Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos celebramos esta semana el 8-M, el día de la Mujer. Celebramos y luchamos algo que el mensaje de Allāh, el Altísimo, ya dijo, pero hemos olvidado con el paso de los siglos. Nuestro mundo funciona, precisamente, en esa clave olvidando lo que realmente importante… ¡Así es el ser humano! Sin embargo, deberíamos pensar mucho más en como enmendarlo, como ser creyentes sinceros y lograr llegar más allá, trabajar por este mundanal mundo (dunya) de la manera mejor.

Nuestro dīn sufre de un exceso de aculturización. Hemos impreso nuestras culturas con tinta indeleble en el dīn de Allāh, en el que tenemos que vivir. Ese exceso de nuestras culturas hace que seamos injustos, que no seamos plenos ni humanistas. Nos olvidamos de que el ser humano en su integralidad es un elemento sagrado puesto por Allāh, el Altísimo, para nosotros y reafirmado por la Sunna de su Profeta ﷺ. Pero como somos unos seres imperfectos y frágiles tendemos a olvidar (ghafla), a ser soberbios, a creernos que tenemos la verdad (ḥaqq) y a cuestionar a los demás en base a nuestra cultura, a nuestra miope idea del dīn. Pero tras todo eso está nuestra cultura, nuestra moral, nuestras tradiciones… Y lo que debiera ser espiritualidad, universalidad, símbolo, igualdad y ética se muestra como una versión provinciana y mediocre en la que “lo mío es lo mejor”.

“Lo mío es lo mejor” es una visión egoísta, alimenta al nafs (ego), nos fragilita e irrita, nos hace débiles. Y aún así vamos por ahí diciendo que conocemos el dīn, que somos auténticos creyentes mientras reprendemos a otros y a otras, empoderados en la ceguera de poseer, aparentemente, una verdad (ḥaqq). Al final todo se reduce a injusticia y desigualdad. Así muchos y muchas piensan, erróneamente desde mi planteamiento, que pueden fomentar la desigualdad, que pueden discriminar a hermanos y, especialmente, a hermanas por no encajar en “mi visión”. Y al final… ¡Al final otros fuera de nuestra casa lo ven y nos estereotipan a todos!

Si leemos los textos y símbolos sagrados con estos ojos perdemos la fuerza del dīn y dilapidamos la herencia de nuestro amado Profeta ﷺ… El islam exige justicia a sus creyentes ¿Por qué no se da? ¿Por qué nuestras comunidades están llenas de prejuicios y desigualdad? ¿Por qué no dejamos de reproducir patrones eminentemente culturales? ¿Por qué nuestra comunidad sufre de tanto machismo? ¿Por qué no somos capaces de construir mezquitas y espacios inclusivos? ¿Por qué no interpretamos los textos con la rahma que nos han enseñado los Profetas? Creemos proteger y, en realidad, desprotegemos. Creemos construir y, en realidad, destruimos… Quiera Allāh otorgarnos Su luz en nuestros frágiles ojos…

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El Corán y nuestro amado Mensajero ﷺ hicieron una revolución social. Con espiritualidad y símbolo no solo dotaron a las mujeres de derechos y una igualdad que llegaba hasta la propia palabra de Allāh con una demarcación de género, sino que nos ordenaron honrar el espacio que hace posible que seamos humanos: la matriz (arham). Es una diferencia positiva que marca mucha distancia. Los hombres jamás tendremos tal honor de ser receptáculos de vida, de ser hogar de otro ser humano… Y aún así hay quien osa discriminar, quien osa ponerlas en segundo plano, a pesar de que en El Corán muetra los ejemplos de Hajar, Maryam o Balqis, todas grandes creyentes, mujeres de poder, constructoras de nuestra comunidad.

Decía el gran traductor del Corán André Chouraqui que, a lo mejor, deberíamos traducir rahma por matricialidad siguiendo la tradición semítica. Olvidarnos del latín y su misericordia (miser-cordis-ia; pobre corazón hacia los demás) y entregarnos al saboreo (dhawq) de las raíces trilíteras. ¿Por qué no lo hacemos? Cambiar la pobreza por la plenitud, comprender la grandeza, reconocer profundamente (‘arif) y recordar (dhikr) esa fuerza única que Allāh nos ha otorgado desde sus propios atributos. Pero hay que hacer el esfuerzo y tener la humildad para lograrlo…

Entonces, ¿por qué se discrimina a la mujer? Pues por la ignorancia, por la asunción del patriarcado que como una enfermedad se expande y se expande en nuestras sociedades, en nuestro entorno, en nuestras mentes… Y nos tragamos discursos que, aparentemente, parecen llenos de vitalidad pero que son frágiles en sí. Es una enfermedad global, no solo de los musulmanes, que cuestiona la igualdad.

La igualdad debería construirse desde la premisa de la libertad que Allāh, el Altísimo, nos ha dado, desde sus recomendaciones y, finalmente, desde nuestra conciencia. Somos libres en tanto tenemos conciencia (taqwa) de Su presencia. Así Allāh nos obliga a volver a conocer su creación y a buscar la justicia (‘adl), a infundir espiritualidad en nuestros hechos cotidianos. Y si eso es así ¿cómo vamos a discriminar a la mitad de la población de nuestro mundo? ¿cómo estereotiparlas? ¿por qué aplicar patrones culturales que no pertenecen a los creyentes?

Construir comunidad significa comprender al otro, trabajar con él o con ella, buscar espacios comunes y ayudar a crecer en este mundanal mundo (dunya). Empoderamos haciendo esto con humildad y para ello el islam nos da infinitas herramientas, nos hundimos si usamos la soberbia, el proteccionismo o las actitudes culturales…

¿Por qué no pensamos nuestras interacciones en clave profética? ¿Por qué no construimos un mundo justo e igualitario? ¿Por qué no reconocemos, todos y todas, el valor tan alto que Allāh puso en ellas para construir una sociedad mejor? La igualdad es la base de una comunidad firme y sana. Una igualdad que ve creyentes en todos y en todas, que no exime ni priva de sus deberes como creyente a nadie, que honra la multiplicidad.

Que sea la rahma sobre todos y todas y sirva de sincero recuerdo (dhikr) de la importancia que para nosotros tiene en nuestro mundo, siendo conscientes de quien la porta en su naturaleza. Que nuestro corazón destierre la desigualdad y la injusticia. Que construyamos un mundo pleno donde la creencia sincera sea el pilar fundamental. Amen

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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