Reproducimos un texto «clásico» en torno al hiÿab de la islamóloga catalana Yaratullah Monturiol que podéis encontrar en su libro Islam y Derechos Humanos (Junta Islámica, 2007). Un texto muy útil y clarificador en tiempos de polémica. Este texto fue publicado en WebIslam.com el 10/08/2011.
La palabra árabe que se usa para designar el velo que cubre la cabeza es “hiÿab”, que en el Corán no hace referencia en ningún momento a la forma de vestir femenina ni a cualquier tipo de indumentaria, sino que se utiliza más bien como metáfora sobre aquello que nos ofusca, que nos impide ver la realidad o incluso la luz divina. El símbolo de que la Faz de Al-lâh nos cegaría y por ello un “velo” nos preserva, aunque a nivel metafísico “sólo existe Su faz” –dice el Corán- o que “da igual que te vuelvas hacia Oriente o hacia Occidente, porque allí encontrarás la faz de Allâh”. Y también se refiere a la protección, como por ejemplo, cuando el adúltero que se autoinculpa ante Muhammad, para recibir el castigo lapidatorio que imponían en la época otras leyes no islámicas, el Profeta le recomienda que no divulgue su secreto… que cubra su falta “con el velo de Al-lâh”.
El comentarista coránico Muhammad Asad explica el contexto en que descendió la aleya que denomina una prenda o velo para “investir” a la mujer con “protección”. El término usado para tratar este asunto en el Corán no es “hiÿab”, ni la parte del cuerpo a cubrir es la cabeza:
“El nombre jimar denota el tocado usual de las mujeres árabes antes y después de la llegada del Islam. Según la mayoría de los comentaristas clásicos, en los tiempos pre-islámicos se llevaba más o menos como adorno, dejando que cayera suelto sobre la espalda; y como, según la moda imperante de aquel tiempo, la parte superior de la túnica de la mujer tenía una amplia abertura por delante, sus senos quedaban al descubierto. De ahí, que la orden de cubrir el escote con el jimar (un término muy familiar a los contemporáneos del Profeta) no tenga necesariamente que ver con el uso en sí del jimar, sino que, más bien quiere dejar claro que los pechos de la mujer no están incluídos en “lo que sea aparente” de su cuerpo y no deberían, por tanto, mostrarse”.
Según el comentarista clásico Rasi, la exhortación –también en el versículo coránico anterior, el cual va dirigido de igual modo y expresamente a los hombres a “contener su mirada y guardar sus partes privadas”, se puede entender tanto en el sentido literal de “ser modesto en el vestir”, como en el sentido metonímico de “contener los impulsos sexuales”, restringiéndolos a lo que es lícito, o sea, la relación matrimonial:
“Y los que guardan castidad, excepto con sus cónyuges”2.
Así mismo, el “bajar la mirada” se refiere tanto a la modestia física como a la emocional; y también se dirige el Corán con esta frase a los hombres y a las mujeres.
Entre los extensos y valiosos comentarios que se encuentran en la obra de Asad 3 explica:
“La interpretación que hacen varios de los primeros juristas islámicos, y en particular Al-Qiffal (citado por Rasi), de la frase il·la ma dahara minha, en el sentido de “lo que un ser humano puede mostrar en público según la costumbre dominante”. Aunque los expositores tradicionales se han inclinado durante siglos a restringir la definición de “lo que ellos sea aparente (con decencia)” al rostro de la mujer, sus manos y pies –y algunas veces aún menos- podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el significado de il·la ma dahara minha es mucho más amplio, y que la imprecisión deliberada de esta frase pretende tomar en consideración aquellos cambios ligados al paso del tiempo, que son necesarios para el desarrollo moral y social del ser humano. La frase central de la susodicha orden es la exigencia, dirigida en idénticos términos a hombres y mujeres, de que “bajen su mirada y guarden su castidad”, y esto determina el grado de lo que en un momento dado, puede considerarse legítimo, en consonancia con los principios coránicos de moralidad social como “decente” o “indecente” en el aspecto externo de una persona”.
Con esto no negamos el hecho de que las musulmanas de la época del profeta no cubrieran sus cabellos. De hecho, sólo deberían mostrar su cara, manos y pies (y quizá incluso los tobillos puesto que se consideraba un signo de arrogancia llevar prendas que se arrastraran por el suelo), además de que resultaría más limpio también posibilitaría más movilidad y comodidad. En el contexto social de la época del profeta Muhammad, las musulmanas con la cabeza cubierta, no eran confundidas con esclavas, las cuales sufrían fácilmente acoso sexual e incluso violación. Todos los motivos expuestos hasta el momento parecen más sociales e identitarios que otra cosa. Sin embargo, el velo coincide con los versículos bíblicos que recuerdan bellas razones espirituales para que las cristianas se cubran la cabeza para orar: por respeto a los ángeles. Y muchas mujeres judías cubren su cabeza, sustituyendo algunas el tradicional pañuelo por una peluca.
