Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos un jumaa más nos unimos en jamaa. Una unión de corazones en torno a un día de recuerdo, de fraternidad y encuentro. Un espacio privilegiado, único para volver a pensar el instante. El jumaa debería ser un momento en el que cesara el tiempo y el espacio, donde re-conozcamos lo que Allah, el Altísimo, ha creado. Pero nuestra sociedad, nuestro momento adolece del olvido del tiempo sagrado, del tiempo de Allah.

La mayor enfermedad de nuestro tiempo, junto al materialismo, es el desprecio por el tiempo divino. Hemos profanizado el tiempo, lo hemos convertido —paradójicamente, en nuestro amo y en nuestro esclavo, le hemos quitado el peso del infinito para volver a convertirlo en material, en producto de compraventa. Gastamos tiempo, nos dejamos subyugar por él, olvidándonos de su gran valor. ¿Tiempo? Que nos importa queremos vivir, pero sin conciencia del tiempo malvivimos de tal forma que la asfixia es con nosotros.

El islam, y el resto de las creencias tradicionales auténticas, ve en el tiempo una dimensión sagrada, una dimensión de plenitud, infinita y, a la vez, difuminada que, difícilmente, podrá comprender el ser humano. El tiempo, como dimensión sagrada, es la que nos permite la plenitud, por eso es un atributo de Allah.

Hay un bellísimo ḥadīth qudsi —que recoge al-Bukhari en su Sahih— que dice así:

«Dijo el Mensajero de Allah ﷺ: Dijo Allah, tan poderoso y majestuoso, me apenan los hijos de Adam cuando abusan del Tiempo (dahr), pues Yo soy el Tiempo: en mis manos está el mandato sobre todo y del eterno latir del día y la noche soy el responsable». (Sahih Bukhari 4826)

Este ḥadīth qudsi pone en boca de Allah el valor del tiempo y su peso como corazón (aqlab) del ciclo cósmico. El tiempo no es una dimensión material, es el corazón de la realidad que la hace fluir porque Allah, el Altísimo está detrás. ¿Somos conscientes de cuanto significa esto? Por nos exhorta el Altísimo en el ḥadīth a ser conscientes del tiempo como lo somos de Él y por eso le apena que el ser humano abuse del tiempo, ya sea convirtiéndolo en un ídolo o menospreciándolo, en vez de recordar su enorme valor. El tiempo es sagrado, es un atributo de Allah y está dado para que recordemos. Es el recuerdo (dhikr) el acto más sublime de ‘ibada hacia Él, que sean exaltados todos sus nombres.

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A muchos el tiempo les da miedo, les produce gran ansiedad, les sobrepasa, les enferma de tal forma que provoca el más absoluto vacío… Pero en vez de esto habría que tener taqwa (conciencia) ante él, pues al ser un atributo de Allah este coparticipa. Por eso, en vez de temblar hay que anteponer la ‘ibada (reconocimiento), en vez de idolatrar su materialidad, hay que glorificar la esencia real del tiempo, poner cada acción como ‘ibada en tiempo sagrado, en el tiempo de Allah, en oír el eterno latir de la creación como se nos sugiere en el ḥadīth.

El olvido (ghafla) de esto es lo que nos produce otro gran mal de nuestro tiempo: la ansiedad. Olvidamos que al ser el tiempo de Allah, al estar todo bajo su mandato (‘amr) y su poder (qadr) solo podemos reconocer Su omnipotencia y su devenir. Es ahí donde la Sunna del amado Mensajero de Allah ﷺ nos puede ayudar a que ni olvidemos (ghafla) ni a que falsamente idolatremos (shirk) lo material ni de la mundanidad (dunya). A menudo, confundimos Dahr (tiempo absoluto) con ‘asr (tiempo deviniente). Este último está unido, inexorablemente, con el agotamiento de lo físico, con el ocaso del sol y, por ende, de la humanidad.

La ansiedad está producida por el deseo, por la ilusión de intentar, de querer obtener la perfección. Es una idolatría al ‘asr, a un tempus fugit. Sin embargo, es una perfección que jamás conseguirá ningún hijo de Adam pues no es su naturaleza. Siempre hay un punto de imperfección, pero su el regalo de Allah es dejarnos arrastrar por el tiempo, fundiéndonos con él en actitud de plena humildad (khushu’) y reconocimiento (‘ibada) de Allah, tan poderoso y majestuoso, como dahr. Pues este es el que engloba la eternidad en el que las nimiedades de nuestra vida son un grano de arena en un desierto.

Por eso el creyente sincero debería exceder el ‘asr y vive en el dahr, un tiempo que se transforma en espacio, que rompe las dimensiones físicas y solo existe la unidad y la eternidad. La Sunna del Profeta ﷺ nos enseña eso a través de su camino, a través de la conciencia hacia Él, a reconocer su unicidad (tawhid). Y por eso el dhikr es lo que mejor cura la angustia al absoluto, porque nos hace recordar de donde venimos y cual es nuestra herencia de hijos Adam. Y es que así dice Allah, el Altísimo, en el Corán: «Y no creé a los jinn y a la humanidad sino para que me reconozcan» (Corán 51:56).

Allah quiere que la ‘ibada sea un reconocimiento envuelto en un tiempo sagrado (dahr) que nos haga trascender de la mundanidad, quiere que le reconozcamos y crezcamos sin miedo alguno a ningún cambio pues Él es el Razzaq, aquel que todo sustento otorga. Pidamos a Allah, exaltado y altísimo, que nos haga ser de los que aman su tiempo, de aquellos que sienten arropados por el tiempo (dahr) y oyen el latir de la creación, que siguen la Sunna de su Mensajero ﷺ y que no temen a Su inmensidad. Que este sea el principio del viaje y que en el camino podamos ayudar a muchos más a no temer al tiempo y reconocerlo como aquello que nos permite ser. Amen.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.