Queridas hermanas y queridos hermanos nos levantamos hoy bañado por los rayos de sol que nos indican que anoche, durante la espera en el monte Arafah, no acabó el mundo, no llegó el juicio final. La larga y tensa espera hasta que el ángel Jibrīl (as) dijo que no seríamos ninguno de nosotros, hijos de Ibrahim (as) y Hajar (ra), sacrificados en la mañana.
Así en este bendito día tenemos conciencia dos sacrificios. El simbólico que se manifiesta con que nosotros no seremos sacrificados en cuerpo pero sí en alma; y el físico en el que un animal, generalmente un cordero, será entregado primero a Allāh y, posteriormente, a la comunidad para que se alimente en unión, para que no falte que esa vida que, con permiso de Allāh, hemos entregado no se derroche.
Por eso, hoy celebramos con alegría y regocijo el que no somos las víctimas sacrificiales, que ya no vivimos bajo leyes que amparan los sacrificios y que nuestra creencia y sacrificios deben de surgir desde nuestro corazón. Ese es un sacrificio más sincero donde la víctima sacrificial torna en símbolo infinito que transciende lo concreto para que al decir Allāhu Akbar (Allāh es el más grande) y alḥamdulillāh (alabado sea Allāh) resuenen por todos los mundos que nuestro Señor ha dispuesto. Donde el cuchillo, que pasar a ser de bronce cortante de Ibrahim (as) a la afilada intención, desgarra el ego (nafs) y la mortalidad accediendo así al mayor de los regalos que para nosotros tienen Allāh. Así Allāh, el altísimo, nos hace libres en Él. El sacrificio es una liebración que elimina de nosotros el ego, miedos, creencias, dogmas. Y nuevos, purificados, nos dirigimos hacia el mundo para contar la grandeza de lo vivido. Tomemos el ejemplo de Ismail (as) y fundemos un nuevo mundo alejados de odios y rencores siempre en el tawakkul (entrega total) a Allāh, que exaltado sea su bendito nombre.
Una alegría que debe ir unida a la responsabilidad de saber que los sacrificios no son gratuitos ni fáciles. Todos cuestan, nos exigen, nos desafían. Desgarran nuestro mundo como el cuchillo lo hace con la carne, vierten lágrimas como en el otro sacrificio se vierte la sangre de la yugular del cordero. Y sin embargo la recompensa no puede ser mayor ni más bendita. Renacemos de ese sacrificio como auténticos creyentes sinceros que creen que Allāh jamás le abandonará y que la luz del amado Profeta ﷺ nunca dejará de brillar. Ahí está la clave. Si hacemos eso cuan benditos seremos.
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El sacrificio físico nos recuerda, de la manera más auténtica, que todo sacrificio es una entrega. Damos algo como alabanza y se nos entrega aún más. Si en el simbólico entregábamos nuestro ego (nafs), en este entregamos un animal para que la comunidad reconozca el valor que tiene la vida.
En un mundo que la vida solo es un montón de variables cuantificables, el sacrificio del cordero es un ejercicio de conciencia y de entrega. Allāh, el altísimo, apartó el cuchillo de bronce sobre la cabeza de Ismail (as) y lo sustituyó por un manso cordero. Un cordero que no se revolvería ante el designio (qadr) que Allāh le había puesto, un cordero que además daría de comer a Ibrahim (as) y a su familia. Un cordero que sustituiría la angustia y el miedo por grandeza y alegría. El sacrificio del cordero fue un recordatorio de que Allāh es Raḥman (matricial) y no haría daño a su regente en esta creación.
El observar como el afilado cuchillo desgarra la yugular y sentir la sangre, aún caliente, fluyendo del cuello del animal es una prueba, es un recuerdo (dhikr) para todo musulmán y musulmana. Es un ejercicio de humildad, de raḥma(matricialidad) y de conciencia (taqwa). Por eso, es un acto que todo musulmán debe realizar una vez en la vida para ser consciente de lo que significa el valor de la vida. Si no se hace eso y seguimos viendo al cordero como algo abstracto que compramos en una bandeja de plástico jamás seremos consciente de lo que experimentó Sayyidina Ibrahim (as) en el momento previo a sacrificar a su hijo y su valoración posterior de lo que era la vida para poder ensalzarla con los más bellos sentimientos hacia Allāh. Ni tampoco la libertad que nos da el Altísimo de poder elegir, a través de nuestra conciencia, las acciones y las consecuencias.
Por eso, es en ese momento cuando la vida deja de ser variables cuantificables abstractas para convertirse en hecho. El ver como expira el cordero va unido de un alḥamdulillāh porque parte por una gran causa. La tensión del momento se entiende como fiesta, la comida de acción de gracias para toda la comunidad, un alimento bendito lleno de baraka que viene del sacrificio de una criatura de la creación y del sacrificio de otra, el ser humano, que lleno de raḥma ha apagado una vida para que coman y vivan diez más.
El maqām (la posición espiritual) de Ibrahim (as) es esa: recordar su pacto con Allāh y hacerlo recordar una y otra vez. Saber que nunca nos abandonará, que jamás se apartará de nuestro lado que siempre recibiremos bendiciones, que somos afortunados y que nuestro ego (nafs) debe apagarse para que sigamos creciendo y lleguemos aún más lejos.
Queridas hermanas, queridos hermanos que Ibrahim (as) marque el sendero de nuestra vida. Que de la ceguera y la oscuridad tomemos el pacto con el Altísimo y junto con nuestra familia vayamos hacia su presencia donde nada ha de faltarnos. Que no temamos por las pruebas, dificultades o exigencias porque Allāh siempre tiene la mayor bendición para nosotros. Lleguemos lo más lejos que se nos permita con la conciencia más clara y alcancemos la mayor de las bendiciones. Seamos así este día y todos los demás. Seamos como Ibrahim (as), como Hajar (ra) y como Ismail (as) y tal vez tengamos el privilegio de construir la Casa de Allāh en nuestros corazones. Pues con el corazón abierto todo llega. Amin.
Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).
Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.