En árabe, hîÿâb significa “velo” y “amuleto”. Lo que tienen en común uno y otro es, básicamente, que ambos son cosas que se usan para protegerse. Se da hoy en día una significación ideológica a lo que sería más bien, una peculiaridad cultural. No se trata del burka o de las prendas que impiden ver el rostro de la mujer, sino del velo tradicional que cubre la cabeza de las musulmanas de formas diversas en el Magreb, Egipto, Jordania, Indonesia, Tanzania o Bosnia-Herzegovina. Nunca hay que confundir el símbolo con el signo en los temas religiosos o espirituales, Pero en este tema, la equivocación fue más grave… Ninguna musulmana del mundo interpretó este símbolo como signo de la opresión masculina hasta la entrada de la propaganda islamófoba y belicista de la postcolonización y hasta hoy. El hîÿâb nunca debaría ser una imposición de la sociedad patriarcal… No una obligación, sino un derecho de la mujer musulmana.
También se usa el término hiÿab en el Corán, cuando se le habla a la gente refiriéndose a cuál a de ser su trato con las esposas del profeta (evidentemente, distinto al de las otras mujeres):
“Si tenéis que pedirles algo que necesitáis, hacedlo tras un hiÿab; esto contribuirá a la limpieza de vuestros corazones y de los suyos”4.
En este sentido, y según continúa el versículo, incluso se consideraría una atrocidad que se volvieran a casar con las viudas de Muhammad. Esto, es una particularidad más en la naturaleza de estas mujeres que en nada se asemejan a las otras mujeres: se dice también en ese sentido y con la intención clara de no establecer comparaciones de ningún tipo, que ellas tienen recompensa doble y castigo doble por lo que hicieren en bien o en daño. Muhammad Asad comenta que el término hiÿab denota cualquier cosa que se interpone entre otras dos, o que oculta, cubre o protege a una de la otra: según el contexto puede traducirse por “barrera”, “obstáculo”, “tabique”, “mampara”, “cortina”, “velo”, etc. Tanto en el sentido concreto de estas palabras como en el abstracto. La prohibición de acceder a las esposas de Muhammad salvo “detrás de una cortina” puede ser tomada literalmente –como hacían la mayoría de los Compañeros del Profeta- o metafóricamente indicando así la excepcionalidad de reverencia debida a estas mujeres, llamadas “madres de los creyentes”.
No existen normas en la cosmovisión del islam que defiendan las desigualdades entre hombres y mujeres. Cuando se utiliza el Corán u otros textos para hacerlo es porque la lectura y la exegesis predominante siempre ha sido masculina. Y es desde esta perspectiva que los obstáculos y los prejuicios hacia las mujeres han estado siempre presentes, aunque haya precedentes y principios originarios fundamentales que apoyen la reivindicación de un islam igualitario, en el que las mujeres sean las auténticas beneficiarias. Pero se debe decir también que esta realidad no es ningún consuelo ni consigue resignarnos frente a la usurpación de derechos de las mujeres en la mayoría de las sociedades islámicas y hay que denunciarlo. Sin embargo, esto no significa que haya que caer en los tópicos de siempre y el caso del velo es un ejemplo.
El velo tiene muchos significados esotéricos y exotéricos, y no es sólo un trozo de tela que cubre la cabeza. Tampoco es un pilar del islam, en el sentido que no forma parte de las obligaciones de la práctica. Aunque no sea obvio para todo el mundo, el hecho de que muchas musulmanas se distingan con un velo – ahora también con la bandanna5”– no debería ser en ningún país democrático y en el que se respete la Declaración de los Derechos Humanos, motivo de juicio ni posicionamiento crítico contra su persona o su decisión. Como muy bien han denunciado muchas mujeres por todo el planeta, todas las mujeres deberían hoy reflexionar sobre su supuesta “libertad” y sobre su propia independencia, antes de permitirse ninguna precipitación a la hora de opinar y juzgar a las mujeres con hiÿab. De hecho, incluso son las propias mujeres las que caen demasiado a menudo en el estereotipo, al creer que las musulmanas llevan el velo sin ningún motivo razonable o en contra de sus deseos sistemáticamente. Las explicaciones sobre esta realidad son numerosas, pero un criterio unánime de la mayoría de las musulmanas es que hay que defenderse del trato a la mujer como mercancía para consumo y explotación. El velo se utiliza frecuentemente como símbolo de protección contra esta tiranía. Pero este criterio padece hoy, en el mundo global diversas contradicciones.
