Esta khutba forma parte del libro Khutbas de Dar al-Rum (2022) de Antonio de Diego. Puedes descargar el libro gratuitamente aquí y ver su presentación en #NDR2022 aquí.

 

Sean las alabanzas más excelsas para Allah, el Altísimo, el Creador, Aquel que inicia y moldea las formas de lo visible y lo invisible. Sea la azalá de Allah y su salam sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el Día del Juicio.

As-salam ‘alaykum wa rahmatullah wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos cada año, en los días previos al mes de Ramadán, miramos al cielo buscando algo. Levantamos nuestra cabeza, situamos nuestra mirada allende las estrellas y buscamos la luna (qamar). Inconscientemente, más con el corazón (qalb) que con la razón (‘aql), buscamos el hilal, esa luz del creciente que marca el inicio del mes sagrado. Esa es la aleya (signo) que esperamos para que todo empieza, es la basmallah que Allah, el Altísimo, ha dispuesto para que, en su inmensidad, comprendamos como ordena su mandato sobre la creación.

Tradición antigua, de siglos pasados, que en nuestro mundo se ve acompañada por la tecnología. Hoy poco se mira al cielo, aunque en él Allah haya escrito sus signos. Y aún así la luna, radiante como los ojos de Jibril, permanece impasible; siendo la mejor guía para el creyente que espera comenzar el nuevo mes, el mes de la grandeza y de la austeridad.

Una metáfora vital que nos invita a reflexionar mientras elevamos nuestros corazones con el dhikr. Extinta luna del mes Shaban que se ahoga en la noche, mientras millones de miradas aguardan a la luna de Ramadán ante un vertiginoso y oscuro vacío. Un vacío propio de la existencia humana, propio de su nafs (ego). Una ansiedad ante la insondabilidad de Allah que se revela en este mes a sus siervos como lo hizo con Su Mensajero ﷺ hace siglos. Por eso, hay que estar atento a cualquier signo, al instante para que la baraka se apodere de nosotros en cada momento. Para que la razón no dicte sobre el corazón, y que las emociones como la intranquilidad no enturbien la espera.

Es esa espera de la luna la que nos enseña el sabr (paciencia) que el cuerpo aguarda para comenzar su purificación, preparándose para el divino mes de Ramadán. Antes de doblegar nuestro nafs (ego) con la aterciopelada dureza del ayuno, antes de unirnos durante las noches en las largas sesiones de tarawih y dhikr. Una emoción que se incrementa al mirar al cielo, al ver la luna aparecer y progresar, iluminarnos y decrecer hasta desaparecer. Y, sin embargo, este año tampoco vamos a vivir el tarawih ni el dhikr en compañía, en unión pues la pandemia sigue impidiéndolo y, por otra parte, nos ofrece la oportunidad de encontrarnos a nosotros mismos.

En Ramadán donde algunos ven privación o vacío, el creyente aferrado a la conciencia (taqwa) de Allah siente un sublime estado donde los sentidos se acentúan, en la cual la realidad (haqiqa) se hace aún más real (haqq). Lo mismo ocurre con la luna, donde unos ven un cielo oscuro como el terciopelo, el creyente sincero ve el hilal de luna, frágil y débil que marca el comienzo del divino mes. La siembra de Rajab, que creció en Shaban, ya está lista para ser cosechada con esfuerzo. Y a partir de ahí, alhamdulillah, comienza a vivir en nosotros todos los misterios que esconde el Ramadán.

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Hay una bellísima descripción del Shama’il muhammadiyya del Imam al-Tirmidhi donde su nieto Hassan b. ‘Ali cuenta que, por la baraka que tenía la cara del Profeta ﷺ, este brillaba como si fuese la luna llena. Esta bella metáfora expresa el punto medio, el cénit de los meses e incluso de la vida, pero sin lo incipiente nada de esto sería posible.

Por ello, y como hemos dicho queridas hermanas, queridos hermanos en esta khutba de antes de Ramadán, tenemos que aguardar la luna, esperar a contemplarla. Y lo hacemos tal y como nuestro Profeta ﷺ nos ha enseñado: llenos de alegría, sonrientes, preparados para cambiar nuestra vida durante un mes que luego se enraíza en el resto del año. Los frutos que recogemos nos servirán para poder vivir espiritualmente el resto del año.

Así, Imam Abu Dawud nos cuenta que el Profeta no recomendaba ayunar antes de Ramadán hasta que no se viera la luna:

«(…) No ayunéis hasta que no la veáis [la luna] y ayunad mientras la veáis» (Sunan Abu Dawud, 2462)

Pues no se trata de anticiparse, es el vivir el momento justo, conscientes de los dictados de Allah. Es la luna la que representa nuestra propia existencia. Aparecemos por la rahma de Allah, brillamos viviendo y resplandecemos alabando a Su Mensajero ﷺ para extinguirnos lentamente en su infinita existencia, en su rubbubiya (enseñoramiento) del Señor de los Mundos (Rabb al-‘alamin). Por eso miramos al cielo buscando la luna, porque, en suma, nos buscamos a nosotros mismos; encontramos, con vértigo, nuestra vida. Y Ramadán nos recuerda nuestra dureza que nos hace resistir privados de la vida aparente y, a la vez, nuestra enorme fragilidad pues dependemos de lo que Allah ha dictado (qadr).

Este mes aprendemos que el qadr es inexorable, y que ni el hambre o la sed pueden doblegarlo. El ayuno no es privación, es grandeza; es romper nuestro tiempo lineal para sentir que la voluntad de Allah, exaltado sea Su nombre, nos rige y que nuestro más bello ejemplo está en la senda de nuestro Muhammad ﷺ. Ramadán hay que interiorizarlo, vivirlo holísticamente. Si no lo hiciéramos, queridas hermanas y queridos hermanos, estamos vendidos pues vamos a tener problemas y contradicciones en nuestra vivencia estas fechas.

No es un tiempo de privación sino de encuentro con uno mismo, no es un tiempo de penuria sino de plenitud, no es un tiempo de charloteo sino de silencio e interiorización. Reencontrémonos con el Corán, construyamos un recuerdo sincero de Allah y Su amado Profeta ﷺ. Intentemos llegar lo más lejos posible, pero sin desfondarnos, conociendo nuestros límites, reconociéndonos como seres limitados por Allah.

Poco más pueden decir mis palabras ante la llegada del Ramadán, tan solo mirar al cielo, buscar la luna y esperar a ver su pálida blanca luz. ¡Ya Allāh! Te pidamos que con la luz de la luna ilumine nuestros corazones y rompa cualquier servidumbre que no sea a Él. Luz muhammadiana que se expanda por la tierra y protegiendo su bendita creación. Así pidamos a Allah, el Altísimo, que nos otorgue el furqan (discernimiento) para vivir esta vida ye encaminarnos a su divino jardín. Aceptando nuestras responsabilidades y el mandato divino. Brindando luz muḥammadiana a la tierra y protegiendo su bendita creación. Amén.

Así, pidamos a Allah, el Altísimo, y la luz de Su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (haqq bi-l haqq).

Pidamos a Allah luz y salam para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allah que, a través de la pureza, incremente nuestro iman, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos a Allah que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allah bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el Señor de los mundos.

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