Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos ya estamos en la tercera semana de Ramadán. Hemos pasado el zénit de este sagrado mes y nos encaminamos a la fiesta del ‘Eid, a la fiesta de la vuelta de la vida. Pero ahora, cuando ya hemos integrado el ayuno, cuando hemos “sufrido” el significado de este mes es cuando el ayuno hace realmente su trabajo, cuando nos deja desnudos y frágiles frente a nosotros mismos. El ayuno nos hace transparentes para que frente al espejo podamos reflexionar sobre nosotros mismos.

Pudiera sonar a paradoja, pero no lo es. Ramadán es un mes de re-conocimiento (marifa), de volver a conocer aquello que creíamos conocer con seguridad, que creíamos dominar, que creíamos auto-suficiente… y sin embargo nada es frente a la presencia de Allāh el Altísimo. Ayunar no es solo un privarse de comida, bebida y sexo durante las horas de Sol, es el reflexionar sobre nuestros límites, sobre nuestras aristas, sobre el mundo que se difumina ante nuestros ojos… Es el previo para que ese re-conocimiento nos purifique y nos haga ser dignos de recibir, aunque sea una milésima, de la revelación tal y como la experimentó el Profeta ﷺ. En este momento de Ramadán ya no tenemos miedo a la cueva de Hira, sino a nosotros mismos que esperamos con la única compañía de nuestro ego (nafs) que amenazante se alza sobre todas y todos nosotros. Silencio estando vaciados frente a un mundo lleno de luz, temblor al vernos imperfectos y frágiles frente a la gloria de Allāh.

Estas últimas semanas es cuando más deberíamos ser conscientes de los susurros de nuestros nafs que, ahogado por la purificación (tazkiyya), tiende a intentar salir a flote pero no provocando el olvido (ghafla) sino intentando rompernos. Es ahí donde la bendita rahma de Allāh, tan matricial, hace de contrapeso y evita esa ruptura recordándonos que aún tocando el límite, nosotros somos los herederos de Adam (as) y Muḥammad ﷺ aquellos que representan al hombre perfecto (insān al-kāmil).

Ramadán no es más que una versión amplificada de nuestra vida. Nos invita a restringir el punto medio con el objetivo de alcanzar una merecida plenitud, una plenitud que nos permita, llenos de baraka, re-conocer muchas cosas que ya conocimos al nacer desde nuestra fitra (naturaleza primordial). Entre olvidos y reconocimientos transcurre nuestra vida, muchos no saben lo que buscan más, sin embargo, nosotros si: buscamos a Allāh. Y su reflejo, a través de la luz muḥammadiana, está en toda su creación.

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Como decíamos el ayuno nos da que pensar… Pensamos en exceso, aún vacíamente, pensamos en los días que fugaces que se van. Pensamos y pensamos y lo entretejemos con ‘ibada: un poco de Corán, las ṣalāt, prepara la zakāt e incluso le añadimos dhikr (recuerdo). Es esa ‘ibada que nos toca, la que debería convertirse en el combustible para que ardiera nuestro ego (nafs) y, si es posible, ese pensar reflexivo que se genera en el ‘aql (la razón) y que deja de lado al corazón (qalb).

Un pensar que es estéril si no se acompaña de amor (ḥubb), un amor del que florecen bendito frutos. Uno de los problemas de nuestro tiempo, y que se amplifica para muchos creyentes en Ramadán, es el excesivo racionalismo en el que no caben espacios para re-conocer la realidad o para las karamāt (prodigios) que Allāh tiene para nosotros. Esta forma de vivir elimina nuestra fitra (naturaleza primordial), aquella que teníamos cuando éramos niños, y reduce la vida a simple materialismo. Materialismo que asfixia cualquier experiencia profunda de la realidad, que nos empobrece, que nos limita nuestro existir.

Este era el mundo de los Quraysh que reconocían a las piedras como ídolos, que negaban a Allāh y a su presente eterno que había dispuesto a través de Profetas (as) y Mensajeros (as), que se comportaba como cafres destruyendo la belleza (jamāl), el bien (khayr) y la verdad (ḥaqq) que pertenecen a Allāh, que exaltado sea su nombre, o que bien se dedicaban a acaparar y acaparar riquezas.

Y es que siempre, queridas hermanas y queridos hermanos, habrá Quraysh y cafres en nuestro mundo, mas en Ramadán es un mes para recuperar la fitra y apartarnos de ellos purificándonos frente a ese materialismo y esa racionalidad estéril que a nada conduce, que alejados de Él, el altísimo, y de la Sunna de su Mensajero ﷺ nos sitúa.

Ramadán es el mes donde arde la paja y la hojarasca, donde el fuego de Allāh purifica todo el proceso de siembra y donde en las noches oscuras, a la luz de la luna, consumimos los frutos entre bendito recuerdo hacia Él y su rahma. Es a este camino al que debemos aspirar, es un camino de bendiciones y plenitud, pero para ello hay que pasar el día en la cueva de Hira, hay que experimentar el asfixiante abrazo de Jibril (as) y hay que aceptar que un Mensaje nos es dado para cambiarlo todo.

Quiera Allāh, queridas hermanas y queridos hermanos, darnos la oportunidad para volver a vivir esto durante muchos años. Quiera Allāh hacernos re-conocer profundamente la realidad que Él ha creado. Quiera Allāh abrir nuestros corazones hacia todos los mundos posibles. Y finalmente, queridas hermanas y queridos hermanos, quiera Allāh darnos Allāh.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.