El flamenco sufi de Antonio Manuel

/var/folders/kc/wn_cqy9s77nchz014nlfvfyr0000gn/T/com.microsoft.Word/WebArchiveCopyPasteTempFiles/9788417418212_portada-627x1024.jpgSi tuviera que recomendar un libro para estos días de comienzo de verano, cuando se eternizan las tardes esperando al maghrib (la oración del atardecer), no me cabe duda que recomendaría Flamenco, Arqueología de lo Jondo de Antonio Manuel. Un libro magno en pocas páginas que, de nuevo, ha publicado la editorial cordobesa Almuzara que tiene como particularidad bucear por las entrañas más profundas del flamenco.

Antonio Manuel es un intelectual bien conocido en Andalucía, muy valiente y pasional. Islamófilo, blasinfantiano y morisco, él es un andalucista contemporáneo. Se ha atrevido junto a Manuel Pimentel (director de Almuzara) a resucitar desde el corazón el legado infantiano con la edición de Andalucía. Teoría y Fundamento político (2009) –que es uno de los libros que más aprecio tengo– o su fascinante canto a nuestras raíces que supone La Huella Morisca (2010) entre su interesante producción literaria.

Yo, si le soy sincero al lector, no comprendí el flamenco hasta que, tardíamente, no fui consciente de mi andalucismo y de mi islamicidad morisca. Para mi era una realidad muy lejana, incomprensible para una educación castellana, y me costó años llegar a comprender una realidad íntima situada en los márgenes de lo visible desde un gusto estético moderno. Solo pude paladearlo una vez había vuelto del Oeste de África, donde las mujeres parecían vestir coloridos trajes de faralaes y los hombres entonaban plegarias y cantos al profeta Muhammad (saws) que, como en un extraño déjà-vu, había visto y oído antes en la Andalucía de mi infancia. Esta era la constatación de que se trataba de un espacio telúrico donde se escondía una baraka, que brotaba fresca y cristalina como agua de manantial.

Y es, precisamente, un recorrido por ese espacio telúrico y esa baraka lo que este libro nos ofrece, como si de una guía de viaje se tratase. Porque Antonio Manuel juega magistralmente con el lenguaje para hilvanar lógicas perdidas en el tiempo que se intuyen en las voces de los cantaores y las cantaoras o en los taconeos de las bailaoras. Gestos, palabras, silabas sagradas que evocan lo trascedente: ¡Jaleo! (originalmente ¡Ya-llah! dicho con toda la imela andalusí posible).

Sin contemplaciones, al lector se nos introduce en un mundo y los sentimientos olvidados de moriscos, judíos, gitanos y negros. El flamenco, nos dice su autor, nace con la caída de Granada, la mítica ciudad palaciega de los nazaríes. Un arte, siguiendo las teorías de Blas Infante, que nació de los “campesinos desterrados” (falāmankūb). Un flamenco hijo del olvido y de los herejes que intentaba proteger lo que otros querían destruir: la diferencia. El arte acabó guardando secretos centenarios cuando lentamente se extinguían los mankūb. Y los gitanos desde su nacer, y desde el final de los andalusíes, supieron tomar las riendas y hacer de albaceas del pasado, siendo conscientes del poder del nombre (ism): “lo que se dice es”.

Antonio Manuel es capaz de ofrecer un viaje por el sufismo del flamenco, por la mística de lo jondo, por un fascinante legado envuelto en melismas y quejidos, en palmas y taconeos. Como si fuese una obra de Ibn Arabi nos obliga a fundirnos con el lenguaje y saboreándolo (dhawq). Y así nos cuenta como Allāh está presente en muchas expresiones flamencas como: “Y allá arriba el limón” (Ya Allāh rabb al-alamin), “Olé, olé, Holanda” (La ilaha ila anta), “Olé” (Allāh); o que el zaguán es la zāwiya donde se reunen los sufíes y que el mirabrás  de letras ensortilegiadas proviene del lugar donde el marabout (santón) vivía y pedía Allāh con su baraka.

A continuación, el autor nos conduce a la intersección cultural producida por la modernidad. Todo estuvo prohibido de una noche a otra, y los mankūb huyeron a las cuevas, y mientras morían quemados otros les heredaban. Y así los toques y letras de los andalusíes se encarnaron en las gargantas gitanas, que heredaron el peso de ser un desterrao y su algarabía (el árabe mezclado con el castellano) que acabó amalgamada con el caló. Y después los africanos pusieron el cuerpo y tomaron el baile. Africanos andaluces, esclavos y libres pues había de los dos, que olvidados aportaron los fandangos, los tangos, los zorongos y las zarabandas. Todas palabras de origen bantú que nos retrotraen a tiempos de resistencia, de fuerzas y de creencias, de idas y vuelta a donde Allāh quiera…

El flamenco es de los sentidos mestizos, de mil historias, de mil huidas, de noches eternas y de espera de la alboreá. Una alboreá que no marca inicio temporal según dicta la tradición árabe sino iniciación. Una iniciación como la que ocurre en las bodas gitanas cuando la novia se convierte en mujer o como el inicio del trascendental ayuno en el mes de Ramadán. O la soleá, que denota ese estar abrasao por dentro ante algo que nos supera, tan cerca del significado literal de abrasarse que tiene la ṣalāt (oración) islámica.

Todo es saboreo, todo es secreto. Y queda claro que necesitamos ser iniciados para internarnos en esta senda de conocimiento que escapó de las hogueras, de los sambenitos, del dogma y de las campanas. Si, de las campanas y es que el autor le dedica un capítulo para mostrarnos como las campanas entristecieron a los minaretes y es más nos cita esta siguiriya que nos dice:

Que alegría ir por Triana
Y ver la Torre del Oro
    Sin campanas

Este es un libro poético y no un tratado de flamencología. Se trata de un ensayo particular, emotivo intencionalmente, blasinfantiano, que tiene la enorme suerte de no encontrar en su camino a arabistas “amargaos” como los que atacan por activa y por pasiva a Emilio González Ferrín por decir que “nosotros fuimos árabes”. Negacionismo histórico ante nuestro pasado que es incomodo, heterogéneo y heterodoxo. Y es que fuimos árabes, persas, africanos de tantos sitios, gitanos, beréberes y hasta castellanos… ¡Que estúpida manía de no ver que hemos sido “gente de luz”!

Y es que el flamenco es un hijo rebelde de la modernidad, que heredó el forzado mestizaje y creció transmitiendo la baraka en cada sonido, en cada palabra, en cada instante. Algo que Antonio Manuel nos lo intenta transmitir en cada página, removiendo memorias y abriendo puertas a una cotidianeidad preñada de secretos que emergen en las noches junto al fuego.

Antonio Manuel: Flamenco. Arqueología de lo Jondo. Almuzara: Córdoba, 2018. ISBN: 978-84-17418-21-2