﷽
Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
Queridas hermanas, queridos hermanos comprender una experiencia trascedente no es una tarea fácil. El hecho de estallar las lógicas y recibir un mensaje tan verdadero como brillante te deja ciego, desorientado, frágil… Al menos, así lo vivió nuestro Profeta ﷺ cuando recibió la revelación en el monte Hira, en la Meca.
La experiencia del encuentro con Jibrīl, el ángel, le sobrepasó tanto que, a duras penas, pudo guardar la compostura y tras recibir un inmenso conocimiento incorporeizado volvió a su casa confuso y temiendo estar poseído por algún ser espiritual. Ante esa realidad desbordante necesitaba protección real y esa solo se la podía otorgar Khadija (ra), su esposa.
No se puede entender la experiencia muḥammadiana si no se conoce la imponente figura de Khadija (ra). Frente a los estereotipos actuales que se vierten sobre el islam, frente a una culturización de lo espiritual –inmersa en el patriarcado generalizado– que hace que algunos musulmanes no sean conscientes del valor y realce de la mujer se alza el modelo de Khadija como un recordatorio más de lo que significa lo femenino para un creyente sincero. De hecho, hay un ḥadīth, narrado por ‘Alī (ra) y recogido en el Sahih Bukhari, que dice:
Escuche decir al mensajero de Allāh: Maryam, la hija de Imram, ha sido la mejor de todas las mujeres y Khadija la mejor entre todas las nuestras. (Sahih Bukhari, 60:103)
La comparación con María no es baladí, ambas son arquetipos femeninos de poder, de fuerza, de creencia y de protección. Mujeres que en mundos hostiles y de rechazos saben estar en qibla orientándose hacia lo divino. Ambas, en cada una de sus experiencias, incorporeizaban lo telúrico, construían el mundo traduciendo la insondabilidad (quddusiyya) a la cotidianeidad desde la pura dulzura. Pasar de la inmensidad del mensaje y lenguaje profética a la calma y la cotidianeidad. Khadija (ra) era una mujer empoderada: viuda, empresaria y emprendedora, creyente, madre, compañera y sabia. Tampoco era excepcional, era una mujer de su contexto. Cuando se casó con el Profeta ﷺ, que era menor que ella, lo hizo por la calidad humano, y la divina chispa, que vio en él.
Por eso, cuando Muḥammad ﷺ apareció aterrado, pálido y confuso, tras experimentar la revelación, ella no tuvo duda: lo arropó y vertió agua fría, llena de baraka y purificación, sobre él. Se trataba de volver a mostrar normalidad, se trataba de integrar lo vivido.
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Queridas hermanas, queridos hermanos esto que os acabo de narrar viene relatado en un ḥadīth recogido por Bukhari (65: 4922) y en el Corán (74: 1-7). Los cuidados de Khadija (ra) evitaron que su marido se volviese loco (majdhūb) como les había ocurrido a muchos antes que él.
En ese momento fue la entrega y la creencia sincera que tenía Khadija (ra), desde su experiencia como madre y como mujer, la que la situó en un espacio privilegiado. Por más experiencias trascedentes que Profeta ﷺ había experimentado, se derrumbó ante lo que se le venía encima, excedía su lógica, no había recordado aún como era aquello de enfrentarse a lo divino y hacerlo cotidiano. Porque no nos engañemos, muchos místicos quedan en silencio tras confrontar el absoluto, pero lo difícil es volver a bajar a la tierra, ponerle palabras y que eso sirva a los demás.
Aplicar ese mensaje en el día a día exige coherencia y valentía, porque tenemos que tratar con incoherencias, con vértigos, con temores e incomprensiones de otros. Porque es con amor, dulzura y entrega con lo que tenemos que responder ante la indiferencia y el miedo. Y aún así enfrentar al ego con desasimiento, con la Sunna de la sonrisa que nos protege, que nos blinda ante cualquier amenaza.
Esta es una experiencia que las mujeres llevan haciendo por siglos. Son creyentes sinceras y su naturaleza está orientada a eso: Hajar (ra), Maryam (as) o Khadija (ra) son mujeres que se encuentran frente a los signos de Allāh y tras una pequeña parálisis, pidiendo protección, son capaces de remontar y volver a la cordura. Son capaces de entregarse y exponerse ante el vacío más absoluto para que nazca vida y todo desde la conciencia más pura.
Cuando absolutamente todos rechazaban al Profeta ﷺ ella le creyó, le siguió y le apoyó. Fue en el acto de compartir el Mensaje (risala) entre ellos donde nació el islam como camino espiritual (dīn): la asunción de la máxima realidad (ḥaqīqa) como un hecho social. La conversión de Khadiya (ra) al islam es más bien un reconocimiento, dar un nombre para la praxis cotidiana. En ella, sinceramente, no cambió nada pues se dio cuenta que su marido era un creyente sincero y que sus palabras no provenían de las fiebres ni de la locura.
Queridas hermanas y queridos hermanos cuanto nos queda aún por aprender. En este mundo agresivo, cruel, inmediato, objetualizante y victimizante tenemos que parecernos más a Muḥammad ﷺ y a Khadija (ra). Debemos dejar de llorar y dedicarnos a vivir. Tenemos que buscar en sus ejemplos vitales, en sus caminos, en sus formas de relacionarse con lo visto (hadhir) y el no visto (ghayb). Alcanzando la libertad en la plena conciencia del absoluto e invitar a otros a participar.
Y es desde ahí donde tendríamos que hacer una reflexión sobre los roles de géneros, sobre las imposiciones culturales y, sobre todo, sobre nuestros fines vitales. Es una tarea urgente de la que pende nuestra vida y nuestra creencia sincera. Que cuando nos llegue el momento todos y todas vertamos el agua fría de la calma en el resto desencajado de quien se ha deslumbrado con la vedad.
Así, que queridas hermanas y queridos hermanos os invito a pedir para que los ejemplos de Muḥammad ﷺ y a Khadija (ra) sean nuestros referentes inmediatos. Que la dulzura de ambos, su belleza, su fuerza, su sabiduría nos impregne, que el respeto por el mundo y la apertura a lo trascendente sean parte de nuestra vida.
Pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).
Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.