﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
Queridas hermanas y queridos hermanos somos tan frágiles… En el mes de Muharram se nos recuerda muy bien que la fragilidad es innata al ser humano. Liberación y muerte, trascendencia y posibilidad van siempre de la mano y aún así la fragilidad se alza como fantasmagórica. Otros mundos, otras culturas no ven en la fragilidad un valor, sino una debilidad. El islam y la herencia del Mensajero ﷺ y la de los profetas anteriores, como ‘Isa (as), nos hacen hincapié en que la importancia de pacificarse en esa inmensidad. Es la apertura (fatḥ) del que, aparentemente, es frágil.
La fragilidad es una raḥma de Allah, que exaltados sean todos Sus nombres, para sabernos finitos, que tenemos un límite, que no podemos prescindir de Él por más que queramos. La fragilidad nos protege del shirk, nos otorga humildad (khushu’) para con la creación. Así, nos sabemos dependientes de Allah y Allah se convierte en nuestro íntimo protector porque reconocemos nuestra fragilidad.
Cuán peligrosa es la soberbia de pensar que somos autosuficientes, que somos indestructibles, que podemos vivir sin Allah, el Altísimo, sin pacificarnos en Él y en una libertad que no está regida por su poder (qadr). Sin embargo, ese el signo de nuestro tiempo: los transhumanistas, los materialistas, los esclavos del dinero dicen de ellos que no son frágiles, más si supieran… Creen construir mundos tan solidos como el acero y, en cambio, se tambalean a la mínima. Los transhumanistas ponen su fe ciega en que la ciencia vencerá a la bendita imperfección de la naturaleza y seremos como «dioses», los materialistas creen que todo se acaba con la materia y los esclavos del dinero se asfixian en la ilusión idólatra que les aleja de la interconexión con la creación como un organismo sintiente y viviente.
La idolatría (shirk) contemporánea ya no consiste en adorar a un muñeco de piedra, sino en creer que Allāh no es la causa última de todo lo que nos ocurre, en haberle desplazado de nuestro mundo en un alarde de autosuficiencia. Y aún le cambien los ropajes y los tiempos siguen siendo como Faraón, como las gentes de ‘Ad y del Midian o los Quraish creen que con arrogancia pueden ser dueños de un mundo sobre el que no tiene el Poder (qadr) de gobernar la realidad (ḥaqīqa). Creen protegerse ellos de esa realidad que se hace presente en cada momento.
El Corán es una Escritura tan atemporal, tan inmensa que tiene una aleya dedicada a esta situación tan familiar para todos nosotros:
Sea pues el ejemplo: quienes toman fuera de Allah protectores son como la araña que construye su casa, pues que frágil es la casa de la araña. Si tan solo supieran… (Corán 29: 41)
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Esta aleya debería hacernos pensar mucho sobre nuestra forma de interactuar con el mundo, con la creación. La araña es un animal sagrado en el islam, así lo ha dispuesto Allah, el Altísimo. Es un animal sagrado porque representa un arquetipo que es para nosotros un espejo en el que mirarnos.
La araña, a ojos humanos, es diminuta y frágil, pero a ojos de un insecto es terrible y siempre alcanza la victoria. Además, Allah, el Altísimo, le ha otorgado un gran conocimiento para poder llevar a cabo su victoria y poder alimentarse: construir la tela donde atrapa a sus presas. Una tela, de la cual la ciencia nos dice que es un prodigio técnico, pero que es tan ambigua como el ser humano.
En la aleya anterior el Corán nos lo advierte: «quienes toman fuera de Allah protectores son como la araña que construye su casa, pues que frágil es la casa de la araña» (Corán 29: 41). En realidad, para un ser humano la tela de araña es muy frágil porque tiene el poder de destruirla con un soplo, como Allah hace con los idólatras y los cafres. De hecho, las aleyas anteriores están dedicadas a los «cafres históricos», pueblos y gobernantes reprobables y diabólicos, amigos de Shaytan y de los falsos dioses, que acaban destruidos y sin posibilidad de huir. Así se nos dice en la aleya inmediatamente anterior: «Y con ellos Allah no fue injusto, la injusticia fue de ellos sobre sí mismos» (Corán 29: 40). Como os decía, queridas hermanas y queridos hermanos, los falsos dioses de hoy son esos delirios culturales que parecen poseernos pero que, en realidad, nos lastran hacia el fondo del mar.
No fue injusto Allah con ninguno, pues ellos con su actitud habían oxidado sus corazones y olvidados que eran tan frágiles como la casa de la araña y Allah, tan poderoso, hizo que no pudieran escapar… Faraón construía templos enormes de piedra y el pueblo de Thamud construía palacios en las rocas más los dos fueron aniquilados y olvidados…
Y, sin embargo, la misma y frágil araña protegió al más sublime de los Mensajeros ﷺ cuando los Quraysh querían asesinarlo. La sirah (biografía profética) nos cuenta esta historia tan sumamente bella y simbólica. La misma frágil araña que aparecía en el Corán fue capaz de evitar, por mandato de Allah, que dañaran al Mensajero y a su sincero compañero Abu Bakr (ra) en la montaña de Thawr. Perseguidos los dos por los Quraysh se refugiaron en la cueva y pidieron a Allah que fuese su íntimo protector, entonces Allah en vez de mandar a un ejercito encargó a una araña que urdiera una telaraña que cubrió la entrada de la cueva. Los Quraysh no pudieran entrar porque creyeron que ninguna persona podría haber entrado sin romper esa tela de araña tan frágil y se marcharon… Allah hizo de la fragilidad una fortaleza tal que salvó la vida de su amado Muḥammad ﷺ.
Tan acostumbrados estamos a nuestro mundo que se asfixia en la autosuficiencia y la arrogancia que no nos damos cuenta de que hasta una simple araña puede salvarnos y, por otra parte, que para Allah no somos nada como no lo es una araña para nosotras y nosotros.
Volver a la tradición significa volver a valorar lo pequeño como inmenso, lo frágil como lo poderoso y lo poderoso como frágil, significa volver a ver el mundo con ojos simbólicos donde nuestra lógica es frágil y poderosa al mismo tiempo porque todo pertenece a Allah. El poder (qadr) solo pertenece a Allah, el Altísimo, y que nosotros solo ostentamos ilusiones de ese poder determinadas por nuestra taqwa (conciencia de Allah). Este es nuestro desafío como creyentes sinceros en tiempos hiperreales y de idolatría. Quiera Allah protegernos y hacer que seamos como arañas, bien conscientes de nuestra fragilidad y del poder que Él nos otorga. Amen.
Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).
Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.