Bismil-lâhi r-ahmâni rahîm,
Vamos a hablar de los fundamentos básicos del Islam. Pero, como introducción, una serie de puntualizaciones que ponen en duda muchos de los conocimientos que tenemos acerca de él.
El conocimiento que hay en Occidente sobre el Islam viene muy mediatizado. A mediados y a finales del siglo pasado, y a principios de éste, el arabismo, el orientalismo y el africanismo empiezan a plantearse la cultura musulmana, y lo hacen desde la oportunidad que les brinda el imperialismo colonial. Los primeros arabistas son sacerdotes, misioneros o militares; y ellos van a sentar la base de todo lo que entendemos en la actualidad por Islam. Evidentemente no se trataba de una curiosidad por otra cultura sino la necesidad de medios de dominio. Es decir, se estudia la cultura del otro o bien para evangelizarlo, o bien para dominarlo directamente. No hay, por lo tanto, dentro de esos primeros pasos, un interés verdadero, objetivo, por conocer qué es el Islam. Cualquier curiosidad honesta y seria que venga después está mediatizada por ese corpus ya creado. Es decir, la imagen que tenemos del Islam en Occidente no ha evolucionado, no ha cambiado; tenemos la misma que había en el siglo pasado, la que tenían los misioneros y los militares: un Islam que no es más que una proyección del pensamiento occidental, simplemente. De ahí que la imagen que tenemos del Islam en Occidente justifica más que explica.
No hay una investigación realmente seria sobre la otra cultura sino simplemente esquemas que sirven fundamentalmente a esos primeros objetivos. Y eso constituye el corpus sine qua non, sin el cual no se puede trabajar en la actualidad sobre el Islam. Como he comentado, este primer enfoque no pretendía conocer el Islam en sí sino descubrir aquello que fuera absolutamente paralelo a la cultura occidental para poder influir en una población. Ahí se van a crear todas las ideas que tenemos, todo lo que nosotros sabemos o pretendemos saber acerca del Islam. No hay estudios serios y en profundidad, y los que hay –perdonad que insista sobre esta idea– están fundamentados sobre una base que es prácticamente inamovible y que apenas es discutida o cuestionada por nadie: la de los arabistas que confeccionan las primeras gramáticas y los primeros diccionarios. Esto es lo que va a impedir que el Islam sea conocido y comprendido, pues no se puede acceder a un conocimiento del Islam a través de los medios con los que contamos en la actualidad.
El Islam está estrechamente relacionado con la lengua árabe. Ésa es la base de la que hay que partir. La lengua árabe está íntimamente vinculada a una cultura, es más, es la creadora de esa cultura: la cultura musulmana. Sin una comprensión real y profunda de la lengua árabe tendremos pocas posibilidades de comprender lo que es el Islam. Los antropólogos ya han descubierto la importancia de las lenguas como conformadoras de pensamiento. Realmente son un pensamiento en sí. Si no somos capaces de desentrañar la lengua, lo demás simplemente es anecdótico, son formas culturales que vienen después, realizaciones en la cultura de unos “genes” lingüísticos, por decirlo de alguna manera. La lengua nos proyecta y nos da una visión del universo. Como decía, las lenguas no solamente son medios de comunicación sino auténticos estructuradores del pensamiento. Se piensa en la lengua, pero la lengua no puede ser pensada, eso es importantísimo. Afortunadamente, sin embargo, dentro de ese desierto que existe sobre el conocimiento del Islam, comienza a haber intuiciones importantes sobre la trascendencia de la lengua árabe como vehículo del Islam y empieza muy lentamente a descubrirse esa influencia y esa visión que la lengua ofrece acerca de la existencia, la cual asume el musulmán y a partir de la cual el Islam empieza a expresarse y a estructurarse.
