Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos cuán importante es la familia. Allah, al comienzo de nuestra vida, nos sitúa en una. Si Él quiere, al mediar de la misma nos otorga otra haciéndonos responsables, y con ella transitamos hasta su presencia. La familia, un concepto minusvalorado hoy en día, es la base de una sociedad sana y brillante. Si obviamos la familia, si nos volvemos hedonistas y egoístas, pues ni la familia ni la sociedad permanece. A lo largo del Corán y la Sunna se menciona la familia desde su nuclearidad:

«Y otro de Sus signos es que Él os creó en parejas para que alcancéis el equilibrio total y puso entre vosotros amor y rahma. En verdad, hay ahí un signo para gente que medita». (Corán, 30: 21).

Ese germen de familia, la unión de una pareja, supone un camino hacia el equilibrio (taskunū) vital, hacia el orden natural. Por eso, la aleya termina explicando que es un signo para meditar. Tras ese equilibrio construimos comunidad con los hijos, los parientes e incluso con la memoria de los ancestros, preparando un futuro para los que están por venir.

Nuestro mundo intenta obviar que las familias son importantes, ha dejado que el ego (nafs) y los deseos (ahwani) nos dominen y lo que es peor: «se convierta en norma». Pensamos tanto en nosotros mismos que permitimos que en vez del bien común, busquemos el bien propio, que en vez de vivir en plenitud vivamos en una toxicidad que viene arrastrada de un mundo que sucumbe ante el materialismo y la vida mundana.

A esto se suma una infantilización perpetua, pues muchas personas de nuestra generación aún desean vivir como niños en cuerpos de adulto, sin pensar en responsabilidades, sin pesar en construir para el futuro, sin pensar en honrar a los que ya no están y fueron creyentes sinceros. Esa es una realidad terrible que nos arrastra a la insatisfacción, la inseguridad, el miedo y la infelicidad. Se nos oxida el corazón, construimos el Fuego en nuestra propia vida. El din del islam no es sino vivir pacificado, ¿cómo así vamos a construir una comunidad mubarak? ¿cómo así vamos a construir un mundo donde brille el salam y la ‘ibada? Quiera Allah, el Altísimo, ayudarnos y bendecirnos con una familia como Él bendice a la familia del Mensajero ﷺ. Quiera Allah darnos orden y hacernos latir (aqlab) al ritmo del latido cósmico de la creación.

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Es la familia de Muhammad ﷺ el mejor ejemplo que tenemos de como se debe construir una familia y transformarla en una comunidad. Así cuando hacemos nuestros salawats sobre el Mensajero ﷺ pedimos siempre por su casa y su familia. Una muestra que sus valores universales están aún vigentes para nosotros, su comunidad. El Profeta ﷺ decía, en un hadiz recogido por Bukhari, lo siguiente:

«Los mejores de entre vosotros son los mejores para sus familias, y yo soy el mejor para mi familia (…)» (Sunan Tirmidhi, 3895)

Este simple hadiz nos da una idea del valor que tenía la familia para el profeta Muhammad ﷺ, pues el consideraba que el mejor de la comunidad es el que era mejor para su familia. No era ni el más rico, ni el más sabio, sino aquel que trataba bien y buscaba lo mejor para los suyos. Este hadiz tan sencillo supone un enorme ejercicio de tazkiyya (purificación) en una sociedad que no tiene en cuenta esto. De hecho, algunos tienen el atrevimiento de reírse del actuar de esta manera, pero no se dan cuenta que sus risas son limitadas…

Queridas hermanas, queridos hermanos la construcción de la familia es un acto de mejora espiritual, no un simple capricho egoísta. Por eso, si rompemos nuestra familia por esto estaremos desobedeciendo el mandato, e incluso, el califato que Allah, el Altísimo, ha puesto en nuestra vida. Por ello, en el islam no cabe que un creyente renuncie a su riqueza por el islam olvidando a su familia. A este respecto hay un conocido hadiz citado por Bukhari que dice:

«Sa’d contó que el Profeta ﷺ me visitó mientras estaba enfermo en La Meca. Le dije: “Tengo algo de riqueza. ¿Puedo donarla toda”. El Profeta ﷺ respondió: “No”. Yo dije: “¿La mitad?”. El Profeta dijo: “No”. Dije: “¿Un tercio?”. El Profeta dijo: “Sí, un tercio, pero sigue siendo demasiado, mejor deja riqueza a tus herederos en vez que dependan, mendigando lo que la gente tiene. Todo lo que gastes en ellos es sadaqa para tí, incluso el alimento que le das a tu mujer” (…)» (Bukhari en Ryad as-Salihin, Nawawy, 6).

Este hadiz nos pone en antecedentes de cuan importante es la familia. El hecho de compartir en la familia es una sadaqa, con las bendiciones que conlleva y nada, ni incluso el sostén de la comunidad, puede suplantarlo. Por eso, en el islam no tenemos renuncias totales o monacatos que nos hagan romper con la familia. Al revés, nuestra espiritualidad nos invita a integrarlos en nuestra vida, a crecer con ellos, a construir para ellos y que ellos, en un pleno nosotros, hagan red comunitaria y construyan la realidad. Así, se destruye el individualismo, el materalismo y el miedo y se abre la puerta a la trascendencia y a las bendiciones.

Volvamos pues a la responsabilidad, al llegar a comprender por qué es tan importante la familia y por qué debemos fortalecerla para que se construya para nosotros y nosotras en un refugio y en una senda de ascenso espiritual (sayr). No hay pacificación sin ayuda, sin familia, sin corazones con los que compartir. Recordar que el solipsismo es propio del Shaytan y solo fomenta la falsa ilusión de que estamos solos… Tomemos los ejemplos proféticos de Ibrahim (as), Musa (as), Sulayman (as), Zakariyya (as) o Maryam (ra) y construyamos familias que pervivan y que hagan florecer corazones. Quiera Allah darnos fortaleza y vigor, juicio y sabiduría para construir nuestra más preciada herencia: la familia. Amen.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.