Publicado originalmente en Religión Digital el pasado 24 de marzo de 2023
¡Ramadán Mubarak! Es lo que decimos con mucho gozo los musulmanes y las musulmanas hoy, alegrándonos de haber visto la luna creciente y preparándonos para una jornada de ayuno. Ramadán es el noveno mes del calendario lunar islámico, el cual comienza con el primer resplandor de la luna creciente y concluye con el avistamiento del nuevo creciente, que da paso a la fiesta de ‘Eid al-Fitr.
Durante una luna completa estamos llamados a ayunar más de dos millones de musulmanes tan solo en nuestro país, aproximadamente veinticinco millones en Europa y unos mil quinientos millones en el mundo. Un ayuno que comienza antes de fajr, la oración del amanecer, y que concluye con maghrib, la oración del ocaso, cuando el sol desaparece en el horizonte. Es obligatorio para todo adulto que esté en buena condición de salud, las excepciones suelen estar ligadas a cuestiones médicas o, por ejemplo, si se viaja. Sin embargo, este ayuno no se percibe en ningún momento como una carga sino, más bien, como una bendición, como una demostración de la fuerza y la paciencia que Allah brinda al ser humano. Por eso, la mayoría de los musulmanes no bajamos la intensidad de nuestras vidas, sino que intentamos ser más conscientes de la grandeza de Allah.
Pero en Ramadán no solo se experimenta el ayuno, las oraciones adquieren más intensidad y, por las noches, se vuelven tarawih. Esta es una oración colectiva en la que se recita el Corán completo. También se intensifica el recuerdo o dhikr, equivalente a la meditación en el islam, y la lectura completa del Corán distribuyendo una porción por día o incluso más si se tiene tiempo. La familia se vuelve otro punto central y cada noche se vuelve una fiesta, e incluso los niños intentan emular a los adultos en los días de ayuno y las noches de oración.
Ramadán, como la cuaresma cristiana y el éxodo judío, narra la transformación interior y purificación a través de la experiencia en el desierto. Romper la facilidad, la cotidianidad y enfrentar al ego a pruebas, una experiencia que nos fortalece para el resto del año. Una imitación, un tanto torpe, de lo que tantos profetas y mensajeros han vivido.
Los musulmanes españoles, salvo los de Ceuta y Melilla, experimentamos Ramadán con una sensación extraña, pues si cada vez más vamos viendo como la ciudadanía se da cuenta y a nivel privado la percibe, en los espacios públicos es una fiesta muy poco conocida a pesar de ser celebrada por la mayor minoría religiosa de nuestro país. Por ejemplo, los colegios casi no la contemplan con sus especificidades y se ve, por parte de algunos, con cierto recelo. En los trabajos, a veces, se teme una bajada de productividad. En este sentido, Ramadán es una fiesta que llama la atención por su aparente dureza, más que por su dulzura. Sin embargo, en los espacios interconfesionales e interculturales la cosa cambia. Y el conocimiento mutuo tiende bellos puentes que pueden enriquecer nuestra sociedad tan necesitada del diálogo más allá de las palabras.
Ramadán, Pesaj y Pascua de Resurrección
Este año volvemos a converger con nuestros hermanos, los hijos de Abrahán, en este mes lunar. Ellos también celebrarán dos de sus fiestas grandes: Pesaj, la Pascua judía, y la Pascua de Resurrección. ¡Sea doble motivo de alegría para nosotros los musulmanes! Pues son acciones de gracias que coincidirán con la que nosotros hacemos cada noche, volviendo a resonar el fragmento del Corán que dice: ¡Oh, humanidad! Nosotros os creamos de un hombre y una mujer e hicimos diferentes naciones y tribus para que os conozcáis los unos a los otros (Corán 49: 13). La herencia de Abrahán es encontrarnos libres, pero entregados al Altísimo, en torno al ágape, material o espiritual, que Él nos brinda tras el esfuerzo y la liberación. Una liberación que a veces es más de nosotros mismos y nuestro ego que de los enemigos.
Antonio de Diego es vicepresidente y responsable de asuntos religiosos de Junta Islámica.