Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos esta semana nos toca recordar un viaje, un bendito viaje. Aquel que hiciera nuestro amado Profeta ﷺ una noche de Rajab donde la luna estaba tenue y solo podía iluminar su luz. En nuestra inmediatez, tan cotidiana, no somos conscientes de que significa ese viaje (israwa-l mi‘rāj) y muchas veces lo dejamos pasar, sin reflexionar, sin degustar lo que aquello significa en nuestro presente.

A raíz de esto dice Allāh, el Altísimo, en el Corán:

¡Exaltado sea Aquel quien tomó a su siervo una noche desde la Inviolable Mezquita y lo condujo al más lejano sagrado lugar, cuyas cercanías de baraka imbuimos! Allí, Nosotros le revelamos nuestros Signos: Él que todo escucha, que todo lo ve. (Corán 17: 1).

Y se menciona este tema, ya en la parte final del viaje para aquellos que lo dudan, con otra aleya:

¿Acaso vais a disputar con él lo que vio? Ya, en otra ocasión, lo vio descender: Junto al árbol sagrado de loto, en un confín, cerca de allí está el Jardín ensombrecido pues lo cubre el árbol. Pero su vista no vaciló, no transgredió, viendo así los Signos de su Señor, el más Grande. (Corán 53: 12-18)

Ese viaje, queridas hermanas y queridos hermanos, es un símbolo que no se agota aún vayamos una vez y otra hacia él. Como el agua de un pozo, nos refresca en un mundo vacío y sórdido donde los trascendentales –bien (khayr), belleza (jamāl), verdad (ḥaqq)– no se viven en plenitud, nos enseña que el viaje hacia Allāh llega en el momento más inesperado. En nuestro afán de racionalizar la vida pensamos y pensamos y, sin embargo, el viaje de Muḥammad ﷺ significa el vivir en plenitud, el vivir el ahora, el ser guiados por el noble Jibrīl (as) hacia el absoluto aún no lo hayamos pedido. Allāh, el Altísimo, así lo ordena, así lo hace.

Nuestro amado Mensajero ﷺ no pidió ascender, no pidió viajar, no pidió que sus límites fuesen pulverizados, no pidió ver… y le fue dado. Arcanos y profundos son los designios del Altísimo, quien todo conoce. ¿Por qué no prestamos más atención a la fiesta del mi‘rāj? ¿Por qué no la tomamos como la fiesta del recuerdo (dhikr)? ¿Por qué en la noche oscura de nuestra vida dejamos que nos entre miedo y no ascendemos siguiendo la Sunna? Es una experiencia terrorífica, se asciende desde la tierra al Fuego y desde el Fuego al Jardín, pero, tras el esfuerzo, hay una recompensa es maravillosa.

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Se nos advierte en el Corán que muchos, cuando contamos los símbolos y signos que hay en el Corán, nos dirán: «¡Esos son mitos antiguos!» (Corán 83: 13). Pero sus cabezas les engañan y sus corazones están llenos de óxido que les impide disfrutar de la realidad (ḥaqīqa) como Allāh la ha dispuesto.

El israwa-l mi‘rāj es la constatación que Allāh ha enviado revelaciones y Mensajeros (as) a toda la humanidad en todas las épocas y en todos los mundos posibles (‘alamīn). Dice el Corán: Así a cada comunidad enviamos un Mensajero: «¡Reconoced a Allāh y apartaos de los falsos dioses!» (Corán 16: 36). Por eso, el viaje del Profeta Muḥammad ﷺ no es el primero que se producía. Ese viaje es un recuerdo (dhikr), para todos los creyentes, como lo fue el de Enoc (Idris) (as) o el de Musa (as) como lo era el de los chamanes y chamanas de las culturas ancestrales que viajaban la rahma de Allāh para sanar y curar. Tras el profeta los místicos y las místicas, los sufís y los visionarios han seguido esta bendita tradición. Es un viaje para sentir que Allāh, el Altísimo, algo quiere susurrar en clave simbólica para hacer mejor la vida. Un saber que la experiencia del Profeta fue grandísima pero que nosotros, con nuestras limitaciones, podemos vivir algo parecido aunque infinitamente pequeño. Aunque sea un segundo, que sea un segundo eterno en el presente y la presencia del Altísimo.

Este bendito viaje es peligroso a la vez que desafiante. Por eso, Allāh hace viajar al Profeta ﷺ del Haram de la Meca, su hogar seguro, hacia lejanas y sagradas tierras, Jerusalén, con el fin de que el ascenso sea en tierra sagrada, pero sin vínculos emocionales. Cuando ya no está cómodo lo primero que ve es el Fuego… la lejanía de Allāh, la imposibilidad de refrescarse en Él. Y luego asciende, progresivamente, por los Siete Cielos, por las siete esferas, por los mundos de plenitud y belleza, la cercanía con Allāh. No puede haber Jardín sino hay Fuego, no puede haber unidad sino hay multiplicidad. Lo comprendió bien el Profeta ﷺ y sintió la rahma de Allāh, el Altísimo; pero otro, a lo mejor, se hubiese vuelto loco. Por eso, Allāh da a cada uno lo que puede cargar, ni más ni menos.

No es este viaje un mito, es algo muy real. Queridas hermanas, queridos hermanos, reflexionad sobre las veces que habéis sentido un átomo de este viaje en vuestras vidas: cuando de la oscuridad pasáis a la luz, cuando del sofocante calor os cobijáis en verde sombra, cuando os sentís arropados por algo más grande, cuando la protección de los ángeles os envuelve, cuando la felicidad os vence y surge una sonrisa… Ese es un «micro mi‘raj» en vuestra vida. Habéis ascendido a los siete cielos y habéis descendido a hacer un mundo mejor. Tal así lo hizo, con su grandeza, el Amado de Allāh ﷺ y nosotros lo hacemos con nuestra humildad. Por eso seguimos su Sunna, por eso seguimos su camino. Si supiéramos, con conciencia, que su Sunna nos hace viajar cada momento como lo hizo él que fácil sería ser un creyente sincero. Así que pidamos a Allāh que nos conceda una fracción de segundo del sagrado viaje, que nos saque de nuestro lugar seguro y nos lleve a un sitio santo y nos haga ascender, aunque eso signifique amargor, dureza y esfuerzo. Que nos eleve a Su presencia. Que un segundo sea una eternidad. Amen

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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