Así, nuestra percepción de la existencia nos viene dada por ese mecanismo –el lenguaje– sobre el que pensamos que tenemos algunas posibilidades y que, sin embargo, es el instrumento que constituye toda nuestra consciencia. Esto no le llama la atención a nadie que estudie un idioma, pues le basta con tener la posibilidad de expresarse y de referirse a cosas. Lo que no descubre es que, en las frases con las que empieza a hablar en árabe, hay toda una estructura y un pensamiento subyacente que interesa descubrir y desentrañar para comprender la mentalidad que la ha creado o en la que se ha creado.
Como introducción en el tema podemos decir que una característica esencial de la lengua árabe es que no posee el verbo ser. Así, como ha dicho Borges, el pensamiento occidental se centra en el Ser, mientras que el pensamiento musulmán, en buena lógica, no podría hacerlo. La existencia del verbo ser, según el autor tunecino Moncef Chelli, es el asidero magnífico con el cual es posible el pensamiento en Occidente, y sin embargo hay culturas que lo pueden cuestionar completamente, como por ejemplo la árabe, que no necesita de ese mecanismo para poder expresarse. Ése es un punto importante en el que tendremos que insistir para ir descubriendo qué es en lo que se piensa cuando se habla en árabe.
En el Islam, la lengua árabe no es una lengua entre otras, es el soporte de la estructura del Islam. Se puede ser musulmán y de otra cultura (no árabe), se puede ser musulmán y no ser arabófono –yo mismo pertenezco a un pueblo que no es arabófono: los bereberes–, sin embargo, la lengua árabe, a través de las prácticas musulmanas, estructura incluso el pensamiento de pueblos con lenguas afines al árabe. Sobre la importancia de este punto también tendremos que abundar más adelante.
Volviendo al tema ontológico: ¿Qué es el Ser? No voy a hacer ninguna disquisición filosófica sino simplemente lingüística, que es lo más interesante, ya que lo filosófico se vale del lenguaje pero no lo estudia. Lingüísticamente, el Ser, como dice Moncef Chelli, es un asidero de la consciencia; con él damos fijación a una palabra, a un concepto o a una idea. En las culturas que, como la árabe, no tienen el verbo ser resulta entonces que la apreciación de la realidad tiene que ser necesariamente muy distinta. Así, descubrimos la importancia que realmente tiene en el árabe el verbo en sí, es decir, la acción.
La acción es el fundamento de la existencia, no el Ser. Esto es muy difícil de apreciar en las lenguas que tienen el verbo ser, porque ya partimos de unos conceptos y unas palabras-signos que señalan perfectamente el objeto al que queremos analizar. Sin embargo, las lenguas que no tienen el verbo “ser” son lenguas abismales, en el sentido de que te arrojan a una percepción de la existencia en la que tú no tienes asidero, no tienes donde agarrarte. La vida, la existencia, el Ser –por utilizar una palabra que no existe en árabe–, es completo movimiento, es completa actividad. Y la actividad es autónoma del sujeto, es una actividad sin sujeto. En la configuración de una frase en árabe, el sujeto viene después del verbo, normalmente. Empieza la frase con el verbo, y el sujeto es realmente más un complemento que el punto central de la frase. El centro, el eje y el corazón de la frase es la acción. Por lo tanto, la lengua árabe se caracteriza por un movimiento y una acción que trae como consecuencia una percepción de la existencia en completa ebullición, sin un substrato que la soporte en nada. Esto es muy difícil de pensar en un sistema lingüístico que no cuente con le verbo ser, ese asidero que permite un desarrollo muy rápido de la lógica, porque fija los conceptos. En árabe no se fijan los conceptos. Por lo tanto, las palabras son una melodía que van significando cosas en función de contextos; cada frase es un universo interpretable desde muchos puntos de vista. La lengua es autónoma con respecto al hablante. La acción es autónoma con respecto al sujeto. Lo importante es esa latencia de la acción en sí. Esto es fundamental para empezar a comprender cosas, porque nos daremos cuenta entonces de qué es lo que es Allah (lo que se traduce normalmente por Dios) cuando hablamos en árabe.
