntar el alba (falaq) que Allāh ha dispuesto para nosotros. ¡Oh, Allāh! Danos tu completo shifā’ y reduce nuestro temor para que podamos ver más allá de la niebla la luz que emerge desde tu qibla en Oriente. Y a los que parten de nuestro mundo concedeles guía hacia tu jardín y otórgales el refresco bajo tu sombra (ẓil) Así te lo pedimos desde el corazón cuerdo (qalb) y desde el corazón amante (fuad). Amen.

Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.