Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos tras el bendito mes de Ramadán y las bendiciones del ‘Eid al-Fitr volvemos a nuestra cotidianeidad, a nuestro tiempo que pasa, a nuestra vida mundana en la que crecemos, vivimos y recordamos (tadhkira) a Allāh, el Altísimo, y a su amado Mensajero ﷺ. Tiempo finito que se agota y donde nuestra ‘ibada hace que podamos reconocer a Allāh en toda la creación.

La ‘ibada es la acción que nos hace estar en plenitud, tener conciencia (taqwa) de esa realidad (ḥaqīqa) que nos sobrepasa, que nos sobrecoge, que nos lleva directo a Allah, el Altísimo. Por eso es tan importante, por eso es como un bálsamo para tiempos convulsos como estos, tiempos donde pareciere que la humanidad se extingue y ahoga el sentido de la creación.

La humanidad está en crisis, el concepto de ser humano está en crisis profunda porque a nadie interesa. La gente es tratada, aquí y allá, como mercancía, como un valor económico que produce y que consume en vez de ver su dimensión profunda, su dignidad. Se les vacía de su dimensión espiritual para enfatizar lo finito, se elimina lo universal de cada uno para convertirnos en containers de lo material: huesos, vísceras y ceros en las cuentas corrientes. Hay quienes se olvidan de la justicia (‘adl) para favorecer su ego (nafs) y sus bajas pasiones. El Corán (2:120) no deja de advertirnos que si seguimos esas bajas pasiones, ese entregarse al sí-mismo después de haber probado la verdad (ḥaqq) no habrá ni ayuda ni protección de Allāh, porque se traiciona el punto central de la ‘ibada que es reconocer su omnipotencia para la creación.

Esta crisis hace que mucha gente, especialmente aquellos que tienen poder, olviden (ghafla) que su poder es temporal y que no es más que una prueba, un desafío… Y sin embargo creen que es la realidad (ḥaqīqa). Olvidan que ellos también son humanidad y que deben practicar el humanismo —¡hoy tan olvidado por muchos que se llaman creyentes! —, siendo seducidos por la rebeldía del Shaytan.

Shaytan es el mejor ejemplo del solipsismo, de no querer reconocer al otro, de egoísmo, de incapacidad de diálogo. Shaytan se queda solo y se consume porque es incapaz de reconocer al otro en la realidad, por esa razón está maldito. No hay mayor fuego que el solipsismo, que el monólogo que provoca la impotencia de ver la creación y ser incapaz de saborear (dhawq) las bendiciones que ha dado Allāh. Shaytan no hace ni ‘ibada ni dhikr, solo piensa con su razón (‘aql) como ser más perfecto, como ganar más poder. Ha olvidado el corazón (qalb) y el sentimiento para centrarse en sus deseos, la materia y la razón. Por eso el Shaytan está maldito (rajim), porque es incapaz de crear matricialmente (rahim). Shaytan es lo contrario a la humanidad, a los hijos de Adam, y, sin embargo, la humanidad cada vez se parece más al reino de Shaytan.

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¡Oh, Humanidad! ¿Qué es de ti? Nos duele ver lo que ocurre en el mundo, pero deberíamos preguntarnos de donde viene. El triunfo de una serie de caminos vitales basados en el materialismo, en destruir la tradición, en la supremacía de aspectos culturales y en el poder es el germen de todo. Bajo el falso, y vacío, velo del progreso las “ideologías” han suplantado al concepto de dīn.

En la revelación el dīn es el camino vital y holístico por el que transitamos. Es un re-conocer aquello que Allāh, que exaltados sean todos sus nombres, había puesto para nosotros, para que le adoremos. El dīn, bien vivido, conduce al salām (paz vital) y a la plenitud imitando la Sunna. El dīn es todo lo contrario a una ideología porque este es universal, eterno, participado por lo divino… ¡Es una teofanía (manifestación de Allāh) en cada instante de nuestra vida! Por eso, el Corán y la Sunna hacen tanto hincapié en recordar, en vivir el presente de Allāh en vez del pasado y futuro de los hombres. El dīn es la senda que nos lleva al Jardín porque nos hemos reconocido en plenitud y nos hemos alineado con ella. Es el símbolo de la universalidad, al verdadero dīn podremos recurrir una y otra vez y nunca se agotará.

Por su parte, la ideología es todo lo contrario: es puro shirk (idolatría). Vacío absoluto y terrible maquillado con escenografías y palabras vacías. Egoísmo y poder que deprecia a algunos seres para imponer a otros. Ruptura entre naturaleza y humanidad para enfatizar solamente en lo mío. La verdad es del ser humano y se agota con la experiencia de mi palabra. Si nos vamos a la etimología de ideología, la ideología es en griego clásico idealizar una palabra, convertir mi palabra en el absoluto. ¡Cuán alejado está eso de lo que enseña el islam! ¡Cuan alejado está eso de lo que vive un creyente sincero! Todo se circunscribe a una cultura, a una lengua, a un nacionalismo vacío y a un deseo de poder y control. Durante estos últimos trescientos años estas ideas llenas de materialismo, finitud, nostalgia y odio crecen y crecen, incluso en nuestra comunidad. Así es como el Shaytan se infiltra y corrompe. Hemos olvidado —queridas hermanas y hermanos— al ser humano para favorecer a la ideología, a nuestra comunidad, a nuestro ego. Hemos olvidado a la humanidad para centrarnos en el nafs.

Solo puede liberarnos el recuerdo de que Allāh es inagotable, pues nada pueden hacer contra su Gloria y Majestad los susurros del Shaytan. Por eso, Allāh propone dialogar, recuperar la dignidad del ser humano, pensar en lo sagrado que son nuestros cuerpos y nuestras almas, lo inviolable que es la libertad y la voluntad que nos ha dado, compensar la razón (‘aql) con el corazón (qalb) para no ser como Shaytan y que no nos domine el orgullo. Un creyente sincero bien sabe que la realidad es compleja, que no se agota en una proclama, que se construye con el dialogo, con el perdón y el acogimiento del otro. Porque ese otro soy yo cuando le miro a los ojos, cuando tomo sus manos para confortarle en sus penas, cuando hago ‘ibada con él o ella, cuando proyecto mi rahma sobre esa persona y su mundo. Un creyente sincero sabe que la realidad no acaba en él o en su pensamiento sino en Allāh. Y ese vértigo al saber eso es lo que llamamos taqwa.

Quiera Allah darnos la rahma suficiente para sobrevivir a las tretas del Shaytan. Quiera Allah darnos la rahma suficiente para trascender ideologías vacías y de humo. Quiera Allah darnos la rahma suficiente para dialogar con palabras y gestos con el otro, en especial con quien sufre. Quiera Allah darnos la rahma suficiente para mirar más a los ojos al que no es como yo. Quiera Allah darnos la rahma suficiente para imitar a nuestro amado Mensajero ﷺ quien llenó el mundo de luz y grandeza. Quiera Allah darnos la rahma suficiente para no pensar que el mundo somos nosotros. Quiera Allah darnos Allāh.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

 

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