Existe el peligro de posicionarse en la cuestión del velo de forma beligerante. Es ya un problema el hecho de tener que discutir sobre “el bien o el mal” de una pieza de vestir femenina y del sentido que tiene para la mujer. Así ponemos en juego diferentes valores éticos, simbólicos, políticos, históricos y sociales, desde visiones subjetivas enfrentadas. Desde dentro del islam, una de las primeras polémicas surge de la diversidad de opiniones sobre si es o no obligatoria esta vestimenta para las musulmanas. Hay interpretaciones distintas sobre ello. Desafortunadamente, llevar hiÿab no siempre es un ejercicio de libertad. Pero hay que reconocer que existen muchas razones de peso para llevar el también llamado “foulard” o pañuelo. Hay que entender que no significa lo mismo para cada persona y que tiene implicaciones psicológicas y emocionales notables. Pero, a pesar de que la interpretación sobre el sentido del velo puede tener (por supuesto) motivos muy machistas y de subordinación de la mujer, no se puede negar que existe también un cierto espíritu “feminista” y contestatario en algunas de sus muchas defensoras.
Existen grandes contradicciones en el uso, derecho, o moda de la vestimenta y siempre es ella (la mujer) la que sufre el abuso del juicio de los demás sobre su imagen. Uno de los argumentos sobre los beneficios del velo sería conseguir el “respeto” de unos violadores potenciales. Este es un motivo evidente para llevar tal distintivo, pero en cambio, hoy en día, esta supuesta “protección” en según qué contexto, se convierte en un reclamo visual para el insulto y la humillación. El pudor y la discreción que busca y pretende la mujer musulmana, para ser tratada como una persona y no como un cuerpo, consigue demasiadas veces el desprecio y la burla de la gente. No todas las musulmanas que desean llevar el hiÿab se atreven a ello. Son muchos los momentos duros de la vida cotidiana que hacen de esta opción algo “demasiado público” y que incluso provoca reacciones violentas, lo cual es el resultado contrario al objetivo original. La recomendación coránica –para hombres y mujeres– sobre una actitud de prudencia y respeto, que se refleja en la frase: “bajad las miradas”, tampoco se logra actualmente en el contexto hostil de muchas sociedades críticas con el uso del hiÿab. La musulmana no quiere ser considerada como un objecto sexual, no quiere sentir la agresividad de unos ojos indiscretos sobre su persona. Pero, la intención de liberarse del acoso masculino que existe en la voluntad de llevar el velo, demasiadas veces se convierte en un muro que impide la comunicación pacífica entre la mujer y los otros.
El posicionamiento beligerante del gobierno de Francia u otros en esta cuestión provoca un enfrentamiento innecesario, donde las perjudicadas directas son las mujeres musulmanas, marginadas y humilladas por este motivo, social y culturalmente. Prohibir la entrada a la escuela o universidad y a no tener acceso al terreno laboral en la mayoría de los puestos de trabajo –porque la mujer lleve velo- reduce irremediablemente su espacio al ámbito doméstico. La dura presión gala en este asunto ha generado un movimiento de mujeres que reivindica la libertad de llevar el velo, constituido con diversos colectivos feministas y de mujeres con y sin velo, musulmanas o no. Un ejemplo de solidaridad entre mujeres que se necesita, al margen de las distintas interpretaciones que podamos dar a lo que quiere decir exactamente el hecho de llevar el hiÿab.
El derecho de esta libertad individual de cada mujer ha de ser siempre respetado. No se puede convertir en “delito” por el hecho de que en uno u otro contexto, el gobierno, las autoridades, el padre, el marido, el imam o el director de la escuela, decidan que prefieren que la imagen de esta mujer sea otra. Han surgido feministas de reconocido prestigio internacional, que se oponen vigorosamente a la discriminación que sufren muchas mujeres musulmanas por el uso del velo en la sociedad francesa, denunciando la política xenófoba que se aplica también a nivel social, como por ejemplo Crhistine Delphy6. Desde allí, emerge actualmente un profundo y brillante discurso, que denuncia “un tipo de feminismo etnocentrista, anclado en su pasado glorioso y aliado hoy al poder, que ha perdido su fuerza revolucionaria y no se solidariza con las mujeres musulmanas sino que incluso contribuye a su opresión”7.