Dios es la realización del Ser, es el Ser supremo. Pues bien, en árabe eso es imposible. Es decir, no puede existir Dios como un Ser supremo. Fijaos bien que, en las lenguas occidentales, Dios aparece después del Ser, tiene que ser para después poder actuar como Dios. Por el contrario, como dice Moncef Chelli, Allah no es el Dios de Descartes; no puede serlo pues no es objeto del discurso humano, sino anterior. Así, el problema para los musulmanes no es la existencia de Allah, sino la existencia del mundo.
Decía Borges que si el pensamiento en Occidente gira en torno al Ser, en el Islam gira en torno al destino. Si no entendemos el destino en su acepción metafísica sino en su sentido de devenir, es verdad. Lo importante, aquello que funciona, es el movimiento, la vida. Lo otro, la quietud, el imperturbable Ser, en el Islam no es concebible ya que nos falta lo esencial, que es una palabra que lo pudiera designar. Ibn Hazm señala precisamente que la prueba de la existencia de nuestro mundo es la existencia del discurso, la existencia del lenguaje, porque necesita de quien lo haya introducido, que sería esa acción absoluta. Allah no es demostrable por el discurso, sino el discurso se demuestra por Allah. Resulta muy difícil intentar explicar todo esto, pues se trata de un forma de sentir y de percibir la existencia completamente distinta.
Allah, por lo tanto, es absolutamente anterior incluso a lo que pudiéramos entender nosotros como Ser, es anterior al hombre, es anterior a todo, pero no como Dios. Dios es, al fin y al cabo, una idealización del Ser, una idealización de la bondad, del amor, de la paz,… pero en cualquier caso tiene un substrato anterior a él mismo que sería su soporte para el pensamiento o, por lo menos, para la lengua. Dentro del árabe, Allah es la única palabra que se escapa a la estructura de la propia lengua árabe, la cual es absolutamente matemática. La estructura de la lengua árabe sigue unos patrones fijos que permiten toda una movilidad del lenguaje sin que éste se escape a la racionalidad y posibilita todo un entramado que permite una visión en la cual lo importante y lo necesario es el devenir y no el Ser.
Por lo tanto, ya empezamos a poner en duda cosas que estaban más que asentadas. Es decir, toda la estructura y todo lo que podamos reflexionar sobre el Islam, carece ya de base. Por tanto, tenemos que meternos en un mundo distinto, en un mundo de percepciones completamente diferente a aquél con el que nos manejamos y con el cual comprendemos la existencia. Moncef Chelli dice: es impensable el Islam en una lengua distinta al árabe, o por lo menos en una lengua que no le sea afín. Solamente sería posible adentrarse por ese universo al que permite acceder la lengua árabe a través de un muy detenido y muy pormenorizado análisis de cada término, lo cual nos dificulta enormemente la intención que tenemos, que es ir comprendiendo poco a poco lo que es el Islam.
Fundamentalmente, ese concepto del movimiento y del devenir (wuyûd) está ligado con la emoción. Es decir, comprendemos porque nos emocionan las cosas, y no porque veamos cosas e inmediatamente tengamos claro lo que son. Una de las mayores dificultades que tiene un alumno de árabe es buscar palabras en un diccionario, algo que parece simple. Cuando encuentras una palabra en un texto árabe no puedes ir directamente al diccionario sino que debes desentrañar la raíz que está subyacente en esa forma. Cuando descubres esa raíz –siguiendo unos procesos gramaticales, por supuesto– y la has desentrañado, el diccionario te dará unas equivalencias siempre falsas –tratando de fijar el término–, pero por lo menos aproximadas, con las cuales ya puedes comenzar a traducir.
