﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
Queridas hermanas, queridos hermanos nos encontramos en un tiempo complejo. El hecho de creernos dueños del mundo, el auge del ateísmo y el materialismo, la falta de ética y las impurezas en el corazón de gran parte de la humanidad nos está llevando a una compleja situación. No se trata de ser victimas ni tan siquiera apocalípticos sino de ejercer nuestra regencia sobre la creación de Allah. Aquella por la que el Shaytan desobedeció, por simple envidia, a Allah el Altísimo.
El mundo que vivimos es un desafío inmenso porque hay espacios, tiempos, situaciones que nuestra razón no alcanza a comprender, pero ante eso tenemos que usar el corazón cuerdo (lubb), la semilla, para hacer brotar un Jardín donde otros ven una tierra yerma. Nuestro tiempo no es el del caos, sino el de la oportunidad para mejorarnos a nosotros mismos, para construir buscando el agrado de Allah, que exaltado sean todos sus nombres.
Los pesimistas y los derrotistas construyen un discurso agotador sin comprender la sabiduría (hikma) que subyace tras lo que acontece en este mundo, este mundo que es el mejor de todos los mundos posibles. De ahí, desde la falta de comprensión con el corazón, se pasa a la idolatría (shirk) en la que olvidando a Allah, el Altísimo, se entregan a realidades incompletas o débiles que palidecen ante Allah. Cuantas veces se nos dice en el Corán que esas realidades no serán capaces de defender al idólatra cuando el Tiempo converja en Allah.
Una clase de shirk contemporáneo, queridas hermanas y queridos hermanos, es la que fomentan aquellos que intentan reducir toda la realidad (ḥaqīqa) a simple materia, desoyendo la propia Sunna del Mensajero ﷺ. Creen que todo es finito, que no pertenece a Allah… Y, sin embargo, de Él son los cielos y la tierra y todo lo que habita entre ellos. La corrupción no es tan solo destrucción sino minusvaloración de la realidad y del sentido de préstamo que esta tiene. Una falta de responsabilidad que olvida a Allah como último fin de la creación, que no considera al ser humano como guardián y lo deja como un simple explotador. Cuando pienso en esto siempre me viene a la cabeza estas aleyas de la sura Roma:
Allah os creo, Él os sustenta, y os hará morir para reviviros. ¿Acaso hay algún ídolo que haga algo como eso? ¡Sea así alabado y exaltado sobre cualquier ídolo!40 Corrómpanse la tierra y el mar por las manos de la humanidad, así se les hará paladear lo que ellos hicieron. Quizás así retornen…41 (Corán, 30: 41).
Es el ego (nafs) reflejado en la creación lo que vemos, lo que tanto nos preocupa, pero si quizás pusiéramos un poco más de esfuerzo en nuestra propia tazkiyya (purificación del corazón) encontraríamos una solución para esa corrupción que lentamente se desliza en nuestro mundo y que refleja como somos habitualmente.
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La corrupción (fasad) es la ausencia de justicia (‘adl). La justicia es uno de los pilares básico del islam. Por eso, esas aleyas son tan evocadoras y debemos tenerlas tan en cuenta. Ese shirk (idolatría) como actitud de vital no es sino el fomento de la injusticia. Esto es lo que producen hoy en día el materialismo, el transhumanismo o el hedonismo que mira al nafs (ego) como un ídolo que tan finito se desvanece ante la realidad de Allah, personificado en su creación (khalq). Hoy los ídolos no están en la piedra o en la madera, sino, en muchos casos, en nosotros mismos.
La idolatría es tan desafiante porque otorga realidad a visiones vacías, porque engaña los sentidos y hace que no nos centremos en mejorar sino en nosotros mismos. La idolatría puede ser material, pero también impregnada de falsa espiritualidad o de falsa sensación de seguridad. El final de quien cree en todos esos ídolos es tan terrible como el propio Corán nos narra: «Di: «¡Viajad por la tierra y contemplad cual fue el fin de los antiguos! ¡Cuantos de ellos eran idólatras!» (Corán, 30: 42).
La corrupción del egoísmo humano tiene efectos terribles en la naturaleza, que es parte visible de la creación, golpeándola. Nuestra generación puede percibirlo. Lo desaforado de la experiencia de consumismo o del materialismo se refleja en la creación como una manifestación y aunque creemos que la naturaleza sufre, en realidad, sufrimos nosotros. Por eso, Allah, el Altísimo, dice: «Corrómpanse la tierra y el mar por las manos de la humanidad, así se les hará paladear lo que ellos hicieron», una advertencia previa y terrible experiencia antes de retornar (re)orientados a Allah (tauba)…
El islam no es otra cosa que una vida pacificada, el creyente sincero no quiere sino vivir en paz (salam). ¿Por qué se empeña entonces en imponer su voluntad sobre la creación? Esa desmesura es asfixiante, terrible, nos conduce al abismo sino reflexionamos desde el corazón cuerdo (lubb) en vez de inflamar la realidad con el Fuego de un corazón oxidado, tan propio de los salvajes cafres. Allah avisa a la humanidad a través de sus propias acciones, corrompiéndose el espacio que les cobija y el que les alimenta, destruyéndose lo que conocen para que reflexionen. La rahma de Allah, tan solo llega con la conciencia de la realidad, no antes.
Queridas hermanas, queridos hermanos, por esa razón es tan sumamente importante tener conciencia (taqwa) de la realidad en la que vivimos y actuar con ética frente a ella, buscar la justicia y perfeccionarnos nosotros mismos a través de la ‘ibada (práctica ritual). Dice Allah, el Altísimo, en Su Corán: «Quienes fueron cafres se les volverá contra si su destrucción, pero quien obró justamente se les preparará44 una recompensa, que es para quien confió y actuó con justicia. Ciertamente, Él no ama a los cafres45» (Corán, 30: 44-45).
Confiar en Allah, en Su rahma y en Su justicia es el sentido de la vida. No es fácil, pero, sin embargo, no ofrece la oportunidad de vivir en plenitud, con el amor de Allah, el Altísimo. Ese amor (mawada) que hace verdecer el Jardín en nuestro pecho, ese amor que nos salva de cualquier Fuego. Quiera Allah, el Altísimo, darnos el camino de los justos y de los creyentes sinceros y hacernos trascender de la corrupción y de los falsos ídolos. Amen.
Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).
Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.