La politologa de la ULB, Corine Torrekens estima que si el asunto ha tomado grandes proporciones es que ha tocado alguna cosa sensible. Algo vinculado a “la hipersensibilidad de la sociedad sobre los elementos de visibilidad del Islam”. Una estudiante belga (Hagar) ha osado llevar su pleito con un juez que la acusaba de faltarle al respeto, basándose en el artículo 759 del código judicial por el hecho de insistir en seguir llevando hiÿab, a la Corte Europea de Justicia, en nombre de “el respeto de igualdad de los ciudadanos ante la ley y a la imparcialidad de las Cortes y los Tribunales”. En el diario Soir, Hugues Dorzée añadía:
“Este episodio nos recuerda que los ajusticiados no son todos iguales ante los tribunales. En un estado de derecho, el “respeto” no es un valor de geometría variable. Lo que se acepta de una hermana católica o de un pastor, debe aceptarse de una musulmana. Velo, kippa o turbante, sin importar la vestimenta, es el derecho lo que prevalece”.
Ahora mismo, la libertad de llevar velo o no de una mujer aparece más como una cuestión política que espiritual. Influye demasiado el efecto que produce en el entorno. Internamente, la mujer se ve realmente afectada por su imagen y la carga de responsabilidad que implica su opción. No hay ninguna otra cuestión ni polémica en lo referente al vestir de las mujeres, en que la gente se posicione hasta a nivel público, político y social, que no sea el “look” de las musulmanas.
Nos encontramos ante una grave contradicción sobre los condicionamientos y las razones del velo. En diversos países laicos, las musulmanas que libremente han escogido el uso del hiÿab como “expresión corporal” son censuradas con más o menos intensidad, indiferentemente de que la población islámica sea mayoría o minoría. En países o entornos donde la costumbre es el velo, las mujeres que no quieren llevarlo sufren a menudo diversos tipos de presión por este motivo. En otros, se debaten entre prejuicios, defensa de valores o derechos y es difícil establecer un criterio de respeto ante la opción libre de las personas afectadas. Los gobiernos toman partido y se les insta a tomar decisiones al respecto. La mujer musulmana en demasiadas ocasiones no es tanto la que decide, sino que muy al contrario su respuesta es más una reacción ante las sugerencias, modas, consejos, amenazas, órdenes, leyes, edictos (como el de Felipe II en el 1526, que prohibía entonces, en la época inquisitorial la “vestimenta mora”). Hay una fuerte dependencia y condicionamiento, según la propaganda, los medios de comunicación, vecinos, amistades, familia, compañeros. Los convencionalismos sociales en este tema se imponen en gran medida a la elección individual y los prejuicios, estereotipos e intereses políticos o ideológicos priman por regla general, en contra de cualquier lógica razonable o de la motivación espiritual.
Está claro que el posicionamiento respecto al velo no siempre se corresponde directamente con un estado de espíritu (ánimo) a nivel personal. La “discreción” que se exige a las mujeres musulmanas en la demostración de su identidad se contradice con la escandalosa y exagerada instrumentalización de su imagen en los medios de comunicación. Quien busca un reconocimiento de su condición de mujer musulmana, se hace visualizar con el velo. Cuanto más rechazo hay o más intentos occidentalizantes de asimilación de la cultura musulmana, más se reafirman los esfuerzos para mantener los signos identitarios o de pertenencia. Es una actitud, que no depende de que la mujer sea sumisa o no, como cabría suponer desde los enfoques más simplistas. Visibilizar la presencia islámica con uno de sus símbolos más evidentes y polémicos, tampoco representa en muchos casos un signo de sumisión, sino que supone una respuesta de rebeldía o de resistencia a dicha asimilación.
Por otra parte, este gesto se puede considerar, desde un punto de vista objetivo, absolutamente legítimo según los derechos humanos fundamentales. Y cuanto más se ataca el islam, más mujeres se ponen el velo para defender esa opción. Pero el velo se ha convertido en un arma arrojadiza, utilizada incluso como mensaje propagandístico para bombardear países (como en el caso evidente de Afganistán con la excusa de liberar a las mujeres afganas), sin que finalmente se haya demostrado que ésta fuera la auténtica razón y sin que la condición de estas mujeres hubiera mejorado con esas medidas…
Seguir haciendo divisiones entre mujeres según posicionamientos arbritarios, y presionar para medir la fuerza de sus convicciones nunca será una forma de liberación. Las mujeres habrán de conseguir una real solidaridad entre ellas. Una complicidad que demuestre el respeto que se procesan, así como que la libertad individual no atropelle la libertad a nivel colectivo. Cuando entre las mujeres existe un auténtico acuerdo mutuo, toda la sociedad global se fortalece y se siente capaz de llevar hacia delante las decisiones que son para el bien común.