Así, la lengua y el pensamiento son un continuo desentrañar signos. No son signos definitivos sino que son alusiones, son destellos de algo que siempre subyace, que es anterior y que constituye una acción primaria unida a otras acciones dentro de una lengua que se estructura por derivaciones (ishtiqâq). Con lo cual, finalmente te encuentras con ese concepto absolutamente abstracto para nosotros que sería ese movimiento, ese devenir continuo al que los musulmanes llamamos Allah, fundamento de todo, pero que a la vez es absolutamente inasible. Lo que captamos en realidad es el movimiento, las formas que va adquiriendo esa acción y que requieren sujeto, requiere adherencia, requiere transitoriedad, requiere circunstancias….ese mundo en torno a ese verbo subyacente es el mundo.
La lengua nos sirve absolutamente para comprender la existencia. La lengua árabe es una manifestación primaria de la imagen que tiene cada musulmán de su sitio en la existencia y de la existencia como tal. Estudiar, por lo tanto, la lengua árabe, se reviste de un auténtico carácter iniciático. Descubres el universo a través del aprendizaje de tu lengua. Tal y como enseñan los maestros sufíes, lo fundamental no es lo que digan las palabras ni aprender lo que significan, sino que lo fundamental es aprender a oír. Aprendiendo a oír vas desentrañando cualquier cosa y cualquier mensaje se va revistiendo de muchos significados según hayamos desarrollado nuestra capacidad para profundizar en las cosas, pero a la vez es un proceso infinito porque jamás llegaremos a ese fondo final, a ese wuyûd “donde está Allah”.
Dice Nietzsche que el concepto del libre albedrío es un pseudoproblema inventado para hacer más penoso el sentido de la culpa. El Cristianismo, que incide tanto en el pecado, te enseña que no solamente eres pecador por naturaleza sino además por elección, con lo cual se acentúa ese terrible sentido de culpa. En el Islam es imposible. Pero lo confundamos con ningún tipo de determinismo ni sentido del destino como algo fatalista, porque no tiene nada que ver con la realidad. Porque en el Islam hay que situarse claramente en los dos aspectos de la existencia: el interior (batîn) y el exterior (zahîr).
Vivimos en el mundo de la acción y de la consciencia, y como tal somos responsables. Quizás dentro de una ilusión, pero esa ilusión para nosotros es real y funcionamos con ella. Somos sujetos secundarios de una acción previa a nosotros mismos. El musulmán se diluye a sí mismo dentro de esa acción universal, por llamarla de alguna manera, y va descubriéndose, va descubriendo lo que él es, su nada. Y en ese acto de autodescubrimiento descubre a su Señor, que es el verdadero motor de toda actividad, del universo en sí. Y el universo es simplemente formas sobre formas, son velos sobre velos que el musulmán va descorriendo. Una sucesión infinita de velos. De eso se trata, o eso es en lo que insiste la espiritualidad musulmana con mayor intensidad.
Sin embargo, la imagen que tenemos del Islam como la tercera de las religiones monoteístas, habría que reanalizarla e intentar descubrir si realmente responde a la realidad de lo que es el Islam o es simplemente un pensamiento previo, una certeza que tenemos y la justificamos con lo que vemos dentro del Islam. Si nos fijamos en cualquier manual, o incluso en libros que estudian el Islam con mayor profundidad, realmente nos dicen muy poco. Lo que hay que saber sobre el Islam son tres “tonterías”: que Dios es Uno, que se cree en la vida después de la muerte, que el último profeta es Muhammad (Mahoma), y tres cosas más. Prácticamente a eso se reduce el Islam, con eso ya en teoría sabemos lo que sabe cualquier musulmán y pretendemos tener un conocimiento universal sobre lo que es el Islam. Sin embargo, hay mucho más.
Por ejemplo, ningún musulmán se siente satisfecho con ninguna de las traducciones al uso que existen sobre el Corán, como texto fundamental dentro del Islam. Y no se siente satisfecho no porque las traducciones sean siempre traiciones, sino porque no se reconoce en ellas. Y es que, cuando un musulmán habla del Islam en castellano lo está haciendo en una lengua que expone un sistema de pensamiento que no es el suyo, una forma de entender la vida que no es la suya, un sentido de la espiritualidad que nada tiene que ver con el suyo. Por ejemplo, si buscáis en un diccionario árabe cualquiera, dirá que un monoteísta es un muwahhid; y si buscáis tauhîd –lo esencial del Islam, ese sentido unitario de las cosas–, pondrá “monoteísmo”. Pero un musulmán sabe una cosa: que él es muwahhid pero los demás no lo son. El Cristianismo, el Islam y el Judaísmo son monoteístas pero un musulmán no considerará jamás muwahhid a quien sea cristiano y judío. ¿Por qué? Porque advierte que ese sentido de la unidad no es el mismo. Y sin embargo, en castellano, tan monoteísta es un musulmán como un judío.
Así, empezamos también a dudar de ese paralelismo tan exacto entre Allah y Dios y, por lo tanto, los musulmanes no somos ateos ni teístas… Si los musulmanes no hacen nada que tenga nombre en castellano, o en lenguas occidentales, ¿qué es lo que sucede con el Islam? ¿Qué es el Islam? Eso es de lo primero con lo que tenemos que empezar a trabajar para desmontar aquello que sabemos sobre una cultura distinta. Hay mucho de arrogancia y de colonialismo en esa supuesta capacidad que tenemos para comprender al otro. No existe en la humanidad una sola cultura porque precisamente en su riqueza está el bien de todos. Sin embargo, tenemos que asumir que existen abismos entre las culturas y por eso, la comprensión de otra cultura exige un esfuerzo especial que no puede ser el mero hecho de la simple aceptación.
El problema que vamos a tener siempre es la trampa que nos va a poner el propio lenguaje; porque acabamos de decir que el Islam no es una religión, no es monoteísta, no tiene nada que ver con el Cristianismo, por lo menos con el que conocemos en la actualidad, basado en la cultura griega o que ha pasado por un montón de tamices que le dan la imagen que nosotros reconocemos en la actualidad. Eso no es bueno ni es malo, es simplemente diferente.
Tenemos que ser muy conscientes de las diferencias si realmente queremos comprender, si el acto que nosotros queremos hacer es realmente percibir los contenidos de una cultura distinta. Para eso tenemos que reconocer, para empezar, que no tenemos por qué ser necesariamente capaces de asumirlo; quiero decir, que no tenemos los recursos necesarios para comprenderlo. Y quizás eso nos exija un esfuerzo especial, un afinar una terminología que, con el tiempo, nos permita intentar captar la diferencia del otro realmente dentro de su dimensión verdadera y no pasándola por nuestra experiencia de las cosas. Fijaos bien que lo que os acabo de decir supone desmontarlo todo y empezar de cero en la comprensión de otra cultura, con lo cual tendremos que remitirnos siempre a la base, que es la lengua que nos la transmite, la lengua que nos comunica esa espiritualidad y esa concepción de la existencia completamente distintas.
La lengua árabe es enormemente rica, de modo que una palabra significa muchas cosas a la vez, y cuanto más profundizamos más se ramifican sus significados, poniéndola en contacto con otras palabras. Dentro de ese mundo empezaremos a tener intuiciones sobre el alcance de cada cosa dentro del Islam, y por lo tanto un intento en este sentido sería el resultado de una buena intención, un intento serio de conocer el Islam.
Por ejemplo, el salâ es lo que siempre se traduce como rezar, orar. Es decir, cuando un musulmán reza, ¿qué es lo que está haciendo? Si no tiene un Dios no tiene sentido rezar, para empezar. Si Allah es un concepto, es una idea, es un término (no se qué palabra utilizar que lo definiera mejor en castellano), si no tiene nada que ver precisamente con eso, con un concepto, con una noción, si se escapa, y si un musulmán sabe y acepta que se le escape continuamente (es decir, no es un Dios definible, no es un Dios de una doctrina, no es un Dios personal porque no tiene ninguna relación consigo mismo, ni es impersonal porque es su propio fundamento, abarcando esos dos aspectos distintos), si las palabras que utilizamos corrientemente no nos sirven para captar el sentido o la profundidad de ese concepto, de esa idea, de esa referencia primaria, ¿qué es lo que significa hacer el salâ o el “rezar” dentro del Islam?
El salâ está definido como una serie de movimientos con el cuerpo, lo que se ve hacer a los musulmanes: están de pie, se inclinan, se postran, se sientan al final… Eso va acompañado de recitación del Corán. Si rezar es hablar con Dios, como premisa ya falla, porque en el salâ ningún musulmán habla con nada, sino que simplemente ejecuta una serie de movimientos, ejecuta una serie de recitaciones y fundamentalmente tiene una intención, que es el pilar mismo del salâ, de la “oración” dentro del Islam ¿Qué es lo que sucede entonces ahí? ¿Qué es lo que pretende un musulmán durante el salâ?
La palabra salâ viene de una raíz que significa “consumirse”; un musulmán se consume durante el salâ. Es una disciplina, es una práctica repetida con la cual se entrega absolutamente. ¿A qué? A ese Allah del cual no sabe nada, solamente que es Uno y que está en el fondo de todo, y que es hacia donde se dirige. Durante cinco veces al día repite esos gestos, con pequeñas variantes, en los cuales lo que va haciendo es envolverse en sí mismo, como se envuelve la lengua árabe, como se envuelve el pensamiento islámico en sí mismo, siguiendo un movimiento en el cual no habla sino que recita el Corán, es decir, la palabra fuera de la palabra, la palabra eterna, por decirlo de alguna manera, disolviéndose continuamente para llegar a ese núcleo central, para tener esa experiencia del tauhîd, de la unidad; se pierde a sí mismo para poder recuperar, dentro de su individualidad, una concepción, una forma de visualizar el mundo, universal. Es decir, se alza por encima de sí mismo al envolverse sobre su propio cuerpo y al recitar palabras que no son suyas, sino que son palabras del verbo primero, por así decirlo.
Pero la postura con la que acaba es la de sentado, que es la postura del sabio. Lo importante dentro del Islam es el absoluto equilibrio. Hay cierto gusto en Occidente por entender que el sufismo es una espiritualidad “oriental”, desapegada de la vida. El Islam, su espiritualidad, está absolutamente enmarcada dentro de la vida, del universo, tiene su aspecto interno y su aspecto externo; está la realidad del Islam y su sharî‘a, su ley, su vida social. Dentro de eso se enmarca ese doble aspecto de la realidad que es la forma y el sentido interno que son absolutamente homogéneas y que están absolutamente reunificadas por el musulmán. Lo que busca el musulmán es ese equilibrio y no pretende ser un místico ni un asceta, ni para él la metafísica –un conocimiento superior– es una dedicación a la que tiene que entregar su vida. Todo lo contrario.
Un musulmán es, como diría Ibn al-‘Arabî, un pescador de perlas que está siempre en el otro lado del mar, está en la vida. Es, por lo tanto, una invitación continua a ese sentido primario de la propia lengua árabe, del Islam mismo, que es la acción. La acción, el devenir, la vida y la muerte, formarían ese tauhîd, ese sentido de la unidad profundo, radical, dentro del Islam. Para comprender esta forma de recibir y de contagiarse del universo es necesario ese esfuerzo con el cual seamos capaces de superarnos a nosotros mismos, superar esos obstáculos y esas barreras lingüísticas que separan a las civilizaciones y así poder dar el salto a la otra cultura y beber de sus propias fuentes.
Este artículo de Muhammad Abderrahman Maanan fue publicado orginalmente en WebIslam el 31/01/2009